Más allá de los valorables esfuerzos para lograr avances en infraestructura, ¿qué es lo que podemos ofrecer como sociedad que aspira a darle al deporte un espacio primordial? Constantemente escuchamos que la Copa América es una linda instancia para dar a conocer lo que somos como pueblo: nuestra cultura, identidad, costumbres, idiosincrasia y un largo etcétera. Pero repito la pregunta: ¿qué proyecta Chile como sociedad? Y más importante: ¿qué proyectamos en relación al deporte en general y al fútbol en particular?
Que los chauvinistas dejen la lectura hasta acá, porque se darán cuenta de inmediato que la visión que tengo sobre los aspectos antes mencionado no es la mejor y no es mi idea herir susceptibilidades. Pero en efecto: creo que, como país, en términos estrictamente deportivos, tenemos poquito de lo cual enorgullecernos. Y no, no hablo de los logros, por favor, porque ahí sí que no tenemos nada que discutir y ni exponer. Hablo de nuestras concepciones sobre el fútbol y de la realidad que hemos ido construyendo –o aceptando que otros construyan para nosotros– en los últimos años.
Me circunscribo, como dije ya, solo a lo deportivo y más aun, a lo futbolístico. No haré referencia al Chile cuyo servicio de trenes sube los pasajes de 15 a 99 mil pesos en su tramo desde Santiago a Temuco. No me referiré al Chile que vive sumido en la podredumbre que nuestra clase política ha instalado. No aludiré a ese Chile absurdo que pretendió prohibir los bingos. Ni siquiera abordaré el escándalo de la FIFA que salpicó al presidente de la federación chilena, Sergio Jadue (eso da para columna aparte en realidad). Ni a ese Chile donde el neoliberalismo bestial admite atrocidades como cobrar $7100 por una hamburguesa de cuestionable calidad y una bebida. Ni menos a ese Chile que décadas después aún no es capaz de hacer una propuesta de carrera docente decente ni a nada de eso. No, vamos a lo futbolístico.
Desde mi perspectiva, lo más llamativo que Chile tiene para mostrar es, paradójica y tristemente, la carencia de dos pilares fundamentales en el ideario y el folklore del fútbol sudamericano: la fiesta y los clubes. Lo primero, la privación de poder vivir el fútbol como una auténtica fiesta cual si fuera un carnaval, el futbolero internacional lo experimentará en primera persona apenas ponga un pie en cualquier estadio que le toque visitar. Más bien antes, cuando ya en las aduanas y pasos fronterizos lo registren y le incauten cualquier elemento que, de acuerdo a la reglamentación chilena, se aparte de lo permitido. Uno asume que, por ser extranjeros, las fuerzas de orden tendrán alguna consideración y no botarán la leche de los bebés ni les revisarán los pañales a la entrada del estadio, como sí hacen con las hinchadas locales, pero quién sabe. Pronto el hincha foráneo caerá en cuenta de que las autoridades son sumamente rígidas, represivas y de que se encuentran en total disociación con la gente que se supone representan.
Es así: en Chile nos usurparon los Clubes y nos arrebataron la fiesta. Y me parece a mí de suma importancia que esos hinchas de otros países caigan en cuenta de aquello, esperando de corazón que no les pase lo mismo. Digo esto porque no se me olvidan las palabras de Sebastián Bauzá hace un par de años, cuando aun era presidente de la Asociación Uruguaya de fútbol, indicando que su plan era replicar en nefasto Plan Estadio Seguro (PES) en su país, con todo lo que eso implica. ¿Se imaginan esa mítica salida de Peñarol ante Santos por la Copa Libertadores en la final de 2011 con el PES estando operativo? Impensable. Y lo digo también porque el modelo chileno de administración de “clubes”, determinado por la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas, ya fue replicado en países como Perú, a pesar de que ya desde 2010 muchos hermanos peruanos advertían lo que ocurría acá con Universidad de Chile o Colo Colo y hacían lo imposible para que la peste llegara allá. Y es que Chile es con holgura el país más neoliberal del continente y las políticas administrativas son vistas como exitosas por ojos foráneos. Lo que no ven, es que dichas políticas siempre van en desmedro de lo social, de lo humano y, en este caso, de lo lindo y mágico del fútbol.
Pero bueno, que vengan y vean. Que vean que en Chile ni papel picado podemos entrar a las canchas. Ni hablar de los bombos, lienzos y banderas. Que vean que lo que en otros países es perfectamente normal y constituye motivo de alegría y forma parte de la fiesta del fútbol, acá en Chile está, por razones difícilmente plausibles, prohibido. Lo que en cualquier otra parte se asume como un elemento propio de la cultura del estadio, acá es vinculado a la violencia y se castiga su uso. Que vengan y vean algo peor: a tal nivel ha llegado la criminalización de estos elementos, que algunos hinchas ya los asumen como elementos ajenos al espectáculo y se manifiestan en contra de su uso y de quienes los usan. He ahí algo de nuestra idiosincrasia: somos increíblemente manipulables por la prensa y el poder.
En definitiva, que se devele ante América el hecho de que en este país, que tiene el descaro de organizar “la fiesta continental del fútbol”, están desde hace ya varios años matando el fútbol y toda su esencia. Que sean testigos de los intentos por lograr su homogeneización a punta de reglamentos que hacen de lo punitivo la mejor persuasión. Que vean que el fútbol negocio triunfó hace rato sobre el fútbol humano y social. Que vean cómo no tienen que ser las cosas.