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Del derecho a nacer al derecho a vivir

Publicado: 07.08.2015
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Hablar con franqueza es uno de los pocos experimentos que no se ha intentado en Chile. Jamás los sectores dominantes, los conservadores de toda laya, con o sin sotana, lo admitirían. Han preferido utilizar ciertos artilugios lingüísticos de escaso valor estético para manipular no sólo la información, sino que principalmente el mundo de las ideas y con ello pervertir la humanidad que nos va quedando. Por eso dicen defender la vida. Hacen cruzadas internacionales, cruzan el Atlántico y se instalan en pleno Vaticano a manifestarle a la Presidenta en su visita al conservador Francisco, el Papa futbolero, que ellas sí están por la vida, lo hacen de blanco, como si fueran blancas palomas. No hacen afiches, ni panfletos, sino gigantografías, pintan camiones que exhiben fetos ensangrentados por la vía pública, evidenciando una desconocida faceta gore. Se apropian de todos los lenguajes, de todos los símbolos, de todas las palabras para defender “la vida”. Nunca viene mal recordarles que en dictadura apoyaban las atrocidades de la Dina. Al calor de los hechos, habría que agregar que siguen defendiendo la obra de la dictadura y negando la brutalidad de esos años.

Tampoco viene mal aclarar que son estos los sectores más privilegiados. Los que procrean numerosamente, después de todo para criar se inventaron las “nanas”. No circulan por el centro de la capital-ni hablar de la periferia- salvo cuando aparecen aparatosamente vestidos de rojo, llenos de globos y felicidad, protestando en la Plaza de la Constitución con el resguardo de Carabineros y de la autoridad gubernamental, sin que ocurra nada, porque son gente de bien. Es muy probable que hayan experimentado por primera vez qué se siente respirar esmog.

Esos jóvenes y esas mujeres, las caras visibles de la “sociedad civil” que está en contra del aborto, pertenecen al mismo club del que provienen los que piden favores a Penta, los que reciben dineros e instrucciones de Corpesca, los mismos que cocinan las leyes a favor de una minoría. Y por cierto, expían sus culpas en determinadas iglesias, siendo acogidos por sacerdotes de dudoso proceder moral. Comulgan con dios, pero fornican insaciablemente con el diablo. Y aún así, insisten en que defienden la vida.

¿Y qué es la vida? El producto de la concepción, dicen ellos, un cigoto. Ese producto en gestación intrauterina de un cuerpo “prestado”, un cuerpo que para ellos no tiene rostro, no tiene historia, ni contexto, ni presente. ¿Sobre el futuro? No se lo cuestionan, parten de la base que salvo ellos, el resto sólo somos unidades para la producción del bienestar de unos pocos que son, curiosamente, ellos mismos.

¿Y qué vida defienden? Miles de niñas y niños llegan a este país a reproducir un sistema que los defensores de vida intrauterina han impuesto a sangre y fuego, y después bajo la fantasiosa democracia neoliberal, con un sistema que degrada el sentido de la existencia humana. Esas niñas y niños son, según recientes estudios, la población más precarizada del país, en especial el segmento infantil femenino. El vicioso círculo de la violencia estructural, como una fábrica, reproduce lo que el modelo espera y necesita para seguir funcionando. El diseño de un sistema educacional pensado para conformar a una sociedad con múltiples carencias, inducida a desdeñar lo político y lo público, con una creciente falta de interés en lo colectivo, y que mayoritariamente no logrará revertir su origen socioeconómico, porque la educación a lo sumo le servirá para tener un mejor salario rápidamente devaluado por los vaivenes del mercado. Esta educación formal será a costa de endeudamiento, una especie de condena ad eternum. Y así ocurre con cada aspecto vital: salud, vivienda, trabajo, pensiones, esparcimiento, todos tienen la misma solución: la deuda.

Pareciera que esa es la verdadera vida que defienden, porque contra estas deplorables condiciones nada dicen, no mueven todos sus recursos-provenientes quizás de que boleta ideológicamente falsa- para oponerse al abuso. Al contrario, lo fomentan, lo encubren, lo diseñan.

Este es el universo de intransigencias de la derecha chilena, vestida con distintos colores y sexos, con los confesionarios a su haber.  Y en esa visión de mundo, emergemos las mujeres como las “presta cuerpo”. Desde esa noción se estima natural que nuestra función sea procrear. Se estima conveniente que lo hagamos. Se estima necesario, indispensable. Al discurso oficial de la cultura patriarcal le ha bastado establecer aquello de “lo natural” para disponer de nuestra autonomía corporal. En nosotras no valen decisiones, no valen nuestros juicios, a lo sumo nuestro padecimiento, porque nuestra única visibilización es en cuanto víctimas. Pero sostener que el aborto es una tragedia, como señalan los provida, cuyas consecuencias sicológicas y físicas son graves y para toda la vida, no es sino manipular a la población por medio de la desinformación y argumentaciones falaces.

Este es el universo de intransigencias de la derecha chilena, vestida con distintos colores y sexos, con los confesionarios a su haber.

La verdadera tragedia es la negación de una realidad, de un hecho. Sin caer en la tentación de la victimización, lo verdaderamente trágico es tener que discutir aún, en pleno siglo XXI, si las mujeres pueden o no tomar sus propias decisiones. El Estado Chileno y los fanáticos de la vida intrauterina, son parte de la parafernalia del cinismo. En un sistema como este, que no garantiza prácticamente ningún derecho, donde todo significa deuda, resulta falaz hablar de “defender la vida”. Con las míseras pensiones, los bajos salarios, las insuficientes condiciones en que se desarrolla la niñez y se llega a la vejez, no resulta coherente hablar de vida. Donde el machismo es parte constitutiva de la conformación de cada una de las instituciones que componen la sociedad, partiendo por la familia, resulta insolente hablar de defender la vida.

Lo que necesitan son nascituros, porque la maquinaria de su progreso debe seguir funcionando. Necesitan neonatos que desde que nacen hasta que mueren, consuman y paguen por educarse, que trabajen e impongan en sus AFP, que deban recurrir a la banca para cubrir necesidades básicas. Y para ese esquema la mujer silente, víctima y deseosa de parir, es pieza clave.

Tienen su estrategia clara de antemano, utilizarán todas las tácticas necesarias. Nuestra resistencia es pensar en el verdadero significado de la vida, en que vivir no es nacer, en que el sentido de estar en el mundo tiene que ver con el buen vivir y no con el padecer. En que la vida no se pare, se construye día a día y cuando esa construcción es en la precariedad y el abandono, al menos habrá que sospechar en poder llamarle vida humana a esa forma de existir.

 

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