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Diamela Eltit en Fil Guadalajara: Desbiologizar la letra, no desideologizarla

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 16.12.2021
Diamela Eltit en Fil Guadalajara: Desbiologizar la letra, no desideologizarla Diamela-Eltit |
Las palabras filosas de Diamela se dejaron oír desde Fil Guadalajara, sin embargo –como si fuera un karma que la acompaña desde el lanzamiento de su primera novela, Lumpérica– no fueron entendidas del todo. El llamado a terminar con la incómoda etiqueta “literatura de mujeres”, y a “desbiologizar la letra”, fue leído por algunos periódicos como “desideologizar”. Nada más lejano, ya que la escritora dio cuenta de cómo la comunidad literaria a la que pertenece se encuentra trabajando unida con el resto de la ciudadanía para impedir el triunfo de la ultraderecha en las próximas elecciones presidenciales en Chile.

Era sábado y aún seguíamos alicaídos por los resultados de la primera vuelta electoral. Hasta aquí nos llegaban noticias de la feria del libro más importante en lengua hispana, que volvía a la presencialidad después de dos años de confinamiento. Y ahí estaba Diamela, la novelista, la artista, la profesora y formadora de varias generaciones de escritores, la que repartió leche en poblaciones en las acciones del Colectivo de Acciones de Arte, CADA, la que se hirió los brazos, la que leyó y limpió el piso en un burdel.

Las uñas de sus pies, son a mis uñas, gemelas irregulares con manchas rosadas trazadas en líneas blancas, repetía con la voz chillona en una silla al interior de la casa de citas, en un gesto performático que buscaba igualarse con otras mujeres de espacios periféricos, con la de L. Iluminada –protagonista de Lumpérica–, una mujer en la plaza pública, una vecina en alguna asamblea o la familiar de una víctima de violencia política. Así queda de manifiesto en el video de la acción Zonas de dolor I. Vestida de negro, se interna en  en la noche, en un rincón alejado y poco iluminado de la ciudad, invisible para el arte de no ser por la presencia de la escritora y de quienes asisten a la ‘escena’. De la misma forma, en otra de sus acciones de los años 80, se besó con un hombre en situación de calle.

Y ahora, varias décadas después, la veíamos en Guadalajara, brillando. Cabello entrecano, vestida otra vez de negro y un collar rojo en juego con sus anteojos, bototos con manchas rojas como de pintura derramada, dando cuenta de su recorrido y a la vez de su manera de mirar al mundo. Un poco punk, un tanto vanguardista, sin poses ni aspavientos. En su discurso dirigido al público presente –más una veintena de autoridades, jurados, y críticos en la mesa de honor que tomarían después la palabra–, abordó la realidad política de nuestro país y se refirió a las fuerzas de extrema derecha que “pugnan por gobernar Chile” pretendiendo instalar “un gobierno rapaz, fundado en el desprecio”.

Leer la ciudad y los signos de la economía neoliberal

Las palabras punzantes de la homenajeada recorrerían los periódicos del mundo hispano, pero sobre todo se dirigían a quienes la oíamos desde Chile, con el ánimo revuelto por los resultados de las últimas elecciones. Diamela nos paseó además por lo mejor de la literatura mexicana, haciendo honor al país que le otorgaba el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. Habló de Pedro Páramo, de las novelas de Elena Garro y Elena Poniatowska y hasta del argentino Julio Cortázar y su relato ‘La noche boca arriba’ que hace referencia a las guerras floridas del México prehispánico, en un lenguaje atractivo para cualquier no iniciado en la literatura.

Mis ojos son a sus ojos la constancia que no permite el equívoco del césped con las ramas

Al comienzo nadie me leyó, ha dicho Diamela. Su novela Lumpérica no solo careció de recepción crítica en su momento, sino que fue ninguneada e ignorada. “Etiquetada como novela críptica”, según recordó el académico Javier Guerrero en su intervención en el mismo homenaje inaugural de la feria del libro mexicana. Yo recordé sus clases en la Universidad de Nueva York, nos sentábamos en una pequeña mesa y poco a poco iban llegando: Javier Guerrero, de Venezuela, el mismo que la presentó en Guadalajara y que hoy está a cargo del pregrado del departamento de Español y Portugués en la Universidad de Princeton; Claudia Salazar de Perú, quien escribió La sangre de la Aurora, gran novela sobre los años de Sendero Luminoso desde la óptica de las mujeres; Lorena Canales de México, el dramaturgo chileno Alejandro Moreno, el narrador peruano Richard Parra, y varios nombres más que se me escapan. Su discurso para mí fue una especie de continuación de esas sesiones en que las letras se iban relacionando con la política, el arte, la cultura, el poder. Y quizás por eso, tal como en el taller, seguí oyendo su voz por la noche, en sueños y al despertar.

La sigo oyendo cuando veo cómo el comienzo de la Avenida Recoleta se ha convertido en un mercado ambulante donde se mezclan haitianos vendiendo zapatillas de marcas falseadas, el clásico olor de las fritangas y una amplia gama de vendedores de un cuantohay, incluyendo objetos que podrían parecer inservibles y baratijas pero que siempre encuentran su comprador. Paso por ahí y pienso en su última novela, Sumar, y en la capacidad de Diamela de leer la ciudad y los signos de la economía neoliberal en Chile y otras urbes latinoamericanas, y por qué no, del mercado global. En los 90 fue Los Vigilantes, mientras el paseo Ahumada y otras arterias se llenaban de cámaras. Su escritura da en el clavo con metáforas potentes y reconocibles que engloban situaciones de la posmodernidad latinoamericana, y que dejan al lector pensando y mirando su propia realidad de otra manera.

Sus ojos que miran en mis ojos la misma mirada gemela contaminada de la ciudad de Santiago reducida a césped, sigue leyendo la voz en el prostíbulo en los 80 en Zonas de dolor.

Diamela se hizo o le hicieron fama un tanto injusta de “escritora difícil”, muchos lo repiten sin haberse tomado la molestia de leerla. Desde libros como Vaca Sagrada, que genera una atmósfera enrarecida y la fuerza de la escritura hila el relato, del que sería difícil poder resumir trama, ya que texto y forma están imbricados; o Lumpérica en que parece ser que la performance y la puesta en escena se apropian de la escritura en una plaza pública a la luz de las lámparas de neón en plena dictadura. A Mano de obra, o Sumar, con personajes colectivos como grupos de trabajadores o vendedores ambulantes. La verdadera protagonista de sus textos es la letra, y la deriva por los vericuetos menos transitados, siempre interrogando a la realidad y develando relaciones de desequilibrio, subordinación y, sobre todo, intentos por rebelarse. Las vendedoras ambulantes de Sumar fundan otra economía en el margen de la oficialidad y marchan cientos de kilómetros para defender su oficio y su lugar en las calles. Los trabajadores del supermercado en Mano de obra organizan su propia sobrevivencia, mal alimentados pese a laborar en el templo del exceso, donde incluso se bota comida.

Los discursos se mueven entre la cultura popular y la alta cultura sin conflictos, generando multiplicidad de voces y hablas que se cruzan y dialogan, como sucede también en la realidad, por ejemplo en la ya nombrada Avenida Recoleta y su vociferar multicultural donde a la vez se produce un encuentro –o desencuentro– entre distintas clases sociales. Tal como la obra de Eltit, ese pedazo de vereda de la Chimba allegándose al centro de Santiago es un tanto incómodo para las aspiraciones de una ciudad limpia, blanca, homogénea. Podría ser incómoda también la obra de la flamante Premio FIL Juan Rulfo, para quienes ven la literatura y la novela en especial como entretención o como un vehículo portador de mensajes.

Sigue incomodando más allá de sus novelas, ahora en su discurso al cuestionar el concepto de literatura femenina, si la literatura, “la única, la importante, no necesita de acotaciones… Lo importante son las estéticas, el asombro”, dice Diamela. Y es verdad, el asombro. Pero en nuestro establishment literario, siguen siendo premiados hombres y no todos asombran. La última entrega de las Mejores Obras Literarias del Estado, eligió a 25 ganadores de los cuales 7 son mujeres, y de ellas 4 tienen menos de 25 años (bien por ellas, que al menos en sus respectivas categorías tienen la esperanza de mayor paridad). Al menos dos de los premiados fueron a la vez jurados. Siguiendo con Guadalajara, recuerdo que cuando Parra recibía algún premio importante, como el Cervantes, en su discurso hablaba solo de sí mismo. Mayor lección entonces la de Diamela Eltit que hace pensar en para qué la literatura. Desde ese lugar, la escritora señaló que “Con constancia y decisión, es que me refugio en la certeza de un futuro horizonte igualitario”. Desbiologizar, no desideologizar, escuchen y lean bien.

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