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Lecciones de un día complejo para el Reino Unido

Por: Ricardo Camargo | Publicado: 24.06.2016
Lecciones de un día complejo para el Reino Unido UK Independence Party (UKIP) leader Nigel Farage reacts during a media interview outside the Marquis of Granby, Westminster in central London |
«No es casualidad (nada lo es), que Donald Trump aterrizara justo hoy en Escocia y espetara: ‘El Brexit es una gran cosa. Es bueno que los británicos recuperen el control de su país’. El que tenga ojos para ver que vea».

La decisión de los británicos de dejar la Unión Europea se observa como una locura inexplicable, pero si se analiza se verá en ella la constitución de una poderosa frontera antagónica para la articulación política: la inmigración y las élites de Bruselas. En eso el populismo de derecha de Nigel Farage y su Ukip fue exitoso. Dentro de ello, la desafección con la inmigración, sobretodo en la Inglaterra profunda, fue sin duda lo más determinante.

Hace un par de días atrás, Rio Ferdinand, un jugador histórico de la Premier League y por muchos años seleccionado ingles, escribió una columna en el Evening Standard (un diario que se reparte gratis en el metro de Londres). Ferdinand anunciaba que por primera vez en su vida iba a votar. Y lo hacía porque lo que estaba en juego era el futuro para sus hijos. No exageraba Ferdinand. Pero más importante, su columna refleja el desconcierto que ha producido en el establishment británico el triunfo de la opción por abandonar la Unión Europea. La temían pero no la esperaban. Prueba de ello fue el titular de los diarios londinenses durante el día del referéndum, que llevaban en portada una última encuesta que da a la opción por mantenerse en la UE cerca de 5 puntos de ventaja. Todo lo contrario de lo que terminó ocurriendo.

Por cierto que hay una “trama política” que explicaría todo. De aquellas que le interesa a los tabloides y que habla de los malos cálculos de David Cameron –Primer Ministro británico hoy renunciado–, su error de prometer un referéndum en la campaña a su reelección y su nula capacidad para evitar dar cumplimiento a dicha promesa (cuestión que un buen político siempre sabe hacer). Una trama de traiciones y diretes entre los Tories (o miembros del partido conservador) donde el ganador –aparente– seria Boris Johnson, el carismático ex alcalde de Londres que se sumó a la campana por dejar la UE dando la espalda a la posición oficial de Cameron, hoy la principal víctima política del referéndum.

Del mismo modo, los laboristas liderados por Jeremy Corbyn apostaron al único juego posible para la posición ideológica que representan: subir la mirada, apoyar la opción de permanecer en la UE (¡lo que los hizo aparecer al lado de Cameron y las interesadas elites económicas eurocéntricas!) y tratar de instalar un discurso “grande” que centrara el tema en los conflictos de clases y en la solidaridad de los trabajadores europeos. Todo muy prístino y correcto pero con escasa capacidad de articulación política relevante.

Fue un gesto, valioso pero fallido. No tenía como ser de otra forma. Enfrente, se articuló casi como por manual, una estrategia populista que hermanó un sentimiento de escepticismo con Europa que habita desde siempre al Reino Unido, en especial a Inglaterra, con la desafección creciente con la inmigración (véase este reporte en ingles sobre el tema).

Cuando hablo de populismo (y esto conviene aclararlo), no lo hago despectivamente. El populismo, desde Laclau al menos, conviene leerlo como una lógica de acción política no como una opción en sí misma programática. Lo que le da su direccionalidad es la ideología que lo alimenta, que en el caso del Brexit ha sido conservadora y en gran medida nacionalista.

Lógica y contenido son dos cuestiones que conviene mantener separados en el análisis –y en el accionar– político. En el referéndum del Reino Unido la lógica fue populista, qué duda cabe. Pero el contenido fue chovinista, más allá de los esfuerzo de Corbyn y los laboristas.

¿Lo que viene? Difícil saberlo. La libra esterlina cayó, se sabe. En las calles de Londres se percibe perplejidad. Mal que mal, esta es una ciudad con mucha inmigración, aunque también es el centro financiero del país y los banqueros fueron los primeros en enterarse del resultado (muchos de ellos durmieron en su oficinas de la City y de Canary Wharf, con sacos de dormir incluidos). Ellos seguro no perderán, no lo hicieron con la caída de Lehman Brothers y no lo harán ahora.

Por tanto la pregunta es para los que importan, los trabajadores, el pueblo británico . En ello, Owen Jones (columnista de The Guardian) no esconde la desafección, pero alienta “el gran desafío que se viene para las fuerzas de izquierda” Dice Jones en su columna de hoy:

“Si la izquierda tiene un futuro en Inglaterra, debe confrontar su propia desconexión cultural y política con las vidas y comunidades del pueblo de clase obrera”.

Estoy de acuerdo con mantener el espíritu, pero agregaría que la izquierda –no solo en Inglaterra– debe entender que, o comienza a hacer política con contenido y forma popular (como lo esta haciendo Podemos por ejemplo) o el nacionalismo, chovinismo y el racismo tomará esas banderas. No es casualidad (nada lo es), que Donald Trump aterrizara justo hoy en Escocia y espetara: «El Brexit es una gran cosa. Es bueno que los británicos recuperen el control de su país«. El que tenga ojos para ver que vea.

Ricardo Camargo