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Opinión

Comercio Ambulante: El eslabón periférico de la globalización

Por: Mauricio Milagros | Publicado: 21.07.2016
Comercio Ambulante: El eslabón periférico de la globalización |
Es interesante cómo el comercio callejero y la informalidad, los trabajos “no clásicos”, sostienen una parte de la cadena productiva globalizada. En alguna población, en la calle, en la periferia. Aún en los márgenes donde pululan las resistencias, el capitalismo se deja ver tentacular, desbordante e insaciable.

Para la autoridad representan una amenaza. Para el comercio establecido una competencia desleal. Para la gran masa trabajadora, en un país donde el grueso de su población económicamente activa partícipe del mercado del trabajo obtiene salarios de miseria, una alternativa. ¿Paradojas del tardo-capitalismo? ¿Negatividades de la transnacionalización de los mercados? ¿Consecuencias inherentes al modo de producción que no significa ninguna novedad para los países subdesarrollados como el nuestro?

Sea lo que sea, allí van. Arreglándoselas con la vida. En los márgenes del mercado, los trabajadores ambulantes, en el transporte público, en una esquina, en la cola de una feria, en el casco histórico o en un persa de algún barrio periférico. Al mismo tiempo en que venden al detalle, transforman los espacios. En los confines de la escarpada globalización, aunque hiper-informalizados, rozando incluso la ilegalidad, perseguidos, algunos cargan y distribuyen productos de grandes empresas multinacionales como Nestle, Unilever, Sony o Phillips, entre otras, cuyas oficinas centrales, lejanas, se encuentran en las principales metrópolis de países desarrollados.

La fragmentación y organización a nivel planetario de la producción, mal llamada des-territorialización, disemina al gran capital a nivel global. Así, una compañía que diseña un producto en algún país de Europa occidental o en EE. UU., puede luego fabricarlo en China, Brasil o México, a bajo costo, con piezas y/o materias primas adquiridas en países de la periferia, utilizando fuerza de trabajo local, para luego distribuirlo al resto del mundo de manera más o menos expedita, gracias a los tratados internacionales firmados por los Estados con el objetivo de, entre otras cosas, entregar un amplio margen de acción a los grandes capitales y facilitar la importación y exportación de sus mercancías. Éstas, al llegar a los lugares de destino, se ponen en circulación en los mercados internos que, en América Latina, tanto a nivel laboral como distributivo, tienen un importante componente de informalidad, de la cual el comercio callejero forma parte.

De mano en mano van los productos en los espacios locales. Esta función facilitadora de los trabajadores ambulantes, de manera casi imperceptible, posibilita el estadio final del proceso de generación de valor del capital a nivel global. Gracias a esta acción marginal, en muchos casos de sobrevivencia, la mercancía, producto del trabajo humano, es consumida, cerrando con esto el ciclo que permite la generación de plusvalía, aquella parte del valor total de un producto en que se materializa el trabajo no retribuido a quien lo realiza, que se constituye en la ganancia del capitalista, sin la cual éste no podría existir, ya que es parte del núcleo basal que nutre y fortalece a la propiedad privada.

Estas mercancías, a partir del intercambio que se realiza por fuera de los límites del mercado formal, alcanzan su forma gracias a la informalización extrema de quienes, buscando sostenerse materialmente, la distribuyen y venden; mientras que al mismo tiempo, con esto, el sistema capitalista, respondiendo tanto a sus objetivos materiales como simbólicos, muestra su capacidad de permear, incluso, en aquellas zonas donde “formalmente” le es complejo llegar con sus productos, sea por las características de los mercados locales o por las limitaciones adquisitivas de los consumidores.

Es interesante cómo el comercio callejero y la informalidad, los trabajos “no clásicos”, sostienen una parte de la cadena productiva globalizada. En alguna población, en la calle, en la periferia. Aún en los márgenes donde pululan las resistencias, el capitalismo se deja ver tentacular, desbordante e insaciable. En los espacios micro-sociales, en las zonas marginadas que, paradójicamente, nunca quedan del todo fuera de su alcance y son, en ocasiones, partes constitutivas del todo. En la vida cotidiana, de manera sutil y periódica, igualmente, el modo de producción se pone en forma.

Mauricio Milagros