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Opinión

La confusión de cada día

Por: Javier Edwards Renard | Publicado: 01.03.2017
La confusión de cada día elecciones |
Este año tenemos elecciones y el proceso para definir quién gobernará al país 4 años, entre el 2018 y marzo del 2022, parece más caótico que nunca. Parafraseando a la Mistral, y todos querían ser reinas o Presidente de la República: Guillier, Insunza, Lagos, Goic, Piñera, Kast, Ossandón y algunos más que por ahí han alargado la nariz olfateando posibilidades.

Cuando leo las noticias, veo la televisión, pongo atención a las redes sociales, tengo la sensación que nuestro país (pareciera que el mundo, en una crisis más o menos generalizada) vive en un estado de confusión de marca mayor.

Los políticos se enfrentan en el campo de batalla cotidiano y en el pre-electoral con un discurso plano y poco sincero, contradiciendo cada posición del oponente como si la verdad de un país –uno sostenible- se pudiera construir sólo con las perspectivas de un sector. Cuando enfrentan el escenario electoral, los políticos profesionales se muestran sin visión de país, egoístas, concentrados en articular una fórmula de éxito que mantenga para su facción el poder o les permita alcanzarlo.

Pequeñeces por lado y lado, mediocridad. Todos creen que pueden y tienen derecho a llevar un candidato, a medir fuerzas, aunque con ello, más que buscar u ofrecer sus mejores recursos para el buen gobierno del país, lo que hacen es especular con la mejor manera de asegurarse el poder. Cuando la izquierda juega con la idea de Guillier está pensando en conservar el poder ejecutivo, basados en los resultados de las encuestas; nada importa si Guillier está realmente preparado para ejercer el encargo. Lo mismo hace la derecha con Piñera, sin pensar si no habrá alguien que tenga menos intereses en conflicto, sin tanto compromiso. Si existe una división entre especialistas del poder (políticos) y ciudadanos es porque los segundos delegamos en los primeros prepararse y actuar con seriedad. Ello no está ocurriendo así y uno se pregunta: cuándo estos nombres y otros salen al ruedo de la discusión, los ciudadanos –ya sin tanta paciencia- nos preguntamos, por qué, cuál es la razón para que esos abanderados sean las cartas presidenciales de cada partido, de cada bloque.

La ciudadanía, por su parte, cada vez con menos sentido cívico siente, percibe esa suerte de traición de los políticos a su rol esencial, entonces, como masa sin liderazgo real reacciona inorgánicamente, de manera emocional, opina, exige, habla de cambio, acusa, pero no sabe hacia a dónde ir, qué quiere de verdad o cómo alcanzarlo.

En ese estado y sin comprenderlo, la gente queda en manos de los manipuladores políticos, es decir, esas fuerzas políticas que están atentas, como el lobo del cuento, al momento propicio para hacerse del trofeo que todos buscan: el poder. En tiempos de confusión aplica el refrán «a río revuelto, ganancia de pescadores».

A nivel internacional, el caso de Trump es un excelente ejemplo de lo que hace el votante cuando no entiende lo que pasa: le da el voto al más hábil/astuto, no al más preparado; comulga con la rueda de carrera de la esperanza, esa que manipula con facilidad el irresponsable; o se vuelve anárquico y quiere, por desesperación, que el sistema termine por quebrarse, a cualquier precio.

No vivimos tiempos fáciles, la democracia que conocemos está trizada en la cúpula y en la base, pareciera que los poderes fácticos: la casta política, los grupos económicos, otros grupos de interés y la ciudadanía atomizada se mueven en espacios separados, silos en los que no se visualizan los intereses comunes sino sólo los propios (la célula versus el organismo). Los unos versus los otros, maniqueísmo al que recurren todos. Así, en la cúspide de la estructura social y en la base, la visión que predomina es la del enemigo, la desconfianza, la mirada absoluta. En ese escenario, los valores tradicionales republicanos (progresistas o conservadores) se deterioran, pierden calidad en cuanto al contenido valorado, la sociedad entera pierde el norte y comienza a dar pasos de ciego: todo acto político resulta válido porque al final de cuentas es parte de una guerra en la que una fracción de la sociedad pretende imponer su visión sobre la otra.

Creer que el peligro de una nueva dictadura militar es algo improbable o que caer en un populismo de derecha o izquierda es algo que no nos va a ocurrir, es parte de la confusión, es parte de ese estado de ignorancia inducida o resultante en el que las partes del todo no están sino enfrentadas. El enfrentamiento en la sociedad civil es mediocre, es renunciar al bien mayor, es el camino fácil. Propiciar un Estado de la verdad, como verdad hermenéutica, integrada se vuelve una tarea titánica.

Este año tenemos elecciones y el proceso para definir quién gobernará al país 4 años, entre el 2018 y marzo del 2022, parece más caótico que nunca. Parafraseando a la Mistral, y todos querían ser reinas o Presidente de la República: Guillier, Insunza, Lagos, Goic, Piñera, Kast, Ossandón y algunos más que por ahí han alargado la nariz olfateando posibilidades. Primero el nombre, elegido con primarias y especulando sobre encuestas, como una manera de asegurar posiciones, sin contenido, sin propuesta de gobierno, sin conocer los equipos que estarán trabajando directamente con la Presidencia del país. Es decir, partimos por el final. En cuanto se menciona un nombre, los contrarios se lanzan en una campaña de descrédito de los adversarios con todos los recursos disponibles: injurias, calumnias, querellas que dejan la carrera en suspenso, todos se exigen el más alto estándar ético pero no cumplen con la ética más elemental de la política: respetar la obligación de desempeñar el arte de gobernar y velar por el bien común.

Y por su parte, las redes sociales se convierten en la caja de resonancia de titulares, frases, declaraciones que de boca en boca se convierten en menos confiables. El juego del teléfono. Las verdades en circulación se convierten, por efecto de la propia velocidad de circulación, en instrumentos tan peligrosos como los derivados y productos estructurados en los mercados financieros; unos y otros llevan, respetivamente, a la crisis política y la crisis económica. El rumor histérico, la caza de brujas, la ordalía popular, ese fenómeno que tan bien describe Arthur Miller en las Brujas de Salem lleva a la quiebra moral de la sociedad, y, del mismo modo, la especulación financiera lleva a la quiebra económica.

La crisis económica mundial se ha instalado progresivamente en el mundo a partir del 2008, ya llegó a nuestra región y a Chile, como todos los indicadores económicos lo señalan. La otra crisis –más profunda, de más larga data- empieza a manifestarse con signos claros por todas partes: los personalismos, el populismo, el renacimiento del nacionalismo, el miedo a la globalización y el proteccionismo económico, el racismo, la discriminación, todo parece despertar en cuestión de segundos no obstante las largas luchas rendidas para ir en dirección contraria. Y es que, en tiempos de confusión, el miedo se convierte en el mejor activo de inversión y los lobos de la política aparecen por todos lados con propuestas tan irracionales como seductoras: la promesa de algún tipo de paraíso al que nunca se llega.

Estado de confusión es el que vivimos y nos obliga a actuar con más cordura y generosidad, con más sentido republicano; debemos buscar un acuerdo que permita construir un país con la visión de todos. Aunque no sea fácil y requiera los mejores recursos de que disponemos y la generosidad de reconocer cuando ellos están en las filas del otro, porque al final de cuentos, unos y otros somos parte de la misma familia.

Javier Edwards Renard