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Opinión

Siria trumpista: Donald Trump como «verdadero anarquista»

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 09.04.2017
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Obama, el premio Nobel de la Paz que no lleva a sus soldados a la muerte, porque para eso utiliza drones; Trump, el especulador de Wall Street que, así como erige sus torres a lo largo y ancho del mundo, erige su poder en el exceso de 60 misiles para una base de un país que hace mucho tiempo perdió su soberanía y, como plantea Álvarez-Osorio, se transformó en un verdadero “protectorado” de Irán y Rusia.

1.- No sólo de misiles viven los bombardeos. También del capital mediático que lleva consigo. En la sociedad del espectáculo, no hay más arma que la imagen. Trump tuvo su escena hollywoodense y, peor aún, al igual que ISIS, no subrogó los dispositivos espectaculares al conflicto, sino que hizo del conflicto un dispositivo espectacular como tal. Como ISIS cuando elaboraba sus trailers en los que estetizaba la guerra, el lanzamiento de misiles en la base aérea de Shayarat en Siria, fue el trailer trumpista por excelencia. Las formas importan. Por eso no hubo drones como ha sido la constante en la “humanitaria” época de la administración Obama, sino misiles.

La diferencia entre Obama y Trump reside aquí: para el primero lo decisivo son los drones, toda vez que resguardan la inmunidad de los soldados norteamericanos, actuando quirúrgicamente en los interticios de la vida civil; para el segundo se trata de misiles tomahawk lanzados directamente a una base aérea contralada por el gobierno sirio. Para Obama se trata de destruir el mal al interior de la vida civil para anular del mundo la imagen de la guerra y la de los militares, para Trump de destruir el mal en un intervencionismo directo orientado a presionar a los iraníes y rusos para restituir el lugar protagónico de los EEUU en la situación siria. Para Obama eran los drones y la inmunidad de soldados que no podían volver heridos después de la catástrofe que significó Iraq y Afganistán (¿cuándo los EEUU han ganado una guerra en sus empresas imperiales?), para Trump son los misiles los que, como sus torres erigidas en su historia de empresario, las que exponen la desproporción, el exceso que alimenta el lanzamiento de 60 misiles.

Precisión en Obama, exceso en Trump, el uso de las armas altamente tecnológicas es el sello que define a una administración. Le da su identidad, brinda un signo que condensa sus lógicas imperialistas. Obama, el premio Nobel de la Paz que no lleva a sus soldados a la muerte, porque para eso utiliza drones; Trump, el especulador de Wall Street que, así como erige sus torres a lo largo y ancho del mundo, erige su poder en el exceso de 60 misiles para una base de un país que hace mucho tiempo perdió su soberanía y, como plantea Álvarez-Osorio, se transformó en un verdadero “protectorado” de Irán y Rusia.

Obama y sus drones trabajaban en secreto, Trump y sus misiles configuran una escena espectacular. Obama proclama sus discursos “humanistas”, mientras destroza con sus drones a una pequeña aldea de Somalía, a un grupo de yihadistas en Yemen o en Bahrein. Nadie sabe qué habrá pasado con ellos, salvo el operador del dron en su escondite de Arizona. Trump proclama sus discursos “racistas” y los escenifica en sus medidas orientadas a impedir que ingresen “musulmanes” a las fronteras de EEUU (no todos los musulmanes, sólo iraquíes, sirios e iraníes, pero no saudíes) para después lanzar 60 misiles y radicalizar la correlación de fuerzas en la ya frágil situación siria. Obama el humanista, Trump el racista, el afroamericano y cientista político, el blanco y especulador financiero. Dos caras de una misma máquina imperial: el humanismo es un racismo, Obama se intercambia con Trump, el juego de máscaras del poder muestra que los drones no pueden funcionar sin el complemento de los misiles que recuerdan esa lógica militar que aguza los sentidos para capturar lugares supuestamente estratégicos, movilizar tropas y abrir el imaginario de la supuesta “tercera guerra mundial” que algunos medios se atreven a anunciar.

Lejos de ello, no habrá jamás “tercera guerra mundial” sino tan sólo la profundización radical de una guerra civil global desplegada de manera polidimensional por todo el orbe a través de múltiples conflictos de baja o alta intensidad. Sólo así, hacemos del terror la pasión cotidiana, sólo así los muertos en Siria, en Palestina o en cualquier otro lugar nos parece algo “normal”; salvo si los muertos son “europeos” (o blancos) porque en ese caso, el racismo que no vale sólo en vida, también reivindica sus derechos en la muerte, comprometiendo una caricatura del tipo “todos somos” de la que se privan –salvo por algún gesto bienintencionado– todos los asesinados por el excepcionalismo permanente de la máquina imperial.

2.- Son seis años desde que Siria no deja de estallar. Mas su estallido ha sido lento, preciso, como si estuviera digitado técnicamente desde el frío cálculo proveído por las grandes potencias que, cual piratas, hoy se reparten el banquete imperial. En este escenario, resulta inverosímil el “cliché” según el cual Trump ordenó bombardear la base aérea de Shayarat con 60 misiles por la razón “humanitaria” de castigar a Al Assad por haber aniquilado a su propia población con gas sarín. La reivindicación “humanista” ha sido el argumento imperial por excelencia desde la época de Francisco de Vitoria. Mas bien, el intervencionismo por razones “humanitarias” ha resultado ser una gran estafa, sobre todo, desde que los EEUU no cesaron en repetir que el Iraq de Saddam Hussein habían “armas de destrucción masiva” para masivamente aplastar al Iraq de la época con la totalidad de sus armas. Aún vivimos las consecuencias de la invasión del año 2003: Siria es dicha consecuencia.

Tampoco es creíble la idea de que con esta apuesta, Trump avanza en el combate al ISIS dado que el bombardeo se efectuó en territorio controlado por el gobierno sirio (no en el territorio de los yihadistas). Para defender al mundo –discurso humanista por excelencia– de los terroristas de ISIS resulta mucho más estratégico aceptar a Al Assad como “mal menor” y así para así mantener los precarios equilibrios regionales. De “mal menor” parece que Al Assad pasó a convertirse en “mal mayor”.

Menos aún, podemos consolarnos con la imagen liberal de un Trump que supuestamente no sabe lo que hace y que actúa de manera irracional. Antes bien, resulta imperativo atender las razones internas al círculo “trumpista” que ha llevado a su administración a bombardear la base siria de Shayarat. Porque tan estúpido parece el gesto de Bashar Al Assad de aplastar a su población con gas (dado que sabía que contaba con un capital político que ha ido ganando con el respaldo ruso, iraní hacia los EEUU), como tan estúpido parece ser la decisión de Trump de bombardear una base aérea de un gobierno que ayuda a combatir a los mismos supuestos terroristas contra los que Trump ha declarado su guerra. Entonces, ¿habría alguna razón en la estupidez?

Para comenzar: digamos que el bombardeo trumpista a Siria no es algo aislado, sino que debe inscribirse al interior del leve cambio experimentado por la administración Trump respecto de la administración Obama: si esta última no quiso involucrarse en Siria sino a la luz de la “dronificación” del conflicto y la influencia “indirecta” (a través de Arabia Saudita, Israel y Turquía), la primera intenta exhibir su particularidad contentando a gran parte del establishment republicano (y, en parte demócrata, i. e. Clinton). Como ha visto el analista Marwan Bishara, el bombardeo sobre la base de Shayarat, Trump empuja la política norteamericana a involucrarse más directamente en un conflicto que la administración Obama había querido pasar de soslayo. Para Trump, sus misiles dicen que los EEUU quieren una tajada importante en el reparto del botín del “protectorado” sirio.

Pero si hay alguna clave para inteligir la actual coyuntura, quizás, ésta resida en Irán: Trump ha confiado la política de seguridad de los EEUU al círculo anti-iraní: James Mattis, John Kelly y Herbert Raymond Mac Master. Este círculo determina la política trumpista en Medio Oriente que, en parte, consiste en proteger y consolidar la hegemonía saudí e israelí en la región, donde el factor que secretamente les une es Irán (un enemigo común que desafía su posición en la geopolítica regional).

Por un lado, Israel ve en Irán una amenaza a su hegemonía política y militar (la cuestión nuclear constituye el meollo del asunto aquí, pues Israel pretende mantenerse como la única potencia nuclear de la región), por otro, Arabia Saudita, que desde 1979 en que tuvo lugar la Revolución Iraní ha mantenido una rivalidad permanente con el gigante persa hasta que, en la actualidad, después del conocido acuerdo “nuclear” promovido por la administración Obama, pervive una lucha entre ellos por la competencia de los hidrocarburos (gas y petróleo) al interior del mercado global. Del acuerdo apenas puesto en forma por Obama, Israel y Arabia Saudita habían salido dañados geopolíticamente: el primero, porque Irán –si bien sería inspeccionado permanentemente– desarrollaría su programa nuclear, el segundo porque ello implicaba el desbloqueo de Irán y la inserción de la economía iraní en el mercado global.

Más aún: Irán terminó haciendo de Iraq su segundo “protectorado” al que Obama confió su administración cuando la devastación del Estado iraquí por efecto de la invasión norteamericana llevada a cabo en 2003 implicó la desbaazificación (destitución del Partido Baaz del aparato del Estado iraquí) que se tradujo en la destrucción de su economía, su milicia,  su policía y su sistema educativo[1]. Trump ve que la administración Obama produjo el efecto de acrecentar tanto al poder iraní como al ruso. Nada de esto le habrá gustado a los republicanos (ni a los demócratas como Clinton). Nada de esto querrían que se perpetuara indefinidamente. Por su parte, Turquía (miembro de la OTAN) ve con excelentes ojos el bombardeo en aras de que, a través del debilitamiento del régimen de Al Assad, pueda retroceder también la influencia ruso-iraní y fortalecer su lugar en el reparto del botín (recordemos que Turquía aún mantiene tropas en Iraq y en Siria).

3.- En su célebre película Saló 120 días de Sodoma el director italiano Pier Paolo Pasolini hacía decir a sus personajes principales (el ministro, el juez, el presidente) una afirmación que resulta clave para inteligir nuestra coyuntura: nosotros los fascistas somos los verdaderos anarquistas. Podríamos parafrasear dicha afirmación y decir: nosotros los imperialistas somos los verdaderos anarquistas cuando lo que está en juego es la producción de una guerra civil global como última –y única– forma de gestión del planeta.

La coyuntura es la de la de los “verdaderos anarquistas” donde las grandes potencias imperiales disputan la apropiación de los flujos del capital y en la que Siria no es más que un punto aledaño en los movimientos de la geoeconomía global. Por eso, no es Siria la que está en guerra civil, sino el mundo el que está en guerra civil en Siria.  

Nuestra coyuntura es Saló. Miles de cuerpos mutilados, torturados, destruidos, capturados por diversos dispositivos, miles de cuerpos flotando en el vacío resultado de la devastación del mundo y de la transformación radical de la multitud en población. El triunfo de los “verdaderos anarquistas” ha significado llevar adelante una contra-revolución en función de conjurar las revueltas de 2011, impedir que éstas salgan a la luz e impugnen a los “verdaderos anarquistas” que han hecho del planeta el reducto ilustrado por Pasolini en Saló. Trump se erige como el “verdadero anarquista”, decide la excepción a cada instante, y marca así el sello de su administración. Con ello, adopta una posición “activa” en el tema sirio y aceita globalmente a la máquina imperial.

Como en el viejo siglo XX se trata todavía de una lucha entre imperialismos, pero de una subsunción de todos los imperialismos en un mismo Imperio (en una guerra civil global) sin un centro ariculador, inmanente en su operación, geoeconómico en su despliegue donde gobierno y anarquía, ley y excepción, orden y caos terminan por coincidir sin fisuras gracias a la irrigación de múltiples dispositivos policiales, militares y corporativo-financieros a nivel global. En efecto, “imperio” debiera ser entendido como el paradójico “orden” de la guerra civil global en que vivimos y que funciona como última forma de gestión sobre las poblaciones. Un “orden” que ha contemplado el desgarro de Siria desde el cinismo de un régimen que militarizó las revueltas y terminó como el nuevo “protectorado” de Rusia e Irán en el que los EEUU de Trump acaba de declarar su voluntad de participar más activamente.

Referencias:

[1] Thabitt A. J. Abdullah Dictatoriship, imperialism and chaos. Iraq since 1990. Ed. Zed Books, New York, 2006.

Rodrigo Karmy Bolton