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Feminismo y ley de cuotas: Un aporte para la política chilena

Por: Sigrid Pulgar | Publicado: 17.08.2017
Feminismo y ley de cuotas: Un aporte para la política chilena Mujer congres | Agencia UNO
El feminismo siempre aporta y la ley de cuotas no ha sido la excepción. Ha pasado de ser una medida de “acción afirmativa” que actúa como “acelerador” para aumentar la inclusión de las mujeres a la política y la toma de decisiones a ser una herramienta que permite visualizar las falencias presentes en nuestra política.

Nuria Varela, en su libro Feminismo para principiantes (Ediciones B, 2005) define al feminismo como una linterna, cuya luz es la justicia que ilumina las habitaciones oscurecidas por la intolerancia, los prejuicios y los abusos.

Una metafórica definición que nos permite entender de modo simple el aporte e impacto del feminismo para el desarrollo político y social. Hoy esa linterna vuelve a iluminar y se hace presente en la cuestionada ley de cuotas, poniendo en evidencia una complejidad adicional: la necesidad de contar con candidato/as competitivos.

¿Pero cuándo nace esta necesidad? Al parecer nace junto a la ley de cuotas ya que aparentemente antes de la existencia de esta ley nunca antes nadie se cuestionó la competitividad.

Y por tal he aquí el aporte del feminismo. Gracias a que hoy existe una ley de cuotas que simplemente facilita que las mujeres sean candidatas elegibles por los y las electoras. Es decir, no se trata de cargos reservados para las mujeres, sino de que hoy en Chile podemos reflexionar sobre la competitividad de nuestros/as candidato/as.

Ahora, lo que no sé bien y no he encontrado una explicación al respecto es: ¿Qué se entiende en el ámbito político por competitividad? Lo que sí encontré fueron las claves para ser un/a buen político/a; según el profesor Jordi Rodríguez Virgili, profesor de Instituciones Jurídico-Políticas Contemporáneas del departamento de Comunicación Pública en la Universidad de Navarra. un/a político debe ser: honrado/a, buen comunicador/a y competente en las funciones para las que ha sido elegido y, para ello, hoy en día, es fundamental tener una educación universitaria. “Cuanta más formación adquiera mejor”, dice, y agrega que la formación de un político competente depende de los puestos en los que ejerza. Por ejemplo, la formación jurista en los miembros del Congreso es adecuada porque se dedican a elaborar leyes.

¿Panorama complejo? Pues sí, muy complejo diría yo; sobre todo cuando los requisitos que se deben cumplir para postular a la elección popular son mínimos. ¿Sabías tú que en los requisitos que se exponen para ser presidenta/e de nuestra República no se especifica nivel educacional y que para optar a los cargos de senadores, diputados y consejeros regionales debes simplemente haber cursado la enseñanza media? ¿Y sabes tú que estos requisitos existían antes de la ley de cuotas? Es decir no es la ley de cuotas la que obliga a candidatear a cualquier mujer sin importar su competitividad, sino más bien esa patita coja siempre existió y por tal siempre han tenido candidatos hombres no competitivos.

¿Y por qué? Porque quienes orquestan así lo han determinado. Como explica Rodríguez Virgili, hoy en día si quieres empezar en política primero tienes que hacer buenas migas con la persona que elabora las listas de tu partido. Es el handicap de las listas cerradas.

Y digo lo han determinado porque, en términos de candidatos competitivos, siempre los partidos políticos tendrán más opciones al momento de elegir un candidato, básicamente porque los hombres han sido culturalmente preparados para desenvolverse en el ámbito público y por que han accedido a la educación más tempranamente que las mujeres y porque fundamentalmente el liderazgo siempre ha sido cosa de hombres y de “buenos amigos”.

Cosa distinta ha sucedido con nosotras, ya que desde Grecia hasta hoy hemos estado excluidas del mundo público y la educación ha estado reservada para mujeres de elite y centrada en la educación doméstica. Y es que recién a partir del siglo XIX algunas mujeres de Chile tuvieron opciones para acceder a la educación superior, las cuales en su gran mayoría pertenecían a familias acomodadas. Las demás han debido trabajar en oficios menores para poder sobrevivir. ¿Qué en los hombres pasó lo mismo y se educaban los que tenían recursos económicos?  Sí, por supuesto que les pasó en ese punto lo mismo. Pero la gran diferencia está en que la construcción social de lo masculino incentivó y reforzó en ellos sus capacidades de liderazgo. De alguna u otra forma se les otorgó más herramientas para formar parte del mundo de la representación, del mundo de la toma de decisiones y de la competitividad.

En tanto a nosotras se nos reprimió, se nos trató como objetos y cuando nos otorgaron derechos como la educación nos indicaron qué carreras debíamos estudiar (todas ellas extensión de las labores que realizamos en casa). Si a ello sumamos que nuestro derecho a estudiar en la universidad se concretó en mitad del siglo XX, pues quedamos en completa desventaja ante los hombres, ya que cuantitativamente hoy somos menos generaciones de mujeres educadas, y las educadas además se han formado en áreas determinadas de conocimiento; áreas que han sido socialmente aceptadas para mujeres. Esta es la realidad de la mujer blanca occidental. ¿Se imaginan la desventaja que debe existir para nuestra hermanas mujeres indígenas? (No por su cultura, sino por los prejuicios de nosotros los occidentales.)

Ante los hechos es obvio que vamos a tener un número limitado de mujeres y que estas sean no competitivas. Porque ello es resultado de nuestra historia que ha sido afectada además por otros factores como el handicap de las listas cerradas. Recordemos de la mano de Fernández Santiago que en Roma era tal nuestra situación de subordinación que la mujer ni siquiera tenía nombre propio, llamándosela por el nombre del padre en femenino, siendo que cuando en la familia había varias hijas, se añadía un ordinal al nombre, o se las apodaba “la mayor” o “la menor”, en caso de ser sólo dos hermanas. Sin contar con que no podían votar en los comicios, ni ser magistradas o senadoras; no podían ser procuradoras, ni fiadoras de otro, ni garantizar las deudas ajenas; se las excluía de la adopción, tampoco eran partícipes de los programas de asistencia pública de la República -ni la limosna del pan, ni el reparto del trigo-; siendo los niños mantenidos hasta los 17 ó 18 años, mientras que las niñas sólo hasta los 14 años.

Como nuestro pasado nos envuelve en desventajas y nuestro presente -ignorante de nuestro pasado- nos enjuicia, propongo conversar soluciones. ¿Exigimos alto nivel educacional a los nuevos candidatos y candidatas? ¿Montamos escuelas de liderazgo a alto nivel gratuitas y también pagadas para nivelar integralmente  a quienes ya ejercen y a quienes aspiran a ejercer? ¿Qué hacemos, qué proponen?

El feminismo siempre aporta y la ley de cuotas no ha sido la excepción. Ha pasado de ser una medida de “acción afirmativa” que actúa como “acelerador” para aumentar la inclusión de las mujeres a la política y la toma de decisiones a ser una herramienta que permite visualizar las falencias presentes en nuestra política. Nos permite reflexionar para entender que no podemos pensar que hombres y mujeres están en igual condición de competitividad o no competitividad debido a que nosotras la mujeres, aún cuando somos la mitad de la población de Chile, no contamos con las herramientas necesarias para desenvolvernos en el mundo político el cual siempre ha sido tierra de hombres.

Sigrid Pulgar