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Opinión

La desaparición: ¿Dónde está Santiago Maldonado?

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 19.10.2017
La desaparición: ¿Dónde está Santiago Maldonado? santiago | Santiago Maldonado
Los agentes militares en funciones policiales (agentes secretos, etc) que combaten a la “subversión”, a la “guerrilla” o la “infiltración comunista” son propios de las dictaduras latinoamericanas; los policiales, que combaten al “terrorismo”, son característicos de las democracias. En ambos funciona el simulacro. En ambos existe un “otro” al que se le niega el rostro.

En sus lecciones de 1976 Michel Foucault distinguía entre dos racionalidades muy precisas de ejercicio del poder, la primera remitida a la forma clásica de la soberanía consistía en “hacer morir, dejar vivir” (el emperador romano indicaba con su pulgar la muerte de algún gladiador, pero no podía extenderle o promover su vida, más allá del destino de la muerte), la segunda se articula en la forma propiamente moderna en la que que se despliega el biopoder configurada bajo la fórmula exactamente inversa: “hacer vivir, dejar morir” (o incluso “negar hacia la muerte”). Para Foucault, estas dos fórmulas co-existen. No remiten a una secuencia histórica, a un antes y un después, sino a una co-existencia en la que se penetran, alteran y modifican entre sí, permanentemente.

Por su parte, durante el año 2006, Achille Mbembe acuñó el término “necropolítica” para concebir el ejercicio del poder de muerte en el contexto de “excepción” que ofrece el contexto colonial. Por otro lado, Giorgio Agamben recordó en su momento el talante decisivo que ejerce la dimensión biopolítica de la soberanía en la medida que, bajo el dispositivo del estado de excepción, juega a la exclusión de la vida consumándo su deriva en las formas modernas de genocidio, cuya figura más emblemática, sería, según Agamben, el campo de concentración. Si bien, ni Foucault,  Mbembe o Agamben, tocan el fenómeno de la desaparición, hacen referencia a ella ya como genocidio (Foucault), como esclavitud (Mbembe) o como exterminio (Agamben). Como tal, sus trabajos ofrecen la posibilidad de hacer inteligible la desaparición como fenómeno (bio-necro) político de las sociedades modernas.

En efecto, las dictaduras latinoamericanas supieron ejercer estos dispositivos de manera radical. Pero no sólo de la dictadura vive la desaparición. También de su ejercicio “normal” de la sociedad democrática, vestido ya no bajo las formas del “enemigo interno” (enseñanza número una de la Escuela de las Américas) sino del “accidente” o del “incidente” policial confuso que pudo hacer que un cuerpo no volviera jamás. Porque en eso consiste la desaparición. No tanto en el ejercicio de muerte que conlleva un ritual y el consecuente entierro del cuerpo caído. No se trata de la narrativa heroica, sino de una simple –pero muy compleja– narrativa procedimental.

Como Adolf Eichmann quien no dejó de insistir que recibía órdenes o los miles de torturadores y/o asesinos de las dictaduras latinoamericanas que han intentado desresponsabilizarse esgrimiendo el argumento de la “obediencia debida”, la desaparición concierne una lógica burocrática muy precisa. Se trata, por cierto, de papeles. Pero, en vez de firmarlos, de borrarlos. O, si se quiere, de firmarlos para borrarlos. Si acaso, en toda firma pervive la posibilidad de la borradura, se podría decir que en todo aparato burocrático pervive el peligro de la desaparición. Porque desaparecer no es sólo matar. Es hacer invisible –invivible, si se quiere– incluso la muerte. No se trata de decidir sobre la vida o la muerte como hacía el soberano clásico, sino de hacer como si tal muerto no debiera haber existido jamás. La lógica de la desaparición implica la muerte de la muerte. Su “negación” absoluta: aquí “nada ocurrió”, “todo es mentira”, los desaparecidos “gozan de unas vacaciones en Australia”, etc. Como tal, la desaparición es una forma criminal que sólo puede darse en un contexto en que predomina la promoción incondicionada de la vida y que responde a la otrora fórmula foucaulteana de “hacer vivir, negar la muerte”.

Podríamos decir que el fenómeno de la desaparición redefine levemente tal fórmula del siguiente modo: “hacer vivir, hacer desaparecer (no morir)”. El poder de turno se ejercerá para hacer desaparecer individuos, comunidades o pueblos enteros. La desaparición es la forma fáctica de “negación” de una muerte inferida. Diremos, sin embargo, que han pervivido dos formas de desaparición que remiten a la misma racionalidad: la primera, fue aquella ejercida por los militares en base a la doctrina del “enemigo interno”, la segunda, ejecutada por la policía en base a la doctrina del “terrorismo”. La primera, se articuló durante el largo y trágico proceso de las dictaduras, la segunda, opera hoy en día durante las formas de las democracias. Los agentes militares en funciones policiales (agentes secretos, etc) que combaten a la “subversión”, a la “guerrilla” o la “infiltración comunista” son propios de las dictaduras latinoamericanas; los policiales, que combaten al “terrorismo”, son característicos de las democracias. En ambos funciona el simulacro. En ambos existe un “otro” al que se le niega el rostro. En ambos, se moviliza un conjunto de dispositivos de seguridad de extensión continental (alguna vez, fue la Inquisición, otra vez la Operación Cóndor, hoy día, la colaboración policial de carácter internacional contra el “terrorismo”). La desaparición acusa recibo de diferentes “agentes” y “agencias” orientadas a la supuesta conservación de una democracia que debe ser inmunizada de todo aquél que supuestamente la niegue.

Si hoy preguntamos por el paradero de tantos es porque el (anti) fenómeno de la desaparición sigue estando vigente. No es un asunto del pasado, incluso, cuando nuestros desaparecidos vuelven a interrumpir el plácido sueño de la historia y la denuncian con la mirada de la memoria. Frente a los burócratas que no cesan de ejercer el poder del silencio así como el silencio del poder, el pulso de nuestra vida no puede dejar de preguntar lo que hoy resulta ser la interrogante políticamente más decisiva de todas: ¿dónde está Santiago Maldonado?

Rodrigo Karmy Bolton