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Opinión

Una compañía de teatro para la liberación sexual

Por: Jorge Díaz | Publicado: 22.01.2018
Una compañía de teatro para la liberación sexual JORGE |
Desde hace varios años que existe una compañía que es una aliada absoluta en nuestra lucha por alterar la realidad con sexualidades y estéticas menos domesticadas. Esta compañía toma el nombre de “la niñahorrible” y ha trabajado prolíficamente con el travestismo como política escénica en más de cinco montajes, todos dirigidos por el actor Javier Casanga y escritos por la dramaturga Carla Zúñiga. Su último montaje “Los tristísimos veranos de la princesa Diana” se presenta en el marco de Santiago Off en el Teatro Nacional Chileno los días 25, 26 y 27 de enero.

Es importante cuando las prácticas escénicas, cuando el teatro, la actuación y la dramaturgia intervienen activamente en los procesos de liberación sexual colectiva. Tenemos que pensar a estas compañías y sus apuestas escénicas como importantes compañerxs en el activismo de la disidencia sexual, más aún en un país como en el que vivimos, donde el guión de nuestras vidas está trazado dependiendo de la escenografía social donde duermes. Porque vivir en un país que elige nuevamente a un mezquino y mentiroso empresario ególatra como presidente o donde una madre ultra-religiosa que promueve la transfobia tiene una hija trans a la que rechaza mediáticamente, es ser parte de una especie de montaje gore con variantes de teatro del absurdo. Es por esto mismo que intervenir esta narración nacional con otra historia, siempre mas exagerada y barroca, permite hacer del teatro ese espejo que nos refleja y a la vez nos deforma. Porque lo cierto es que el teatro, así como la química, se nos presenta como una molécula incompleta que requiere de otros enlaces para mantenerse estable. Unos enlaces políticos que estén atentos a nuestro cotidiano para presentarnos con más fuerza, su organización microscópica de la realidad. Una que requiere de la observación a través de lentes que con sus aumentos materialicen una imagen. Ya hace varios años, desde el 2013, que existe una compañía que es una aliada absoluta en nuestra lucha por alterar la realidad con sexualidades y estéticas menos domesticadas. Esta compañía toma el nombre de “la niñahorrible” y ha trabajado prolíficamente con el travestismo como política escénica en más de cinco montajes, todos dirigidos por el actor Javier Casanga y escritos por la dramaturga Carla Zúñiga.

(de “La trágica agonía de un pájaro azul”)

He visto la mayoría de sus montajes en la sala Camilo Henríquez, un teatro grande y de estructura clásica ubicado en el centro de Santiago, que ha abierto sus puertas luego de muchos años de silencio y que lleva a cuestas una larga tradición local con montajes célebres para nuestro país. Ahí, hemos pasado inviernos y veranos observando cómo esta compañía en su insistencia y ánimo prolífico, ensaya una y otra vez, desde la comedia a la tragedia, su posición melodramática de rebeldía a las normas hetero-sexuales que nos dominan. En sus obras siempre hay capas y capas de maquillajes y políticas donde van tomando posición, en acto y en escena, las sexualidades abyectas, los géneros en confusión y los problemas de las mujeres. Han decidido profundizar en las estéticas del travestismo, un travestismo oscuro y cercano a la danza butoh, esa manera que desarrollaron artistas para sobrevivir al horror, maquillando de blanco sus rostros sufrientes.

(de “Historias de la amputación a la hora del té”)

“La trágica agonía de un pájaro azul”, “los tristísimos veranos de la princesa diana” o “historias de la amputación a la hora del té” son algunos de los títulos de estas obras escritas por Carla Zúñiga, dramaturga de la compañía, formada en la tradición de la escritura de Juan Radrigán, autor que siempre trabajó para exponer las historias del pueblo pobre. En sus textos circulan princesas anoréxicas encerradas en castillos, mujeres feas y abandonadas que quieren suicidarse como política de emancipación personal, hombres viejos que luego de toda una vida deciden utilizar vestidos, mujeres que les entregan sus hijos a los travestis para escapar del yugo de la maternidad, cajeras de supermercado que se orinan y lloran ante el dolor de la muerte, jóvenes enfermas de cáncer que antes de morir quieren conocer a sus padres o niñas-niños que tienen sexo con sus compañeros en los parques a la salida del colegio. Sus historias, que tanto nos implican, parecen sacadas de ese universo de las teleseries de los años 90 con las que fuimos criados, con algo de las películas de Pedro Almodóvar y su destape sexual en la españa post-franco y la espesura de las letras del escritor José Donoso.

Es necesario recordar que la figura del travestismo, con todas sus excentricidades y amaneramientos, ha sido clave para pensar y ejercer la libertad sexual en estos contextos de represión política. Para las prácticas artísticas y ciertas políticas feministas, esta estética representó una resistencia al modelo consensual de los acuerdos que pactó esta democracia neoliberal que tenemos luego de la dictadura. Porque sus juegos de roles, sus plasticidades de género y sus arabescos nocturnos burlaban y, aún lo hacen, una vida que se divide en un binario sexual, mezquino y asfixiante. Siempre me ha intrigado las mujeres que trabajan y exploran este espacio del travestismo como una falsa copia que desde este territorio al sur del mundo, hace muecas de desprecio a un primer mundo que ostenta de originales.

(de “Los tristísimos veranos de la princesa Diana”)

Pienso que la historia del país, plagada de injusticias, pero también de rebeldías, puede contarse desde el trabajo de una compañía de teatro como esta. Sería muy importante que sus historias estén en los textos escolares que es donde se leen siempre las primeras dramaturgias. Porque manifiestan un mundo, tiempos y procesos colectivos de creación de ficciones que nos alertan y despiertan en esta isla adormecida que habitamos.

Celebro los desvíos sexuales de estas mujeres raras en escena, travestidas, suicidas, enfermas y aborteras que esta compañía insistentemente trabaja como manifiesto, como cuando dicen: “en este mundo de mierda solo existen los hombres, son ellos los que gobiernan el mundo y nos aplastan como moscas. Incluso nosotras somos hombres disfrazados de mujeres. Las mujeres no existen, nunca existieron, no son más que un mito, una leyenda, algo que alguien alguna vez dijo que existía. Somos hombres que sangran y que engendran a otros hombres” Carla Zúñiga, los tristísimos veranos de la princesa Diana.

 

Jorge Díaz