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Una mala educación reproduce una sociedad de mala calidad

Por: Ricardo Candia Cares | Publicado: 06.02.2018
Una mala educación reproduce una sociedad de mala calidad gerardo | Foto: Agencia Uno
Sorprende la ligereza, liviandad y superficialidad con que entiende el proceso de enseñanza y aprendizaje el nuevo ministro. Y que no asuma, quizás ni siquiera sepa, que las autoridades educacionales de al menos cuatro gobiernos, solo han intentado con éxitos relativos, administrar una crisis que no da luces de término.

El sistema educacional chileno da cuenta de agudos síntomas de inequidad, segmentación social y de deficiente calidad.

Informado y demostrado por mediciones de distinto origen -OCDE, Unesco e instituciones nacionales y por sobre todo por movimiento sociales que han denunciado sistemáticamente la declinación del modelo educacional a niveles alarmantes-, el orden político ha impulsado importantes modificaciones legislativas que no han sido capaces de representar un cambio estructural que permita superar los problemas mencionados.

La decisión de un cambio paradigmático, más bien, no ha estado en la voluntad del consenso político que sostiene todo el sistema. La legislación educacional ha ido a contrapelo de las exigencias de los actores del mundo de la educación -profesores, estudiantes, padres y apoderados- y ha sido consecuente con los principios neoliberales que impone su hegemonía.

Los esfuerzos realizados desde los ’90 por los gobiernos de la Concentración, la Alianza por Chile y -especialmente- por la Nueva Mayoría han estado marcados por la implementación de medidas compensatorias, en grado importante encaminadas a corregir los efectos del mercado, pero sin cambiar sus orientaciones marco.

Aunque el mito impuesto por el sistema económico -de que los privados siempre son más eficientes que el Estado- se haya caído por sí sólo en lo que respecta a educación, estos esfuerzos por mantener ese convencimiento, se mantienen en plena vigencia.

El actual modelo se origina en una decisión precisa, concertada y buscada por los sectores políticos que han impuesto su hegemonía económica y, con divisa varia, han transformado al sistema educacional chileno en un rentable negocio

Todas las modificaciones han respondido a las necesidades de perfeccionar su contenido y, por sobre todo, para evitar que sus debilidades se agudicen, en el convencimiento que esta es la educación que este país requiere.

La tendencia recurrente de las autoridades de ejemplificar con modelos educacionales de excelencia se cuidan de ocultar un hecho de la mayor relevancia: los países que poseen una educación reconocida como de la más alta calidad, primeramente asumieron el consenso respecto de un tipo de sociedad sobre la cual querían desarrollarse y, sobre ésta base, coincidieron en sistema educacional necesario. En este camino, el modelo económico fue sólo un instrumento.

Y si de diferencias se trata, el modelo económico definido por nuestro consenso, el más despiadado neoliberalismo capitalista, ha construido un tipo de sociedad basado en el desprecio de los derechos sociales, en la comprensión de que la iniciativa privada es un dogma inmutable, que el medio ambiente es un continuo infinito susceptible de explotar eternamente, y que solo vale aquello que tiene un precio. El instrumento se transformó en un fin en sí mismo.

Lo que define la mala calidad de nuestra educación es la mala calidad humana de nuestra sociedad.

Si nos atenemos a las opiniones del nombrado ministro de Educación, no podemos esperar nada distinto.

El advenimiento de la derecha al gobierno se explica por la necesidad del sistema de asegurar que las brechas abiertas por la fuerza de los movimientos sociales no siga horadado el entramado institucional, más aún cuando innumerables, graves e inéditos hechos de corrupción asolan a instituciones puntales en el orden democrático, y generan un estado de ánimo que pone en entredicho la legitimidad que el orden necesita.

Ordenar la casa parece ser la máxima de las nuevas autoridades.

En ese plano, los actores de la comunidad educativa -mayormente refractaria al modelo reinante- deben tomar nota de las opiniones de la nueva autoridad educacional.

Sorprende la ligereza, liviandad y superficialidad con que entiende el proceso de enseñanza y aprendizaje el nuevo ministro. Y que no asuma, quizás ni siquiera sepa, que las autoridades educacionales de al menos cuatro gobiernos solo han intentado con éxitos relativos, administrar una crisis que no da luces de término.

Los procesos educativos del siglo XXI requieren de importantes transformaciones si se proponen favorecer procesos de aprendizaje que vayan construyendo sujetos críticos y reflexivos, capaces de relacionarse de manera distinta con el conocimiento, con la capacidad de comprender, explicar y criticar su realidad, de relacionarse con los otros respetando la pluralidad, de buscar y crear caminos, con la posibilidad de ir más allá de los límites impuestos y no sólo adquirir las competencias básicas para incorporarse al crecimiento económico.

No cabe duda que la educación no puede pensarse exclusivamente al servicio de las necesidades y requerimientos del sistema económico. La escuela también debe satisfacer necesidades de carácter cultural, social, ético y, fundamentalmente, de desarrollo personal, que no responden, de manera única, a las necesidades de los procesos productivos. Por tanto, debe considerar al estudiante como un sujeto social que debe incorporarse activamente no sólo a los procesos de crecimiento, como mero recurso humano, sino que también a los de transformación.

En esta disyuntiva debería encontrarse nuestro país: construir una sociedad en la que la educación así descrita sea posible.

Ricardo Candia Cares