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Opinión

Paren el mundo: Viña tiene Festival

Por: Jaime Coloma | Publicado: 24.02.2018
Paren el mundo: Viña tiene Festival VINA | Foto: Agencia Uno
¿Para que amargarme? Total está el festival de Viña aletargándome un rato y puedo sentir los aplausos, ver a toda esa gente linda bailando al son de sus grupos predilectos y vistiendo de manera acorde a lo que exige lo ya establecido por ellos mismos.

El fenómeno festivalero que inunda nuestras mentes por estos días, algo que da cuenta de cómo se estructura nuestra cultura pop, esa que establece ideas y relatos públicos que, cual círculo vicioso, nutre nuevamente a los medios para seguir profundizando aquel contenido que cuestionamos y muchas veces criticamos.

A finales de febrero, el cada día más alicaído mundo televisivo se prepara -en una especie de estertor agónico- para mantener viva la llama farandulera de la que tanto reniega durante el año, dando inicio a los diversos eventos del FESTIVAL INTERNACIONAL DE LA CANCION DE VIÑA DEL MAR, así con mayúsculas, ya que sin duda, a nivel local, es el signo real que evidencia el funcionamiento, centralismo, y frivolización de la otrora llamada pantalla chica.

Sería torpe negar que la industria televisiva representa al mundo del espectáculo chileno, es el espacio donde se desarrolla de manera local lo que creemos es el equivalente al glamour internacional. Por lo mismo, sería un error pensar que no importa a nivel televisivo lo que ocurre en esta fiesta estival, donde se supone que se elige una canción representativa de algo que por supuesto no tenemos claro qué es, pero es.

El festival de Viña como fenómeno es una serie de recitales televisados que nutren durante un tiempo la industria del espectáculo chileno. Parte con una gala donde se muestra la ropa y se establece el quién es quién a nivel mediático; sigue con programas satélites; romances ficticios o reales; peleas entre posibles reinas de belleza que tratan de justificar no ser solo un pedazo de carne en exposición, argumentando que serán elegidas por su contenido y no por tener buen cuerpo y agraciada cara; triunfos o fracasos en el escenario de la Quinta Vergara; acaloradas discusiones en redes sociales que también son tomadas por los medios; desempeño de animadores y sus looks; además de uno que otro representante del mundo paranormal que verá en las cartas, la cara o la mano de alguien el cómo le ira a “X” artista en su presentación.

Mediáticamente hablando, Chile se paraliza y se vuelca a este evento que dura poco más de una semana, dejando guardado para los momentos de crisis las rutinas de humor que serán vistas en los matinales hasta el hartazgo cuando sientan que están bajando en competitividad.

Lo complejo es que Chile y el mundo NO paran, por más que la discusión mediática y el foco de interés estén puestos en lo que ocurre en la quinta región costa. Se saca del currículum educativo de tercero y cuarto medio los ramos de filosofía y ciencias naturales, se sube el valor del transporte público, se nombran asesores del gobierno entrante, Donald Trump plantea que los profesores de escuela en Estados Unidos estén armados, sigue el conflicto mapuche en La Araucanía, fascistas italianos han devuelto a Mussolini a la palestra pública reivindicándolo, los océanos están cada día más contaminados y pierden especies sustanciales para el equilibrio del ecosistema. Y así suma y sigue.

Por supuesto que nada de esto es relevante, ya que la televisión está para entretener y no para reflexionar sobre estos temas. Hacerlo es de tontos graves que no entienden lo que realmente necesita la sociedad chilena: circo, porque para comer pan también nos endeudamos.

Entiendo que nada de esto importe realmente, ya se viene marzo y los niños entran a clases y pase lo que pase en el planeta yo tengo que seguir levantándome para ir a trabajar al día siguiente y esto finalmente no me afecta en forma directa o, por lo menos no veo que me afecte. ¿Para que amargarme? Total está el festival de Viña aletargándome un rato y puedo sentir los aplausos, ver a toda esa gente linda bailando al son de sus grupos predilectos y vistiendo de manera acorde a lo que exige lo ya establecido por ellos mismos. Odiando y amando a unos y otros y volcando mis anhelos y frustraciones en lo que pasa en esta especie de sonambulismo al que me someten los medios tradicionales. Por suerte al final, como dice Mafalda: “el mundo queda tan lejos”.

Jaime Coloma