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Opinión

Violencia en el Campus Juan Gómez Millas: Estoy harta de FF.EE. de punto fijo afuera de la universidad

Por: Ana María Baeza | Publicado: 29.05.2018
Violencia en el Campus Juan Gómez Millas: Estoy harta de FF.EE. de punto fijo afuera de la universidad |
Me doy la vuelta por Los Alerces hasta Macul. Aún está la prensa, increpo a un periodista de Canal 13 que habla por teléfono: “Sí, encapuchados”. “¿Cúantos detenidos hay?”, le pregunto. Él se da solo por aludido: “Yo solo relato lo que veo, señora”. “Tú no viste nada, estás relatando lo que te dijeron que pasó. Un periodista serio se asegura de sus fuentes», le digo. Otro hombre, su compañero del Canal 13, supongo, me dice: “cállate loca, deja trabajar”.

¿Viste las noticias? Te estoy llamando hace rato. Me avisa Julio por teléfono. Acabo de terminar mi clase de postgrado sobre poesía de mujeres. “Ha sido un día terrible, me cortaron el agua, lo único que faltaría es que le pase algo a mi auto”, le digo a Álvaro, que está retirando el computador de la sala. Por el camino a la salida voy escuchando las conversaciones “quemaron unos autos”, dicen. Tengo que dar la vuelta, no puedo salir por Las Palmeras donde estacioné. Tengo que caminar dos cuadras para llegar ahí.

Aunque tuve solo dos estudiantes (el magíster de género estaba en paro feminista), disfruté mucho la clase. Reflexionamos sobre la polémica de que personas trans participaran en las asambleas de mujeres y cómo eso nos instaba a pensar con mayor profundidad en lo que definimos como identidad femenina, hablamos sobre el libro «Trópico mío» de Mara Rita. Compartimos desde nuestras experiencias la necesidad de crear espacios para mujeres donde podamos decir las cosas que muchas veces no nos atrevemos a decir, o para disfrutar simplemente de escucharnos en el contexto de un entorno (la poesía, en este caso) en el que somos tan poco escuchadas.

A las 20.20 horas encuentro la calle Las Palmeras con una banda amarilla de plástico que la viste de escena del crimen. Hay unos restitos de pasto cuasiquemado (¿la barricada?). Un carabinero de Fuerzas Especiales resguarda que nadie entre ni salga, están esperando los peritajes. Hay cuatro autos siniestrados, me dice el efectivo, el suyo también debe estarlo porque no tenemos más autos en esta calle. Llama a su compañero y le dice “aquí está la dueña del otro vehículo que faltaba por identificar”. Sin perder la calma le doy la patente. Como no se puede mover del punto le pide a otro carabinero que me acompañe para verificar el estado de mi auto.

“Mis estudiantes no son delincuentes”, le digo al uniformado que me acompaña mientras vamos caminando. A pesar del enorme casco que tiene puesto en la cabeza me escucha y responde: “¿usted es profesora? Pero si esto lo hicieron los estudiantes”, me contesta. “Y cómo sabe, acaso ya hizo una investigación?”, replico. “No, pero eso es lo que se sabe, pues», agrega.

Ahí estaba, en la esquina de Las Palmeras con Virginio Arias, donde han demolido cuatro casas para hacer otro edificio. Mi auto está intacto, esperándome, fiel como siempre, aunque no tenga seguro y esté cubierto de polvo. Otros tres vehículos estaban quemados a lo largo de la cuadra. Me llama la atención un sujeto vestido con polera de manga larga de rayas azules. Parece desesperado, pero habla con familiaridad con los efectivos, pareciera uno de los dueños de los vehículos quemados. Es un civil, no sé qué hace ahí, por si acaso y por costumbre le tomo una foto. No dejan pasar a nadie ni a los residentes. Me dicen que no puedo sacar mi auto de la calle hasta que vengan los peritos. Por algún motivo, todos los otros autos que estaban allí cuando llegué ya no estaban. Solo los tres quemados y el mío. Esto ocurrió como a las 18.30 de la tarde, me dicen. Me subo y enciendo el motor.

Mañana acompañaré a mis futuros colegas a una audiencia en el 8vo. Juzgado de Garantía de Santiago. El 11 de septiembre del año pasado tomaron detenidos a 47 estudiantes de distintas facultades del Campus Juan Gómez Millas. Iban a pleno día, preparaban un baile tinku para lo que uno de los muchachos pidió permiso a Carabineros de ocupar la calle. Le dijeron que no y le pidieron el carnet para un «control de identidad». Luego él también fue citado bajo apercibimiento, aunque no había sido detenido como los demás. Iban poniendo velas en la vereda para hacer presente que las nuevas generaciones aún necesitan conmemorar uno de los episodios más violentos de nuestra historia. Iban marchando para juntarse con otras columnas de estudiantes que desde la UTEM y la UMCE se dirigían al Estadio Nacional. Cuando salieron a Avenida Grecia un grupo de 5 encapuchados, aproximadamente, armaba una barricada cerca de la entrada de la Universidad de Chile. Carabineros actuó de inmediato, pero no contra los encapuchados. El carro lanza aguas primero lanzó sobre el paradero de Transantiago y después sobre las estudiantes que estaban poniendo velas y ocupando la calle con sus danzas. Luego, un piquete de alrededor de 25 efectivos de Fuerzas Especiales se les fue encima, los arrinconaron. Las estudiantes intentaron escapar entrando a la universidad y a un condominio vecino donde les abrieron la puerta. De todos modos Carabineros ingresó a estos recintos tomando detenidos a los 47 estudiantes, más un menor de 12 años que pasaba por la calle, además de un músico ambulante que se encontraba en el paradero de micros. El menor fue retirado por su madre del furgón de Carabineros. Ninguno de los 5 encapuchados fue detenido.

Ocho meses después no les permitirán la entrada al recinto del Juzgado de Garantía, conocido como “El mall de la delincuencia” y resguardado por gendarmería. Están citados, obligadas a comparecer, pero no los dejarán entrar por ser un grupo grande de personas jóvenes con mochilas. Los retendrán e irán a buscar una autorización especial y una lista para que pasen de uno en una. Pero ellos estaban juntos, hicieron redes de apoyo, asambleas, contrataron abogados de la defensoría popular y vendieron colaciones para financiarlo. Les ordenarán ponerse en fila. Uno detrás de la otra, se verán como niños obedeciendo las órdenes del inspector del colegio. Unas sonreirán, mirarán sus celulares, otros permanecerán callados y nerviosos.

Tanto la detención, como la extensión del parte y el requerimiento de Fiscalía están llenos de irregularidades que no detallaré porque pueden ser consultados en tanto se trata de documentos públicos.

La jueza los nombra uno a una, anota su domicilio y declara: “debido a que solo se trata de una falta por la que ya pagaron una multa, y entendiendo además que la gran cantidad de intervinientes generaría muchos mayores gastos para el estado de los que la persecución requiera, teniendo que destinar recursos a delitos de mayor importancia, entonces, la fiscal titular comunica su decisión de abandonar esta persecución.” La jueza consulta: «¿Aparece alguna víctima en este caso?». La Fiscal no ha respondido nada de lo que la jueza ha consultado cerca del micrófono, por lo que no se escucha. “¿No hay víctimas, verdad?”, insiste la jueza. “Nosotros”, responderán los estudiantes que repletan esos asientos más parecidos a bancas de iglesia que a sillas universitarias, ordenados frente a un vidrio que los separa de la sala de audiencias. Desde ahí, podrán escuchar lo que se dice por un parlante, pero ellos no serán escuchados.

Todo esto me llena de rabia, estoy cansada de sentir un helicóptero sobrevolando mi cabeza en la facultad cuando intento trabajar. Estoy harta de que el paisaje universitario esté flanqueado en sus esquinas por vehículos policiales y Fuerzas Especiales de punto fijo. Que hayan instalado un cuartel en plena Av. José Pedro Alessandri sin ninguna señalética que diga “Carabineros de Chile”, igual que en la dictadura, como esos autos sin patentes que eran de la CNI y circulaban como advertencias ambulantes acerca del silencio que debíamos guardar. ¿Cuánto tarda en quemarse un vehículo? ¿Cuánto tarda Carabineros en llegar si están del otro lado de la calle? Pero las Fuerzas Especiales las habían llamado del centro, los Carabineros se desplazaron desde allá, ellos mismos me dijeron. Y el carro lanza aguas de punto fijo vino a apagar el incendio que bomberos –¡que había llegado primero!- no había podido apagar.

¿Número de detenidos? Ninguno.

Apago el motor, me bajo del auto, aprovecho de dar unas declaraciones ya que está toda la prensa. Después de que hablo nadie me pregunta nada. Asumo que no van a publicar mis palabras. Alguien se acerca y me comenta que Carabineros tardó más de media hora en llegar, que primero llegaron los bomberos. De cualquier forma tengo que esperar. Aprovecho el tiempo: hago preguntas a los Carabineros de Fuerzas Especiales. Entro de nuevo al campus, a esa hora solo encuentro a un administrativo que me cuenta que vio un piquete de carabineros entrar hacia el Instituto de la Comunicación e Imagen (ICEI), la portera de Las Palmeras me dice que entraron encapuchados corriendo a la universidad, que eran como 20. Pero no les lanzaron gases lacrimógenos. No había ningún rastro de gas en el campus, ese que se queda impregnado por días en las sillas, los muros, los árboles. Encuentro algunas estudiantes de la toma, dicen que los encapuchados que entraron corriendo las insultaron: “Maracas”. Me doy la vuelta por Los Alerces hasta Macul. Aún está la prensa, increpo a un periodista de Canal 13 que habla por teléfono: “Sí, encapuchados”. “¿Cúantos detenidos hay?”, le pregunto. Él se da solo por aludido: “Yo solo relato lo que veo, señora”. “Tú no viste nada, estás relatando lo que te dijeron que pasó. Un periodista serio se asegura de sus fuentes», le digo. Otro hombre, su compañero del Canal 13, supongo, me dice: “cállate loca, deja trabajar”.

Aquí no dejan entrar a la prensa al peritaje. No es lo mismo como en los programas “Alerta Máxima” o “133 atrapados por la realidad” o “Policías en acción”, cuando las cámaras de la televisión privada siguen a los Carabineros y PDI en sus operativos espectaculares en contra de la delincuencia.

El periodista repite la información de Carabineros y le da cámara al Fiscal.

En la universidad nos dedicamos a pensar. Invito a la ciudadanía, y en especial a los y las periodistas del país, a hacer lo propio.

Ana María Baeza