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Opinión

El Nazional-Norteamericanismo

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 21.06.2018
El nazional-norteamericanismo apela a la construcción mítica de un EEUU supuestamente “grande” que habría sido olvidado (“Make America great again” era el slogan de Trump). Tal mito activa las potencias de la caza y minimiza las del pastor que pretendía educar a la humanidad en torno a “valores”. Hoy, el nazional-norteamericanismo consiste en identificar sus “valores” con el paradigma de la “caza”.

Las derivas de los EEUU han sido impactantes solo para aquellas conciencias que abrigaban esperanzas de que la historia imperialista de los EEUU eran sólo un asunto excepcional. Pero cuando los tiempos hacen de la excepción la regla, no sólo aquello que parecía aislado se torna permanente sino que en ello alcanzamos un grado de cognoscibilidad que vislumbra a toda una racionalidad sobre la que se ha tejido la historia de la infamia. Los instantes de lucidez llegan, a veces, en los peores momentos porque sólo estos últimos, dejan entrever la verdad de la época de supuesta normalidad.

La verdad del presente estadounidense es la de un presidente que no sonríe. La sonrisa, símbolo milenario del “kerigma” cristiano –esto es, la proclamación homilética de la “buena nueva”- tejió por siglos la performance discursiva de la imperialidad occidental. La empresa hispana de conquista de las Indias Occidentales (América) fue articulada por el “kerigma” de la evangelización (“nosotros los españoles traemos la “buena nueva”), su relevo franco-británico que expandió su empresa imperial hacia el mundo árabe, Asia y África se articuló en base al “kerigma” de la civilización (“nosotros los franceses y británicos traemos la “buena nueva” de la razón) y, finalmente, su relevo norteamericano atlántico termina desplegando su forma imperial a partir del “kerigma” de la democratización (nosotros los norteamericanos traemos la “democracia”, como antes se anunció la llegada de Cristo).

Sin embargo, la performance kerigmática que hacía de la sonrisa el signo distintivo de una liturgia del poder, orientaba todos sus esfuerzos a la supuesta salvación de las almas. En este registro, siempre se trató de “salvar” a los bárbaros de sí mismos, a los ignorantes de su falta de cristianismo (España-Portugal), civilización (Francia-Gran Bretaña) o democracia (EEUU). La narrativa pastoral que posibilitaba la implementación de una tecnología de gobierno sobre las poblaciones colonizadas se combinó con su reverso especular: el derecho a la “caza” de cuerpos que, como animales, jamás podrían ser parte del Ius Publicum Europeaum.

La benevolencia pastoral y la rapiña de la caza, el proyecto de salvación de las almas combinado con la necesaria violencia para “obligarles” a ser salvados por medio de la “caza” (inscribir sus cuerpos en una trama gubernamental) ha sido puesto a la orden del día gracias a la reflexión de Gregoires Chamayou en su breve texto Las cacerías del hombre. Desde las discusiones sostenidas en las Juntas de Valladolid (1550-1551) enarboladas por Ginés de Sepúlveda en torno a la necesidad de la “guerra justa”, hasta el compromiso global de articular la Pax Americana a la luz de la eterna “guerra contra el terrorismo” ad portas del siglo XXI, tiene lugar una frágil maquinaria que combinaba la sonrisa del pastor con la violencia del cazador (Bush jr. pudo decir que había que “dar caza” a Osama Bin Laden declarando así un estado de excepción global).

Pero ¿qué queda en el instante en que la performance kerigmática sucumbe a sus posibilidades históricas? ¿qué efecto tiene el que el dispositivo que había aceitado litúrgicamente al poder hoy se halle agotado? Ante todo, la caza incondicionada. Y ello, alegorizado por la falta de sonrisa de Trump. Su saludo no trae sonrisa, carece de kerigma, dejando al despliegue imperial exclusivamente a la caza.

Corretear animales, perseguirles con perros, enjaularles, ahuyentarles con escopetas y caballos de fuste, todo ello compone –según Chamayou- le tecnología de la caza que hoy se pone en juego bajo el rasero de la seguridad. Los indeseables, los cuerpos que no caben en el precario horizonte de esta nueva pequeña burguesía planetaria, son arrojados a la caza. No hay “buena nueva” que proclamar y sólo una caza que desencadenar. Toda política se deja envolver por la caza. El pastor ha sucumbido y, con ello, se ha dejado ver que todo pastor no era más que un cazador, que toda promesa imperial era, a la vez, la catástrofe de la dominación. La sonrisa no hace falta: desde Trump a Putin, ningún gobernante sonríe. La falta de “kerigma” y su dinámica pastoral es más que evidente, su vaciamiento redunda en la puesta en escena de la “caza” en la forma de una tecnología del poder consumada en la destructiva forma de una guerra civil planetaria.

Excursus: En Chile hemos experimentado brutalmente esta condición. Que la Iglesia católica hoy nos ofrezca el ominoso espectáculo de los “abusos sexuales” tiene que ver precisamente con el agotamiento del dispositivo kerigmático operado histórica y litúrgicamente por el pastorado. Una conexión no arbitraria liga este problema con el que trae a la luz el Nazional-Norteamericanismo en el que el pastor se muestra como cazador, en que la democracia se muestra sólo como imperium. Si la Iglesia mundial -y no sólo la chilena- es puesta en tela de juicio por su participación en casos de abuso sexual que –como nos hemos ido enterando- parecen ser cada vez más masivos, es precisamente porque, en cuanto paradigma político de los Estados modernos, la deslegitimación de la Iglesia impacta inmediatamente en las formas de operar de las instituciones político-estatales y, mas propiamente, en la deriva imperial en la que se experimenta un agotamiento del dispositivo kerigmático que dio consistencia a la sonrisa del proyecto norteamericano-atlántico. Es evidente que una no es causa de la otra, sino tan solo escenas de una misma constelación.

Hoy, cuando los EEUU se han salido de la comisión de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en solidaridad con Israel (no es casualidad que precisamente sea con el Estado sionista con quien los EEUU contraiga el mayor compromiso, precisamente cuando este último ha sostenido su política de colonización sobre palestina en base a la “caza”) y lo que el cinismo lexical aún concibe como “política migratoria” -lo que no es más que una política de caza- separando hijos de sus padres en orden a protección nacional, se ha terminado imponiendo lo que podremos llamar el nazional-norteamericanismo es decir, el discurso que sintomatiza el vaciamiento del dispositivo kerigmático de tipo pastoral, en la emancipación incondicionada de la caza como securitización total de la vida social.

El nuevo fascismo, decía Deleuze, no será sino aquél que promueve un gran pacto por la seguridad global. El nazional-norteamericanismo es la expresión de ese gran pacto que sólo encuentra en Trump su verdad, pero que halla sus condiciones de posibilidad en toda la deriva imperial. El nazional-norteamericanismo apela a la construcción mítica de un EEUU supuestamente “grande” que habría sido olvidado (“Make America great again” era el slogan de Trump). Tal mito activa las potencias de la caza y minimiza las del pastor que pretendía educar a la humanidad en torno a “valores”. Hoy, el nazional-norteamericanismo consiste en identificar sus “valores” con el paradigma de la “caza”. El nazional-norteamericanismo no es una doctrina claramente asentada, sino el síntoma del agotamiento kerigmático en el que se muestra que el pastor era el cazador.

Las posibilidades de una insurrección no puede jamás pasar por una restitución del pastor (es decir, de la “democracia liberal” que hoy ha sido devastada por el capital corporativo-financiero). Este último puede expresar “empatía” con los oprimidos pero, tal como nos recordaba el viejo Benjamin, ésta será siempre la pasión de los opresores. La “empatía” ya es el fascismo que se pretende conjurar. Por eso, una insurrección contra estos nuevos tiempos, no puede sostenerse en base a la “empatía”, sino sólo en torno a una concepción de la historia trazada desde el punto de vista de los oprimidos, que muestre que el “estado de excepción en que vivimos, es la regla”. Sólo tal concepción –y no la “empatía”- puede ofrecernos una verdadera “chance” contra el fascismo.

Rodrigo Karmy Bolton