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Elecciones en EE.UU: Un “Referéndum” a Trump

Por: Tomás Croquevielle | Publicado: 31.10.2018
Elecciones en EE.UU: Un “Referéndum” a Trump |
Este 6 de noviembre se lleven a cabo las denominadas elecciones de medio término en en el país norteamericano. La primera prueba electoral a gran escala del actual gobierno y los republicanos, en donde cuyos resultados prometen radicalizar, el ya polarizado, escenario político estadounidense.

No se recordaba en la reciente historia estadounidense una elección de medio término generara tal nivel de interés, análisis y especulación. Emoción y expectación que alcanzaron nuevos niveles tras la seguidilla de casos de cartas bomba enviadas a figuras demócratas y progresistas como el expresidente Obama, Hillary Clinton y el filántropo multimillonario, George Soros, cercano a aquel partido.

Tenso hecho ocurrido durante la recta final de la campaña, justo en momentos que el presidente Donald Trump se encuentra de gira apoyando a los candidatos del Partido Republicano, con la intención de movilizar a su base de apoyo y nutriendo el relato de que sus adversarios demócratas se han vuelto extremistas. Buscando posicionar a su partido como la única fuerza que puede mantener la estabilidad del país y agenda de nacionalismo, crecimiento económico y conservadurismo social.

Referéndum a Trump

En esta elección, como no se recordaba, la figura del mandatario se ha convertido en el centro del debate político, o se está con el presidente Trump y el Partido Republicano o contra él y con los demócratas. Actualmente, la aprobación del presidente es entorno a un 40% y su desaprobación en alrededor del 50%, encontrándose los demócratas ampliamente movilizados y entusiastas sobre sus posibilidades, apelando a la idea de ser un contrapeso a la agenda conversadora, proteccionista y personalista de la actual administración.

En esta elección, a realizarse el martes 6 de noviembre, se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes (símil estadounidense de nuestra Cámara de Diputados en Chile) y 35 escaños del Senado. Este tipo de elección, que se realiza cada dos años, se le suele presentar una significativa menor atención que a los comicios presidenciales, redundando en una participación electoral significativamente menor (30-40% del padrón versus 50-60% de las elecciones presidenciales). Aquello, pese a que lo que sucede en el Congreso es realmente trascendental, en un país en donde la constitución divide el poder político en las tres ramas del estado (legislativo, ejecutivo y judicial), estableciendo mecanismos explícitos de equilibrio de poder entre estas.

Equilibrios en juego

En la actualidad, el parlamento estadounidense se encuentra controlado por el oficialismo, del Partido Republicano, aunque su predominio es uno frágil. Mientras en la Cámara de Representantes estos poseen 238 escaños de 435 (que se eligen o re eligen cada dos años), en senado (con senadores que duran 6 años) tiene una delicada mayoría de 51 asientos de 100. Hegemonía que, como se espera, quede debilitada tras las elecciones.

Y es que, la historia nos muestra que desde 1934 el partido de un nuevo presidente sufre una pérdida, en promedio, de 23 escaños en la Cámara de Representantes en sus primeras elecciones de medio término. Las encuestas señalan que los demócratas, hoy con 197 congresistas, tiene una muy buena posibilidad de, tras 8 años, obtener una mayoría absoluta de aquel órgano legislativo de 218 congresistas. Esto, en la medida que una veintena de curules bajo control republicano son en distritos en donde Hillary Clinton tuvo más voto en 2016 que Trump.

En el senado, en cambio, las elecciones se encuentran cuesta arriba para la oposición demócrata. Desventaja basada en que estos tienen que defender 25 escaños, de los cuales 10 se encuentran en estados en los que Trump obtuvo una mayoría de votos en las últimas presidenciales, 9 de ellos con victorias de más de 10 puntos porcentuales. Por lo que lo más probable es que la mayoría republicana en el senado aumente, o al menos se mantenga.

40 años de polarización

Una característica estructural del sistema político estadounidense es que, dada su naturaleza altamente polarizada, las identidades partidarias tienden a ser muy estables, generando que  el parlamento suela tener una composición política muy rígida. Desde la década de los 70’ que ambos partidos han, gradualmente, configurado un electorado cada vez más rígido.

Realidad especialmente evidente durante estas primeras décadas del siglo XXI, en donde, según la característica regional y local (urbana o agrícola) del votante, el apoyo electoral a los candidatos demócratas o republicanos. Como cerca del 90% de los candidatos son representantes o senadores que buscan la reelección (la cual es indefinida), obteniéndose en la inmensa mayoría de los casos, es muy poco el espacio que hay para cambios significativos en los equilibrios de poder en el parlamento.

Una de las oportunidades donde hay mayor posibilidad de reestructuraciones políticas en los balances de poder, son en las primeras elecciones de medio término de un presidente electo como de las que seremos testigos. Aquello, porque, al disminuir significativamente la participación, quienes no están satisfechos con las políticas que impulsa el gobierno y/o con los resultados económicos suelen ser un electorado significativamente mayor.  Fue lo que ocurrió con las primeras elecciones de medio término de los presidentes demócratas Bill Clinton y Barack Obama.

Clinton, elegido bajo una agenda progresista y con el mandato de mejorar la economía tras la recesión de principio de los 90’, sufrió en las elecciones de medio término de 1994, una auténtica embestida republicana, que capitalizó en la imagen de debilidad de Clinton, quien había sido incapaz de aprobar su reforma a la salud. Esto, sumado a la lenta recuperación económica, logró una gran movilización electoral que le permitió a los republicanos el obtener 54 escaños en la Cámara de Representantes y 9 en el senado, haciéndose con el control de ambas cámaras tras 40 años.

Aquello, generó que los republicanos buscarán impulsar un programa de medidas de ajuste fiscal y reformas políticas de índole conservadora prometida durante la campaña, denominado “Contrato con EE. UU”, que estuvo en constante conflicto con el ejecutivo demócrata. Enfrentamiento que se materializó en el cierre del gobierno de 1995-1996 y el proceso de impeachment contra de fines de siglo, los cuales forzaron a la administración Clinton a virar políticamente a la derecha. Giro que vino de la mano de una estrategia de “Triangulación”, por parte del gobierno de Clinton, basado en la búsqueda de acuerdos con la oposición republicana, impulsando varias políticas de corte conservador.

Con Obama, el giro político fue igual de drástico y el bloqueo político de similar hostilidad. En aquella oportunidad, la ambiciosa agenda de transformación política y recuperación económica de su administración no consiguió igualar las enormes expectativas tras su elección como presidente en 2008.

Aquello generó dos años después, este fue castigado en las urnas durante sus primeras elecciones de medio término por una gran movilización conservadora del denominado Tea Party. Aquel movimiento ultraconservador, muy bien financiado por empresarios de derecha, enarboló las banderas del populismo de derecha, como el rechazo del estímulo económico fiscal de 2009 y la reforma a la salud (conocida como Obamacare), que tomarían diversos candidatos republicanos, los cuales, aprovechándose del abstencionismo electoral de los votantes demócratas, lograron arrebatarles 63 escaños al Partido Demócrata, el mayor cambio de asientos desde 1938.

Como consecuencia, los republicanos, nuevamente con el control de la cámara de representantes, no así el Senado, tomaron una postura obstruccionista contra las políticas de la  administración de Obama, negándose a aprobar la mayoría de sus iniciativas e incluso forzando al cierre el gobierno por 17 días en 2013.  Afectando enormemente la capacidad de aquella administración de impulsar su agenda política por el resto del tiempo en el gobierno.

Posibles escenarios

Dependiendo de la movilización y el entusiasmo del votante demócrata, actualmente constituido principalmente por jóvenes, minorías y población urbana (que tienen a votar menos), se verá la cantidad de escaños que pueden obtener en las elecciones y, la consecuente capacidad para bloquear o limitar la agenda de Trump y los republicanos en el congreso. Sí, como la mayoría de las encuestas indican, los demócratas se hacen con el control de la Cámara de Representes, estos podrán convocar diferentes plataformas de investigación para indagar sobre las sus múltiples acusaciones de corrupción y nepotismo que pesan contra el actual mandatario.

Esto último, gracias a la capacidad que tiene este órgano legislativo de enviar citaciones obligadas a testificar o a entregar documentos, como pueden ser las declaraciones de impuestos del presidente, las cuales hasta la fecha nunca ha revelado. Algo de especial importancia, en momentos que, tanto el asesor especial Robert Mueller, como varios de los comités de la Cámara de Representes, están llevando adelante una investigación sobre las presuntas conexiones de la campaña Trump con Rusia. De hacerse con el control de los comités, es de esperar que estos sean más activos en sus indagaciones, generando una aún mayor enemistad entre el presidente y la oposición.

Aquello de seguro avizorará una mayor polarización, del ya dividido espectro político estadounidense, en donde se potenciaría la voz de los demócratas más antagonistas con el mandatario, los cuales de seguro buscarán su destitución mediante el juicio político. Escenario que, como Clinton, obligará al presidente a girar al centro y buscar acuerdos con la oposición. Algo difícil de visualizar viendo los dos años de comportamiento de Trump a cargo del ejecutivo, el cual se ha caracterizado por una permanente radicalización de su discurso y un permanente ataque retórico a la oposición.

Si los demócratas en cambio no consiguen obtener la mayoría en ninguna de las cámaras, los más conservadores dentro del Partido Republicano estarían en condiciones de revitalizar su agenda para los próximos años, como podría ser, por ejemplo, hacer nuevos intentos para derogar la reforma de la salud de Obama, recortar programas de asistencia social como y reducir, todavía más, los impuestos a los ricos.

Ideologización política de EE. UU

Hasta la década de los 60’ el país norteamericano no contaba con partidos con una fuerte composición ideológica, es decir, ni los republicano o demócrata tenían una marcada postura conservadora o progresista, sino que en ambos había figuras políticas y votantes de ambas tendencias. Aquella carencia de ideología entre los partidos le era muy útil a su sistema político en donde, por requerimientos constitucionales, se requiere un gran nivel de acuerdo político entre las fuerzas políticas presentes en el parlamento para aprobar las diferentes leyes.

En la medida que a lo largo de las décadas ambos partidos se han vuelto más sólidos en sus convicciones políticas e ideológicas, radicalización especialmente notoria en el campo republicano, la posibilidad de conseguir acuerdos se vuelve cada vez más difícil.  Aquello fue posible de presenciar de manera nítida en el proceso de confirmación en el Senado del nominado por Trump para la Corte Suprema, Brett Kavanaugh, acusado por una mujer de haberla atacado sexualmente, en donde este solo obtuvo un voto demócrata a favor y uno republicano en contra, generando júbilo en el electorado republicano y repudio en el demócrata.

Episodio que marca un nuevo hito en el ya extenso historial de polarización estadounidense que promete incidir en estas elecciones. Las últimas encuestas señalan que el entusiasmo se encuentra alto en los votantes de ambos bandos, 72% entre los demócratas versus el 68% de los republicanos, un aumento de 16 puntos desde agosto, previo a la polémica con la nominación de Kavanaught.

Aquel fenómeno de hiper partidización está volviendo a EE. UU ingobernable, puesto que ninguna ley significativa se puede aprobar y las que sí se pueden, se terminan realizando con un criterio ideológico-partidista, excluyendo al otro partido de su discusión y aprobación.  Está por verse, entonces, si el resultado de esta elección acentuará aquella polarización o, por el contrario, aunque altamente improbable, podrá poner freno a esta tendencia de larga data y que la presidencia de Trump solo le ha echado más bencina a una hoguera que lleva ya décadas quemándose.

 

Tomás Croquevielle