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Opinión

Niños y niñas que no comen

Por: Manuela Agüero | Publicado: 11.12.2018
Si algo come, ¿qué come? ¿En presencia de quiénes come? ¿Qué lugar tiene la comida en el contexto familiar y en último término, cultural? Estas preguntas permiten acceder a aquello que le es singular y propio a cada caso.

No todos los niños y niñas que no comen- ni aquellos que comían y de pronto dejan de hacerlo- lo hacen por la misma razón. En el caso de los niños que aún no hablan es frecuente que las funciones orgánicas básicas, como dormir y comer, se ofrezcan como posibles vías de expresión de determinadas problemáticas. Es lo que en Casa del Encuentro acostumbramos a llamar “el lenguaje de la infancia temprana”, refiriéndonos a los modos que encuentran los niños para hacerse escuchar a través del propio cuerpo. Este enigmático lenguaje despierta diversas inquietudes. ¿Por qué no come mi hija? ¿Qué le pasará?.

En tales casos, interesa preguntarse no sólo por qué no come tal o cual niño/a, sino también por las formas que adopta dicho comportamiento. ¿Si algo come, qué come? ¿En presencia de quiénes come? ¿Qué lugar tiene la comida en el contexto familiar y en último término, cultural? Estas preguntas permiten acceder a aquello que le es singular y propio a cada caso.

Así, lo que está a la base del no comer es, a veces, el nacimiento de un hermano frente al cual se advierte que por la vía de cerrar la boca la niña consigue la atención de sus padres que siente ha perdido. En otros casos, surge como reacción frente a la angustia parental, afecto que al bebé se le hace excesivo, volviéndosele difícil adoptar una posición receptiva frente al alimento. En otras ocasiones, y por más paradojal que parezca, el acto de no comer por parte de un/a niño/a surge como intento de autoafirmación. Dejando de comer, se dice fuerte y claro “¡no!”. Por la vía de rechazar el alimento, se reafirma la propia autonomía y se hace intentos por separarse de la madre, o de quien haga las veces de ésta.

Como sea, lo claro es que la comida y la alimentación cumplen funciónes tanto psíquicas como fisiológicas. La relación del/a niño/a  -y de cualquier persona- con la comida no es natural, sino vincular y cultural. De modo que el lactante no se alimenta sólo de leche materna o del relleno -ambos ricos en diversos nutrientes- sino de todo lo vincular, lo afectivo, las caricias y las palabras que rodean dicha escena alimenticia.

El destete ofrece un punto de referencia para pensar las dificultades que surgen en este ámbito. El destete, no como el mero retiro del pecho materno que el bebé se vive como algo impuesto, sino un proceso gradual y pendular (vale decir, de progresiones y regresiones) en los que padres e hijos van constituyéndose – no sin dificultades y ambivalencias- como sujetos distintos, separados, cada uno con gustos, anhelos y deseos propios, no siempre coincidentes.

¿Qué se rechaza, entonces, cuando se rechaza el alimento? ¿Puede no comer ser una vía a través de la cual un/a niño/a busca autoafirmarse como sujeto? Este es, sin duda, un terreno de mucha angustia. Cuando un/a niño/a muestra rechazo o desinterés por el alimento comienza a crecer la desesperación parental. Y no es para menos. Dichos temores parentales en ocasiones van acompañados de la angustia ante el rechazo; en este caso no la del niño frente a la comida, sino el relativo a la experiencia de aquellos padres que sienten que lo que el niño rechaza, a través del alimento, es a ellos mismos. “Mi hijo no me come”, decía una madre. “No le gusta lo que yo le doy. Come en la casa de la abuela, pero no en la mía”, señalaba otra.

Suelen activarse, así, fuertes sentimientos de fracaso, impotencia e insuficiencia. “Quiero que a mi hija le guste lo que le preparo porque se lo hago con amor”, decía una vez un padre para el cual cocinar y comer habían sido, hasta cierto momento, actividades a través de las cuales se encontraba y jugaba con su hija. Cerca de cumplir los 4 años la niña, este placentero encuentro entre padre e hija se interrumpe ante la negativa de la niña de comer. Aquello que la niña dice querer no coincide ya con lo que el padre ofrece. Una pregunta imposible de eludir en estos casos es ¿Cómo experimentan los padres los intentos de separación y diferenciación que surjen por parte de sus hijo/as, y que en este caso se tramitan a través de la comida?.

A pesar del cansancio y las ambivalencias que acompañan los tiempos y quehaceres de la crianza, y que llevan muchas veces tanto a madres como a padres a decir cosas como: “no hallo la hora en que mi hijo/a sea independiente” o “¿cuándo será el día en que me necesite menos?”, lo cierto es que, en ocasiones, la toma de distancia por parte de los hijos/as son vividos con angustia. Se ponen en juego las marcas tempranas y ansiedades de separación propias de los padres. Y no podría ser de otra forma, puesto que criar interpela siempre a la historia propia.

El modo en que estas angustias puedan irse destrabando pasa por la posibilidad que otorga la palabra. Si vamos a concebir el no comer de un/a niño/a como un acto de lenguaje que puede ser por otros escuchado, la palabra será un recurso con el cual abordar dicha dificultad. Si por algún motivo un/a niño/a encuentra en el acto de rechazar el alimento la única posibilidad de tomar distancia frente a sus figuras de apego y cuidado, habrá que poder pensar junto a él y a sus padres cómo ofrecer y poner a su disposición modos distintos de afirmación. Un ejemplo: el almuerzo del día en casa es pescado, pero el niño llora y hace pataleta porque quiere pollo. Su madre va y vuelve, fingiendo cambiar el pescado por pollo. Ahora sí, el niño puede comer, pues cree que algo del alimento que incorpora fue por sí mismo elegido.

No se trata, en ningún caso, de sugerir que sean lo/as niños/as quienes decidan el menú en casa. Se trata más bien de la posibilidad de los padres de recurrir a su historia y echar a andar sus propios recursos lúdicos. En tanto comer cumple funciones tanto fisiológicas como psíquicas y vinculares, se puede jugar y abordar la comida de diversas formas. De esto nos hablan los ya famosos y exitosos trucos parentales que tranforman para un/a niño/a una simple carne molida en unas novedosas “galletitas de carne” que mágicamente saben mucho mejor.

Otro ejemplo tan interesante como frecuente está dado por el hecho de que muchos/as niños/as se interesan por la comida sólo cuando ven a otros/as niños/as comiendo. Así, si no les gustaba el pescado pero ven que de pronto su amiguita del jardín infantil sí lo come, comenzarán a encontrarle cierto atractivo. La comida, en este caso ya no presentada por  los padres, cumple una función distinta, permitiéndole al/a niño/a acceder a una experiencia compartida y afirmarse como par frente a un otro semejante.

La experiencia de comer será para cada guagua, para cada niña/o, algo distinto; vehiculizando afectos y vínculos que sobrepasan con creces la dimensión puramente fisiológica o alimenticia de la comida. No es lo mismo ni están en el mismo plano las dificultades alimenticias que presenta un bebé de 2 meses cuyos padres se adaptan con esfuerzo a los diversos cambios que trajo consigo la crianza, con la del niño de 3 años que se resiste al “!te lo comes porque yo digo y porque te hace bien caramba!” de sus padres, que a ratos -y con justa razón- se ven sobrepasados. A pesar de que estén a nuestra disposición blogs, saberes, teorías y generalizaciones no podremos evitar volver una y otra vez a la pregunta por lo singular: ¿en función de qué está puesto ese no comer en cada niño o niña? Esa es la apuesta y la postura ética con la cual trabajamos en Casa del Encuentro.

Manuela Agüero