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Opinión

El éxito político pentecostal

Por: Christian Viera | Publicado: 13.12.2018
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Las élites intelectuales y también políticas, principalmente liberales y con apego ilumnista a la razón, han subestimado la importancia del fenómeno religioso, los han caricaturizado. Pues bien, dando tumbos en el diagnóstico aparecen movimientos, una amenaza para nuestra convivencia, y que se están instalando no sólo en el templo sino que especialmente en nuestras instituciones. Esto en Brasil, EEUU, Polonia, Hungría y en Chile, a la vuelta de la esquina.

Ganó Bolsonaro en Brasil y los primeros (y apresurados) análisis apuntaban a la corrupción como la principal responsable de la debacle del Partido de los Trabajadores. No descarto que la corrupción tiene un efecto, pero la emergencia de esta ola ultraderechista en el mundo no es sólo por la corrupción, venga de donde venga, sino que es más honda  y multicausal. Por de pronto, tiene que ver con horizontes de sentido, desesperanza y deslegitimación de la política partidista (con muy buenas razones) y que se ha ido incubando por décadas. Por ello, no extraña la importancia estratégica y política que comienzan a tener ciertos grupos religiosos, especialmente alguna vertiente del pentecostalismo.

Hace muy poco, en una entrevista al diario El País, el destacado intelectual Boaventura de Sousa Santos señaló que “la iglesia católica tenía en América Latina un fuerte enraizamiento con la teología de la liberación. Juan Pablo II la liquidó y ese vacío está siendo ocupado por la llamada teología de la prosperidad de las iglesias evangélicas de influencia norteamericana. El rico recibe la bendición de Dios, el pobre no es bendecido, es demonizado, culpable de su pobreza. Ha habido un abandono de las clases populares por parte de las elites, sean políticas o eclesiásticas”. Si observamos los fenómenos Bolsonaro o Trump, hay un vector que se repite: protagonismo de ciertas iglesias protestantes. De hecho, la llamada bancada pentecostal en Brasil fue determinante en la aprobación del impeachment contra Dilma Rousseff. ¿Por qué tienen protagonismo las Iglesias? Porque en nuestra vida cotidiana, el liberalismo con su antropología individualista y su promesa de racionalidad no satisface las demandas de nuestro quehacer. Tener fe, para un creyente, es esperanza. De hecho, para un cristiano el Evangelio es Buena Noticia, esa es su raíz etimológica.

Como señalaba Boaventura, en América Latina la Iglesia Católica tuvo un protagonismo político de vital importancia durante los 60 y 70 y la razón es el éxito de la teología y filosofía de la liberación. A diferencia de una tradición eclesiástica anterior, esta propuesta tenía impacto en la vida de las personas ya que suponía una intervención en las estructuras de la praxis y un protagonismo de las clases subalternas, la conocida opción preferencial por los pobres. Y esto, que es teoría tiene un impacto en la pastoral de la Iglesia: aparecen las comunidad eclesiales de base y la en Iglesia se vive lo que dice su palabra: comunidad. La Iglesia ya no es la identificación con su Magisterio (los obispos, los presbíteros) sino que las personas que se reúnen a compartir la mesa (Eucaristía) y a disputar las estructuras opresivas de nuestros modelos de convivencia.

¿Qué fue de esa experiencia? Sabemos de la intervención directa de Roma para condenar por heterodoxa esa corriente, provocando de pasadita una purga de los teólogos que pensaban y enseñaban desde esta perspectiva. La Iglesia Católica abandona las clases populares y gira en su discurso, pasando de una matriz sociológica a una neumatológica. ¿Qué caracteriza este nuevo relato de la Iglesia? Un discurso individualista y deontológico, una presencia decidida en las élites y el favorecimiento de nuevos movimientos de fuerte tinte espiritualista: Opus Dei, Legionarios, Schöenstatt. ¿Qué fue de la teología de la liberación? Por cierto, preterida.

Si observamos los sectores populares en Brasil, Argentina, Chile, El Salvador o Colombia, ese espacio vacío lo reclamó alguien. Aparecen múltiples iglesias pentecostales y la respuesta está en que la religión, en este caso el cristianismo, ofrece un horizonte de sentido y una experiencia de comunidad que resulta fundamental para el desarrollo de nuestras vidas cotidianas. La diferencia está en que, a diferencia de la teología de la liberación, el acento discursivo de estas iglesias no está tanto en la denuncia y superación de las precarias condiciones materiales de existencia, al medo de Jesús de Nazareth, sino que en preocupaciones por la moral sexual y la prosperidad individual. Ya Weber anticipaba este diagnóstico.

No tengo dudas que el Magisterio de la Iglesia ha amparado por décadas una cultura del abuso y en eso el rol de los medios de comunicación ha sido excepcional. Eso ha sido tremendo y brutal para las víctimas. Pero también creo que la proscripción de la teología de la liberación fue una eficiente operación política, en un contexto de guerra fría, dado que su éxito épocal significaba una amenaza cierta al poder económico que, curiosamente, en América Latina se identifican con el catolicismo romano. Imagínese lo incómodo que resulta para un católico rico leer en el Evangelio las duras palabras de Jesús de Nazareth contra la riqueza y la acumulación. Por eso, es mejor volver el pneuma, predicar el buen comportamiento, condenar las desviaciones contra la “naturaleza humana” y no tanto el amor a los pobres, preocuparse preferencialmente por ellos o centrar un discurso en la liberación como emancipación. Pues bien, ese espacio fue reclamado por otros y hoy vemos que las iglesias pentecostales son un actor político relevante, con un relato fundamentalista que cada vez tiene mayor éxito, porque entregan un horizonte de sentido, nos guste o no.

Las élites intelectuales y también políticas, principalmente liberales y con apego ilumnista a la razón, han subestimado la importancia del fenómeno religioso, los han caricaturizado. Pues bien, dando tumbos en el diagnóstico aparecen movimientos, una amenaza para nuestra convivencia, y que se están instalando no sólo en el templo sino que especialmente en nuestras instituciones. Esto en Brasil, EEUU, Polonia, Hungría y en Chile, a la vuelta de la esquina.

Christian Viera