Avisos Legales
Opinión

La conveniente religiosidad de Felipe Larraín

Por: Francisco Mendez | Publicado: 09.08.2019
La conveniente religiosidad de Felipe Larraín felipe | Foto: Agencia Uno
De pronto los técnicos se convirtieron en religiosos; los que creen ser libres y despojados de toda superstición ideológica, andan rogándole a un Gran Otro para no asumir la responsabilidad propia. Se refugian en cualquier cosa con tal de no hacer un mea culpa de sus promesas y su nula capacidad para llevarlas a cabo. Algunos sabíamos que cuestiones como estas sucederían, por lo que no nos extrañamos. El problema son quienes una vez más se tragaron completo un cuento que ya había sido desarmado en la primera gestión de Piñera.

Las cosas no están bien para el gobierno. Los índices económicos no lo han acompañado,  lo que no es bueno  particularmente para una administración que asumió, una vez más, prometiéndonos llegar a un crecimiento desorbitante y a pleno empleo. Es cosa de recordar la campaña del entonces candidato Sebastián Piñera, haciendo críticas a la Nueva Mayoría, como si él fuera la solución a una catástrofe inexistente. Ellos, Piñera y los suyos, sabían la receta para conseguir grandes números y salir de la supuesta mediocridad en la que estábamos inmersos.

Eso no se ha demostrado. Los resultados y la sensación ambiente son bastante peores que lo sucedido en el gobierno anterior; la cesantía creció y el Imacec es cada vez más malo. ¿Cuál es el problema según el Ministerio de Hacienda? Cualquier cosa menos la gestión económica. Y  es que se nos había olvidado que el sector gobernante nunca tiene la culpa de nada, y son víctimas de todo, incluso de los peones que trabajaron para ellos en la dictadura.

Lo bueno para sus intereses es que los principales medios han defendido su relato. Sus secciones económicas repletan sus páginas con la guerra comercial y los trámites de la llamada “modernización” tributaria (porque siempre se refugian en la modernidad para no llamarle reforma o contrarreforma) que está discutiéndose en el Congreso. Editoriales de estos mismos diarios nos cuentan que es esencial aprobar la reintegración tributaria –O sea, que el 100% pagado por las empresas, en el impuesto de primera categoría, sea descontado de los impuestos de sus accionistas- para recuperar la economía, haciendo una extraña combinación entre lo exterior y lo interno que parece bastante ilógica, pero a la que los integrantes del gobierno y del oficialismo saben contestar con evasivas propias de quienes dicen no tener ideas, sino ser dueños de una verdad “técnica” que traspasa cualquier capricho ideológico.

A su discurso para tratar de no conversar las razones de este mal desempeño económico, ministros y parlamentarios de derecha han sumado una crítica, al igual que el empresariado, a la medida de la reducción de 45 a 40 horas laborales. Del “no se puede”, han pasado convenientemente al “se cerrarán empresas”, como si esto ya no estuviera sucediendo. Si uno lo piensa, no es mala idea para seguir fundamentando su pésimo trabajo económico si es que la iniciativa de la diputada Camila Vallejo se aprueba. Y así, una vez más, se evitará debatir sobre si es o no horizontal y medianamente justa la relación entre el patrón y el empleado.

Pero tal vez lo más patético que hemos visto esta semana, es el llamado del ministro de Hacienda, Felipe Larraín, para que recemos porque el conflicto comercial entre Estados Unidos y China se resuelva. Es decir, ya el problema no depende solo de lo exterior, de las 40 horas o la aprobación de la reforma tributaria, sino también de cuánto rezamos; de cuánta fe ponemos en algo que supuestamente nos decían que era una ciencia, algo que dependía de cosas prácticamente exactas y no dogmáticas ni religiosas.

De pronto los técnicos se convirtieron en religiosos; los que creen ser libres y despojados de toda superstición ideológica, andan rogándole a un Gran Otro para no asumir la responsabilidad propia. Se refugian en cualquier cosa con tal de no hacer un mea culpa de sus promesas y su nula capacidad para llevarlas a cabo. Algunos sabíamos que cuestiones como estas sucederían, por lo que no nos extrañamos. El problema son quienes una vez más se tragaron completo un cuento que ya había sido desarmado en la primera gestión de Piñera.

Francisco Mendez