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Aquelarres: cuando el lugar ocupado y cómo se ocupa no importan

Por: Camila Matta Geddes | Publicado: 18.02.2020
Aquelarres: cuando el lugar ocupado y cómo se ocupa no importan | Foto: Mujeres arriba
Cuando el lugar ocupado y cómo se ocupa no importan, te encuentras con Mujeres arriba, una película promocionada como el primer largometraje chileno con mujeres protagonistas (después especifican: “tres comediantas protagonistas“; tal vez ahí se acuerdan de Play, de Scherson, Locas mujeres, de Wood, Una mujer fantástica, de Lelio, entre otras) y en abordar la sexualidad de la mujer desde la perspectiva “femenina” (sea cual sea el significado de “femenino”). Por ello, algunos se han valido del término “feminista” para describirla.

La necesidad tiene cara de hereje, reza el dicho. Y esa fue la razón por la cual, años atrás, terminé haciendo un reemplazo en una corredora de bolsa, el centro del mal. Ahí los villanos más fascinantes eran las mujeres, sin duda. Fuertes, líderes, empoderadas, regias y elegantes, con sus atuendos de más de trescientos mil pesos (los de casual Fridays, porque el resto de la semana algunos alcanzaban cifras muy probablemente sobre el millón). Ahí se desenvolvían estas nuevas integrantes de una sociedad chilena —como habría dicho la Revista Ya— más moderna, más inclusiva, sentadas en sus cubículos, pudiendo lucir sus Manolo Blahnik cada vez que se levantaban para ir al baño o a almorzar. La más notable era una joven que a sus 28 años ya contaba con bótox en la frente y zona nasobucal. Era ambiciosa y bastante buena en su trabajo, a decir verdad. Devota del dinero, de la ropa y de su cuerpo y rostro, a los que dedicaba aún más tiempo que a esas planillas Excel, gracias a las que ganaba un sueldo fe-no-me-nal. También era fanática de los animales. Por este último motivo nunca la pude detestar, pese a ser la reencarnación de Regina George de Mean Girls. Manipuladora, hipócrita, narcisa, exitista y clasista, en su corazón siempre había amor para darle a perritos abandonados. Había adoptado tres, creo. Los dejaba en su departamento bajo la custodia de esas cámaras que permiten vigilar desde un celular. Estaba súper loca y, según mi parámetro moral, un poco perdida. Años después, me encontré con una persona que la conocía y que me dijo: “Ella va a llegar lejos. Es la única mujer que los peces gordos, todos hombres, pescan. Estoy segura de que será una importante CEO. Como mujer, la tengo que respetar”.

¿Sí? ¿Le debemos eso? Estamos hablando de una persona dedicada a analizar la bolsa para, después, recomendar la compra o venta de acciones de empresas como SQM. Claro, es loable cuando cualquier persona que no es un hombre cisgénero de cierta clase sociorracial logra ocupar un espacio históricamente designado a hombres cisgéneros (ojalá heterosexuales) de cierta clase sociorracial, ya sean de comunidades originarias, LGTBQ+, o todo quien no pertenezca a élite alguna. ¿Sí? ¿Es esto siempre así? Quizás también importa qué lugar se pasa a ocupar y, más específicamente, cómo se ocupa ese lugar. Si esto no es pertinente, entonces, quienes no somos de derecha, ¿le debemos respeto a la Van Rysselberghe por el mero hecho de ser mujer (cisexual) y, sin embargo, también senadora? ¿Le debemos respeto a Camila Flores, la diputada? Cuando el lugar ocupado y cómo se ocupa no importan, entonces, aparecen libros infantiles como Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, libros cuya única razón de ser es promover políticas públicas bien intencionadas, mediante la presentación de ejemplos a seguir, entre los cuales, figura nada menos que Margaret Thatcher, la primera ministra mujer del Reino Unido. Me pregunto qué pensaran al respecto los partícipes de la huelga minera inglesa, o los veteranos argentinos de la guerra de Las Malvinas.

Cuando el lugar ocupado y cómo se ocupa no importan, te encuentras con Mujeres arriba, una película promocionada como el primer largometraje chileno con mujeres protagonistas (después especifican: “tres comediantas protagonistas“; tal vez ahí se acuerdan de Play, de Scherson, Locas mujeres, de Wood, Una mujer fantástica, de Lelio, entre otras) y en abordar la sexualidad de la mujer desde la perspectiva “femenina” (sea cual sea el significado de “femenino”). Por ello, algunos se han valido del término “feminista” para describirla. Sí, está la Valdebenito. Ella ha sido bacán: aboga por el aborto libre, apoya el estallido social y denuncia los atropellos a los DD. HH. Pero yo hablo de Mujeres arriba, un largometraje que decidí no ver, pero sí hablar sobre él. Esto porque, en un país donde hace no mucho nos teníamos que tragar, a diario y en todo ámbito, la violencia de género, el machismo, la misoginia y homofobia de gran parte de la sociedad, en un país que —pese a todos los esfuerzos públicos y de agrupaciones feministas— registró 62 femicidios el año 2019, y en los dos meses que llevamos de 2020, 4 femicidios, en un país así, videos promocionales como los de Mujeres arriba me parecen tan perniciosos como seguir celebrando los chistes de Dino Gordillo o no decir nada al respecto. Y por eso les dedico no mi respeto, sino el tiempo que tomó escribir esto.

El 16 de julio de este año, El Mostrador publicó en su columna de opinión una nota de Camila González sobre los tráilers y teasers de la película. Allí observa que muchos aspectos presentes en los videos solo contribuyen a fomentar un estereotipo de mujer impuesto por el patriarcado. Da dos ejemplos. Primero: el chiste de la depilación. Nada que no hayamos visto antes: dos amigas exhiben piernas no depiladas, suena música de horror, acompañada de un acercamiento de cámara brusco que enfoca las canillas peludas, la tercera amiga hace un comentario dando a entender que desaprueba. ¿Cuál es el rollo con los pelos en las piernas? ¿Vamos a seguir con eso? ¿No habíamos superado los preceptos del cuerpo heteronormado? Segundo: el chiste de la “tocación de teta”. Tampoco nada nuevo bajo el sol: una amigua le cuenta a otras dos que rozó accidentalmente la teta de su jefa, ¡ay, horror! Ante las burlas de sus amigas, la víctima del roce dice haber contado esto buscando “contención” (ojo con la elección de palabras, “contar”, “contención”, ¿les suena familiar?, ¿tal vez peligrosamente parecido a la narrativa de las víctimas de abuso sexual?), pero sigue la jocosidad y otra insinúa que la contendrá tocándole a ella las tetas (un poco homofóbico, ¿no?). En suma, se cambiaron a los zorrones y pusieron a unas “minits” para ejecutar el mismo diálogo que hemos escuchado toda la vida. Además, debo agregar que, en estos tiempos, resulta decepcionante constatar que, una vez más, cualquier encuentro de mujeres es retratado como un aquelarre estridente y logorreico que gesticula frenético bajo los influjos de una manía desatada. Cuando las mujeres (cisgénero, trans, heterosexuales, homosexuales, bisexuales, etc.) nos juntamos, ¿siempre gritamos al unísono, moviendo las manos para todos lados?, por favor… Por culpa de retratos así es que aún leemos comentarios como el de un chico ante el llamado a la marcha silenciosa de las Mujeres de Luto en noviembre: “durará menos de una cuadra, después no habrá quién las calle”.

Nota: como es de esperar, en los videos también se hace una referencia simpaticona a la “regla”. ¿Cuándo dejaremos de utilizar —especialmente quienes la experimentamos— eufemismos para referirnos a un ciclo perfectamente nombrable: la mens-trua-ción? No es tan difícil: menstruación, yo menstrúo, menstrúas, él menstrúa, ella menstrúa, menstrúan, menstruamos, ¿menstruemos?

Así que ¿basta con que una película tenga tres mujeres comediantas para que le dediquemos nuestro respeto? Yo pienso que no.

Camila Matta Geddes