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¡“Muevan las industrias”! ¿Quién paga el precio?

Por: Andrea Pequeño | Publicado: 15.04.2020
¡“Muevan las industrias”! ¿Quién paga el precio? | Foto: Agencia Uno
Detrás de cada uno de estos anuncios formulados por el gobierno, bajo la lógica costo-beneficio, se cierne un peligro sobre la población. Este está ahí, latente, al acecho de nuestra salud y de nuestras vidas. Danza con la música de fondo que lleva como título “Productividad”. “Las industrias, que se muevan las industrias”, se vocifera con angustia, emulando el estribillo de la canción del grupo de rock chileno, Los Prisioneros.

Por estos días he recibido variados mensajes acerca de las lecciones que, como especie, sociedades e individuos, debiéramos aprender de la pandemia que sacude al mundo y al país. Asimismo, he oído y leído algunas reflexiones sobre el sistema capitalista en jaque en este contexto y la necesidad -imperiosa- de la emergencia de un nuevo orden. Por cierto, para muchas personas, entre las que me cuento, todo esto hace sentido. La crisis desatada por el Covid-19 dejó al desnudo un sinnúmero de precariedades, entre otras, las que vive la salud pública y el mundo asalariado, con la respectiva vulneración de derechos de trabajadores y trabajadoras.

Recientemente, el Ministerio de Salud anunció nuevas instrucciones respecto de la aplicación de cuarentena. En síntesis, comunas de Santiago y de regiones que se suman o se liberan de esta, sea completa o parcialmente. En un país en que no se pierde la capacidad de reír, incluso de la propia desgracia, las frases ingeniosas y los memes no se hicieron esperar: “a la próxima definen la cuarentena por los signos zodiacales”, “aquí [alguien colgado de un muro] tratando de pasar a Ñuñoa Norte”, son algunos ejemplos.

Aunque desde el Minsal han intentado fundamentar sus decisiones, a la ciudadanía media, como una, no terminan por quedarle claros los criterios o, más bien, y siendo honesta, no terminan de convencerle. Y es que, en un momento en que necesitamos certezas y seguridades las autoridades no nos la proveen.

Atrás, el telón de fondo que resuena en nuestros oídos y cabezas: “no parar la economía”, “dinamizar la productividad”. Claro, tampoco hay que ser tan suspicaz para que estas ideas se cuelen en nosotros instalando la duda, más que razonable, a estas alturas. Hace rato un gran porcentaje de la ciudadanía ya no cree, al menos no como décadas atrás en el sistema y los personeros políticos y de gobierno, que están deslegitimados.

Conjuntamente con esto, yace la pulsión por la “normalidad”. Desde el “estallido social”, en octubre de 2019, ésta se ha tomado la palestra pública en reiterados discursos e interpelaciones a la ciudadanía y también en acciones como el intento de “recuperar”/hermosear  la Plaza de la Dignidad. Fingir que todo está bien en este “oasis”, que hay que volver al orden, tranquiliza; y, permite “mover la economía”, “no atentar contra la productividad”.

Esta imagen vuelve a sacudirme violentamente. Lo hace, cuando se insiste en que la población escolar del país vuelva a clases –“normales”- el 27 de abril, vale decir, en un par de semanas más. Sigamos fingiendo, así, que las cosas han vuelto a su cauce. ¡Qué nada nos perturbe!, pareciera rezar la consigna.

También se activa y me remece a propósito de la iniciativa del Ministerio de Salud de entregar un “carné de alta” a quienes hayan “vencido” el Covid-19, asumiendo que no representas ni representarás un riesgo de contagio para nadie. De tenerlo, se indica, quedas “liberado” “de todo tipo de cuarentena y restricción”, representando una “gran ayuda a la comunidad”. Desde el Colegio Médico, sin embargo, problematizaron esta medida, explicando que, al ser una enfermedad nueva, se desconoce su comportamiento, no existiendo certeza de que la persona esté inmunizada al virus tras recuperarse. Seguramente, y ojalá me equivocara en esto, poco importará la opinión más experta en el área. La medida se pensó, se dijo y se ejecutará.

Detrás de cada uno de estos anuncios formulados por el gobierno, bajo la lógica costo-beneficio, se cierne un peligro sobre la población. Este está ahí, latente, al acecho de nuestra salud y de nuestras vidas. Danza con la música de fondo que lleva como título “Productividad”. “Las industrias, que se muevan las industrias”, se vocifera con angustia, emulando el estribillo de la canción del grupo de rock chileno, Los Prisioneros.

Y no es paranoia, ya lo decía esta misma semana el hombre de negocios y economía, José Manuel Silva, Director de Inversiones de LarraínVial Asset Management: “no podemos seguir parando la economía, y debemos tomar riesgos, y eso significa que va a morir gente”.

La cita grafica el espíritu del modelo, de eso no cabe duda. La cuestión es: ¿qué gente va a morir? ¿Quién lo determina?

Pienso en todo esto, no sin dolor y rabia, y recuerdo las reflexiones de la filósofa estadounidense Judith Butler: en cada una de estas decisiones hay una cuestión política y también ética. ¿Cuáles cuerpos importan, y cuáles pueden entregarse al sacrificio?

Hoy por hoy, política y mercado refuerzan su alianza para que este último rija los destinos de las masas trabajadoras y los segmentos más pobres y vulnerables de Chile. Aquellos sectores que, forzados por las circunstancias, no han tenido ni tendrán más posibilidad que salir de casa para “producir”, “generar”, “efectivizar” fuera de ella. Poblaciones de derechos relegados, que deben continuar manteniendo la productividad y haciendo funcionar el país para aquellos que pueden conservarse a resguardo. Esos cuerpos que sí importan.

Andrea Pequeño