Avisos Legales
Opinión

Mujeres en política: del partido-casa a la participación social paritaria 

Por: Camila Arenas | Publicado: 03.05.2020
Mujeres en política: del partido-casa a la participación social paritaria  mujeres | Foto: Agencia Uno
Ahora, el asunto es que para un grupo no menor de mujeres, que además son las que precisamente luchan por construir un mundo diferente al actual, el día no acaba en el trabajo doméstico. Para ellas, que además de su empleo y trabajo no remunerado, deciden ser parte del mundo sindical o político, esta doble jornada se vuelve una triple, cuestión que urge visibilizar. Es decir, son mujeres que trabajan, que cuidan y que, a la vez se hacen cargo de la precariedad a través de la actividad política. Mujeres de asambleas, mujeres de sindicatos, mujeres que trabajan por la dignidad de todos y todas.

A esta altura para nadie debiera sonar como una sorpresa la sobrecarga que tenemos las mujeres: la jornada laboral para nosotras no termina cuando así lo indica el reloj. La mayoría de las mujeres que trabajamos 44 horas semanales -si es que tenemos el privilegio de tener un trabajo relativamente formal-, llegamos luego a nuestras casas a lavar platos, a contar cuentos, a hacer tareas. Mientras, a la vez, pensamos en todo el trabajo pendiente y en el estrés que supone una relación laboral. No tenemos descanso.

Esto es lo que distintas autoras han llamado como la “doble jornada”, en donde una vez que se termina el trabajo remunerado, las mujeres deben llegar a su casa a hacer una segunda jornada de trabajo que no es remunerada, ni cuenta con algún tipo de gratificación acorde al esfuerzo y tiempo destinado. En Chile esto fue analizado por la Encuesta Nacional de Uso de Tiempo (2015), cuyos datos pusieron en evidencia que las mujeres con trabajo remunerado dedican, además, de su jornada laboral 5,85 horas diarias a trabajo no remunerado, en contraste con los hombres que solo dedican 2,85 horas a estas labores.

Así entonces, tan innegable como ha sido el avance del feminismo en la sociedad chilena, lo ha sido también la porfía de estas brechas de género, cuya superación se ha transformado en un obstáculo tremendo para alcanzar una sociedad verdaderamente igualitaria en el reparto del trabajo y la participación social paritaria. Y es que, como ha dicho la escritora feminista Silvia Federici, el trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa, porque al final en todo lo que ocurre ahí, desde la limpieza, a la crianza y los cuidados, termina sosteniéndose el sistema económico y social como un todo. 

Ahora, el asunto es que para un grupo no menor de mujeres, que además son las que precisamente luchan por construir un mundo diferente al actual, el día no acaba en el trabajo doméstico. Para ellas, que además de su empleo y trabajo no remunerado, deciden ser parte del mundo sindical o político, esta doble jornada se vuelve una triple, cuestión que urge visibilizar. Es decir, son mujeres que trabajan, que cuidan y que, a la vez se hacen cargo de la precariedad a través de la actividad política. Mujeres de asambleas, mujeres de sindicatos, mujeres que trabajan por la dignidad de todos y todas. Muchas veces cuestiones tan simples como la antelación con que se prepara una actividad, o su horario, pueden impedir la participación de las mujeres, al no lograr solucionar la cuestión del cuidado.

Esta realidad debiera ser -lamentablemente aún no lo es- de la máxima importancia para todas las organizaciones políticas que, volviendo al primer punto, tuvieran entre sus objetivos un horizonte igualitario. Las organizaciones políticas deben necesariamente prefigurar en su interior la sociedad que quieren construir. Una organización política transformadora no puede reproducir relaciones de dominación en su interior, es decir, funcionar en base a la explotación y, por tanto, tampoco, debe reproducir en su interior la división sexual del trabajo propia de la sociedad patriarcal que se busca superar.

Esto, por cierto, no es nada sencillo. La verdad,  es que lo común es lo contrario. Es decir, la reproducción del espacio doméstico al interior de las organizaciones políticas y sociales afecta sin duda a las mujeres. La división más común: el trabajo orgánico -todo el que se dedica a labores administrativas y que permiten que el partido y sus figuras se sustenten- y el trabajo político como reconfiguración de la casa y lo público y, por tanto, donde la gestión de la casa-partido queda a cargo de las mujeres y el rol de conductor o dirigente político visible a cargo de los varones. La creciente visibilización y denuncia de la violencia contra las mujeres no es ajeno a este reparto: protocolos, comisiones de respuesta y más suelen quedar a cargo de ellas, mientras que el rol de los varones en la erradicación de la violencia dentro de las organizaciones y partidos sigue por explorar.

Es imperativo, entonces, que las organizaciones políticas cuestionen sus orgánicas y prácticas en pos de instalar una nueva politización. La construcción de una nueva sociedad -cuestión en la que literalmente estamos ad portas en Chile-, así como las dirigencias sociales y, más genérico, una política de emancipación, no puede ser desarrollada sobre hombros y espaldas femeninas que sostienen el proceso con su trabajo doméstico y reproductivo en la casa-casa y la casa-partido.

El necesario fortalecimiento de sindicatos, organizaciones y también partidos no puede ser solo idealizando los procesos de politización del siglo XX. No queremos al dirigente sindical clásico, queremos un sindicalismo de clase y feminista. Ya no queremos una política de emancipación en donde quienes la lideran se sostengan sobre las espaldas de las mujeres que hacen todo el trabajo tras bambalinas.

Las circunstancias nos obligan a preguntarnos qué se está haciendo para empujar estos nuevos bríos que permitan una actividad política plena de nosotras las mujeres y en consecuencia, liderazgos que renueven las anquilosadas formas de hacer política. Hoy es el momento de una política de clase y feminista.

Camila Arenas