Avisos Legales
Opinión

Un Congreso Unicameral

Por: Nataly Campusano y Gianluca Nicolini | Publicado: 02.08.2020
Un Congreso Unicameral |
Debemos volver a poner sobre la mesa de la discusión parlamentaria, un tema necesario para reflexionar: la idea de tener un Congreso Unicameral.

En la reciente Cuenta Pública, el presidente Sebastián Piñera dijo que impulsaría con urgencia la tramitación del proyecto de ley que disminuye la cantidad de parlamentarios, como una de las maneras de “modernizar el Congreso”, tal como había anunciado en la Cuenta Pública del año pasado.

Una medida carente de sustento, y a contrapelo de lo que se ha venido reclamando con vehemencia desde el 18 de octubre de 2019, contraria a una sana democracia y un desincentivo de participación para fuerzas ajenas al duopolio. Por lo anterior, debemos volver a poner sobre la mesa de la discusión parlamentaria, un tema necesario para reflexionar: la idea de tener un Congreso Unicameral. En nuestro modelo de República, conforme a nuestra Constitución, tenemos tres poderes principales del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) que se hacen contrapesos mutuos. Dentro del Poder Legislativo, encontramos al Congreso Nacional que se compone por la Cámara de Diputados (155) y el Senado (43).

Es fundamental preguntarnos: ¿por qué necesitaríamos dos instancias en el Congreso? Primero, se aprecian como argumentos históricos a favor del Senado que su existencia propicia el debate más profundo, la reflexión y la maduración de la discusión de las leyes, para que estas sean mejores. Segundo, se decía que servía como contención a “los excesos del sufragio universal” que tenían su expresión en la Cámara de Diputados (y Diputadas). Por esta razón había senadores vitalicios y designados en la Constitución original de 1980 (cuya eliminación fue una de las reformas más relevantes a la Carta Magna en el año 2005).

Sin embargo, del párrafo anterior, lo primero (sobre la profundidad de la discusión y la mejoría de las leyes) no tiene ningún sustento empírico, ya que depende meramente de la voluntad política. Más aún, la bicameralidad fomenta a que entre las votaciones de las cámaras exista más presión de los poderes fácticos por medio del “lobby”. Dado que en la primera votación se hace un panorama de las fuerzas y la discusión, que brindan herramientas a los lobbystas para negociar con quienes ellos estimen necesario. Y sobre el segundo punto del párrafo precedente (sobre la idea del control del Senado sobre la Cámara), es clara muestra de una herencia antidemocrática y obsoleta, donde unos pocos deben controlar las decisiones de muchos; hoy en día todas las leyes deben pasar por la aprobación de tan sólo 43 personas a lo largo del país (que incluso puede ser un número menor, gracias a los quórum requeridos), por lo que hay un evidente problema de representatividad.

Por otro lado, una de las funciones más fuertes de control desde el Poder Legislativo al Ejecutivo es una atribución exclusiva de la Cámara de Diputados. “fiscalizar los actos del Gobierno”, tal como dice nuestra Constitución. En contrario, las funciones exclusivas que tiene el Senado perfectamente podrían ser asumidas por la Cámara, puesto que no presentan mayor complicación más que mera burocracia. Sumado a lo anterior, siendo unicameral el Congreso, la tramitación de leyes sería más expedita, por la eliminación de ciertas etapas que implica tener dos cámaras (como el paso al Senado y sus comisiones, un eventual requerimiento del Senado al Tribunal Constitucional o el paso por una comisión mixta si no hay acuerdo).

Eliminando el Senado se ahorraría sobre 12 mil millones de pesos al año, considerando un promedio de gasto por senador de 300 millones anuales, entre asignaciones y dieta. Sin embargo, este argumento es peligroso, puesto que no debemos ahorrar en desmedro de la democracia, por ende, no podemos esgrimir únicamente lo económico como razón. Pero, como ya expusimos, el Senado no aporta mayor representatividad para las chilenas y chilenos, así que es prescindible en ese sentido. No obstante, la disminución de parlamentarias/os sí afecta la representatividad, dado que más poder se concentraría en menos personas y –por regla general– quienes actualmente tienen más poder tienen más posibilidad de mantenerse en el Congreso.

En la otra cara de la misma moneda, podemos afirmar que, con una buena distribución de los distritos, y con más parlamentarios, hay más representatividad. Dado que permite la entrada al Parlamento de grupos que, sin ser tan pequeños, quedan desplazados por las fuerzas hegemónicas, mermando la representación de dichos grupos, lo que se traduce en un daño a la democracia, desincentivando la participación en política, por tener que enfrentarse a máquinas de poder aún más fortalecidas por la burocracia. Eso quedó demostrado durante tantos años bajo el sistema binominal, que cuidaba que los puestos se repartan dentro de la tan rechazada lógica duopólica.

Finalmente, podemos mencionar que existe Poder Legislativo Unicameral en diversas partes del mundo, tales como el Riksdag sueco, el Parlamento finlandés, la Asamblea Nacional de Ecuador, la Asamblea Legislativa de Costa Rica, entre otros. Lo dicho nos permite ver que existen múltiples realidades con este sistema, por lo que es totalmente factible de realizarse dentro de un sistema democrático.

Así, reafirmamos que la clave para disminuir gastos en el Congreso cuidando la democracia es eliminar el Senado y no disminuir la cantidad de diputadas y diputados.

Nataly Campusano y Gianluca Nicolini