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Opinión

Por qué la Historia hoy

Por: Rodrigo Mayorga y Macarena Ríos | Publicado: 22.08.2020
Por qué la Historia hoy | Foto: Agencia Uno
La situación que la sociedad chilena experimenta desde octubre de 2019, con el inicio del estallido social y la pandemia del coronavirus, ha restringido y puesto en juego los derechos de la ciudadanía. Son estos mismos derechos los que convenimos en acordar como fundamentales tras el fin de la dictadura y que hoy, al ser puestos en jaque, replantean la interrogante de para qué estudiar Historia, especialmente nuestra historia reciente.

Distintos acontecimientos, tanto en Chile como en el extranjero, demuestran el constante vínculo –no exento de tensión– que las sociedades mantienen con su pasado; un pasado que habita nuestro presente y cuya comprensión resulta de especial relevancia en el contexto de sociedades post-dictatoriales.

Así se ha manifestado, por ejemplo, en las últimas semanas en España, donde se redacta la nueva Ley de Memoria Democrática, orientada a buscar la verdad, justicia y reparación para las víctimas de la represión franquista; una ley que pueda proyectarse en el ámbito pedagógico. Con esto, se intenta transformar la manera en que se ha enseñado el pasado reciente en las escuelas españolas, promoviendo el aprendizaje de la represión y dictadura franquista, vinculando a las nuevas generaciones con un ayer que permanece tan vivo en la actualidad y que, por lo demás, continúa en disputa, como lo demuestran las discusiones por el monumento del Valle de los Caídos y la exhumación de Franco.

Lo ocurrido en España sirve como recordatorio de la necesidad de evaluar cómo el sistema educativo chileno aborda la relación de los estudiantes con el pasado dictatorial y la represión. Si bien puede que ya no se escuchen críticas explícitas a la inclusión curricular de la dictadura cívico-militar –como las que hacía la ex diputada María Angélica Cristi por el año 2000, argumentando que al tratarse “de un periodo que despierta pasiones en la mayoría de los chilenos, las clases darán lugar a acaloradas discusiones políticas”–, lo cierto es que, aún hoy, el tratamiento que la escuela da a la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet y sus violaciones a los derechos humanos sigue siendo objeto de discusión y disputa.

Justamente, uno de los temas que más se cuestionó de las modificaciones curriculares implementadas el año 2019 fue que, al perder la asignatura de Historia, Geografía y Ciencias Sociales su carácter de obligatorio en Tercero Medio, se reducía también la posibilidad de trabajar en detalle este periodo de la historia de nuestro país. Desde el Ministerio de Educación y el Consejo Nacional de Educación se argumentó que esto no ocurriría, dado que la dictadura cívico-militar se trabajaría en Segundo Medio y que, además, el tema se abordaría en los cursos del nuevo Plan Común de Formación General Electivo para Tercero y Cuarto Medio. No obstante, lo cierto es que la nueva estructura curricular nacional volvió a ubicar la reflexión en torno al pasado dictatorial en un año escolar sobrecargado de contenidos, limitando la posibilidad de abordarlos en profundidad y retrocediendo al respecto en lo avanzado por el Ajuste Curricular del año 2009. Por otra parte, la inclusión de estas temáticas en cursos de carácter electivo no subsana de ninguna manera esta situación, en tanto el conocimiento y discusión de nuestro pasado reciente no debiese ser parte de ningún tipo de formación diferenciada, sino más bien una experiencia común a todos los educandos del país.

La situación que la sociedad chilena experimenta desde octubre de 2019, con el inicio del estallido social y la pandemia del coronavirus, ha restringido y puesto en juego los derechos de la ciudadanía. Son estos mismos derechos los que convenimos en acordar como fundamentales tras el fin de la dictadura y que hoy, al ser puestos en jaque, replantean la interrogante de para qué estudiar Historia, especialmente nuestra historia reciente.

El aprendizaje histórico contribuye a analizar la construcción de estos derechos en el tiempo, entendiéndolos no sólo como abstracciones dispuestas en papeles oficiales, sino que en tanto vivencias y experiencias humanas que han sido puestas en tensión y objeto de controversia en distintos momentos. Hablar de nuestra historia reciente –de los intentos por construir modelos desarrollistas, de impulsar la integración social, de la reacción brutal de ciertas élites a estos proyectos y de las formas en las que el Estado chileno construyó formas de represión y vulneración de derechos– es conversar y debatir sobre nuestra contingencia.

Hoy la enseñanza y aprendizaje de la Historia no se fundamenta en saber qué pasó en el pasado con el fin de no repetirlo. Las violaciones de derechos humanos cometidas por agentes del Estado desde octubre, y documentadas por numerosos organismos internacionales, son muestra elocuente de que el conocimiento de la historia no previene de reiteraciones. El valor del conocimiento histórico lo constituye la oportunidad que ofrece de repensar nuestra sociedad en el tiempo, en un momento en el que se nos presenta la posibilidad de realizar un abanico de cambios fundamentales para nuestra existencia y convivencia futura.

En los últimos días, se ha anunciado de que los establecimientos escolares podrán “dejar fuera” algunas asignaturas durante el proceso de retorno a clases presenciales. Ello es comprensible, en tanto las medidas de distanciamiento social supondrán menos horas de clases disponibles. Al mismo tiempo, es una situación que hace aún más importante enfatizar públicamente la importancia del conocimiento histórico, las habilidades que contribuye a formar y su rol en las aulas. Como muestra el caso español, el valor de la historia reside en la oportunidad de continuar repensando nuestra sociedad, identificando qué elementos del presente y de nuestra relación con el pasado queremos mantener y cuáles cambiar, siempre con la mirada puesta en el futuro.

Como lo ha señalado Sandra Raggio, la pregunta por la importancia de la historia y su enseñanza no tiene que ver con la significación del pasado, sino con la sociedad y la democracia que queremos ser. Para ello resulta esencial que las ciudadanas y ciudadanos sean capaces de historizar su presente y, por lo tanto, de ejercer plenamente sus derechos y decidir qué sociedad proyectan para mañana. Esta pregunta, que hoy se sitúa como central en el debate público chileno, posiciona a la historia como una herramienta indispensable para construir y garantizar la democracia, un desafío clave en el Chile de hoy.

Rodrigo Mayorga y Macarena Ríos