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Opinión

Sueño con otro Estado

Por: Marcelo Saavedra | Publicado: 01.11.2020
Sueño con otro Estado |
Sueño con un país donde la democracia participativa se haga costumbre. Donde los cabildos y asambleas populares se transformen en parte de la idiosincrasia cívica de todxs. Donde los plebiscitos y consultas ciudadanas de carácter vinculante a distintas escalas territoriales se transformen en herramientas cotidianas de una ciudadanía cada vez más empoderada y alerta ante eventuales abusos de grupos de interés minoritarios.

Los piojos se matan de a uno reza el dicho popular. Hace una semana los que formamos parte del casi 79% que dijo “Apruebo” y “Convención Constitucional” matamos ese domingo un piojo gordo. Pero nuestro país padece una pediculosis social severa y, tras ese piojo de dimensiones épicas, aparecen entre los pelos que la ciudadanía decidió echar a la sopa del oasis regional, donde creía vivir el Presidente y la mitad de los habitantes de 3 comunas de Santiago Oriente, otros piojos igualmente gordos y difíciles de atrapar.

La inteligencia y capacidad de la ciudadanía movilizada será quizás la única estrategia para matar adecuadamente el siguiente piojo: el de la elección de constituyentes el próximo domingo 11 de abril. A pesar de la relevancia de ese desafío, es una cuestión que debería venir después de soñar despiertos el país en el que nos gustaría vivir a nosotros, a nuestros ancestros que aún están vivos y a nuestra progenie que está dando sus primeros pasos en esta esquina del planeta.

Soñar es uno de los escasos milagros de la naturaleza que el modelo neoliberal que se pretende desmantelar, con ayuda de una nueva y mejor Constitución, no ha encontrado la fórmula de ponerle precio y mercantilizarlo en beneficio de unos pocos que tienen su domicilio entre Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea. Por eso, junto con idear las mejores estrategias para hacernos cargo de ese piojo del 11 de abril, creo que será clave soñar nuestro futuro. Soñarlo no en la tradicional clave en que regularmente caemos, donde identificamos con facilidad lo que no nos gusta, pero se hace más difícil verbalizar el mundo y nuestro entorno en el que nos gustaría vivir.

¿De qué parte del mundo que sueño me gustaría que los constituyentes que elija fuesen cómplices y se la jueguen por traducir dichas quimeras actuales al articulado de esa nueva Carta Magna?

Veamos. Sueño que esa entelequia difusa que llamamos Estado se ponga por fin los pantalones y se preocupe de todos sus ciudadanos; no del 0,1% de su población más adinerada, sino que de todos. Por lo mismo, sueño que el Estado se reconozca como principal protector y promotor de los derechos sociales y humanos de cada uno de los más de 17 millones de almas que pululan entre Visviri e isla Lenox, incluidos aquellos ciudadanxs que habitan allende Los Andes y los océanos. Sueño que ese mismo Estado se reconozca a sí mismo como una entidad plurinacional donde las culturas ancestrales, presentes antes de que Chile se llamara Chile, sean reconocidas genuinamente como un complemento virtuoso necesario para hacer de la región geográfica que se llama Chile, una región digna de querer vivir en ella. Por ello, sueño que el Estado les otorgue la autonomía administrativa suficiente para empezar con el desmantelamiento progresivo y efectivo de siglos de discriminación, injusticias e inequidades.

Sueño que el Estado le ponga una lápida a la cultura patriarcal, que permea todas y cada una de sus instituciones e inventos administrativos que se han generado desde que se inventó esta república llamada Chile e impida discriminaciones odiosas de este tipo sobre cualquier emprendimiento particular de servicio público. Para ello, me gustaría que el Estado de ese país utópico donde me gustaría vivir promueva efectivamente el desmantelamiento de todas y cada una de las barreras legales, administrativas y culturales creadas por el Estado Masculino en detrimento de todos los otros géneros existentes desde hace milenios y que recién asoman con fuerza durante el final del siglo XX y los albores del siglo XXI.

Sueño con que el futuro Estado y su nueva Constitución reconozcan la necesidad de prescindir del mercado y sus lógicas mercantilistas en todos y cada uno de los derechos sociales y derechos humanos que se quieren salvaguardar y promover. El ser humano y la naturaleza donde está inserto debieran ser la preocupación principal del futuro Estado con el que sueño. Por lo mismo, las lógicas de la oferta y la demanda del mundo económico en general y del mundo neoliberal en particular no tendrán espacio en la futura república que queremos construir. Sueño que el dolor, la sangre y las lágrimas que ha costado aprender esa lección no pueden quedar al margen del texto de la nueva Carta Magna.

Sueño vivir en un país cuyo Estado reconozca la enorme riqueza natural con la que eones de procesos geofísicos, geoquímicos, biológicos y evolutivos dotaron de innumerables tesoros; algunos evidentes y muchos ocultos entre la tropósfera, el subsuelo y el océano; al territorio bajo su administración. Porque nada es infinito, salvo la muerte, el futuro Estado de Chile deberá hacerse cargo activo del enorme legado que nos entregó la naturaleza, para protegerlo y salvaguardarlo en beneficio de las mayorías de sus ciudadanxs y en beneficio de la humanidad, de sus recursos naturales y de su enorme biodiversidad, promoviendo el necesario equilibrio en la relación ineludible entre el mundo natural y la especie homo sapiens var. chilensis. Vinculado a lo anterior, sueño que los componentes de la naturaleza que tienen importancia económica deberán ser nacionalizados por el Estado, con el objeto de asegurar los beneficios materiales o inmateriales derivados de su explotación o de su preservación, para las grandes mayorías de los ciudadanxs del país, resguardando los equilibrios y calidad ecológica de los territorios afectados.

Sueño con un Estado que finiquite el ombligocentrismo promovido desde hace centurias desde las esferas de poder que operan en la Ciudad Capital de la República. Es más, el centralismo patológico promovido desde la zona oriente de Santiago deberá decididamente desaparecer de la visión cosmocentrista de cada uno de los funcionarios públicos que formen parte del Estado de Chile. La ignorancia e ineficiencia del Estado centralista deberá ser superada a través del nuevo orden institucional del país que sueño. En ese país utópico, pero al alcance de la mano, Santiago será una más de entre el resto de ciudades con potenciales económicos, productivos, educacionales y culturales desplegados al máximo de sus capacidades en beneficio todos los habitantes del país.

Sueño con un país y una sociedad desmilitarizada. El Estado que basa su poder en la coerción y el uso de la fuerza, para subyugar a sus ciudadanos en la aceptación de sus políticas públicas, es un Estado destinado al despilfarro permanente de sus riquezas materiales y humanas. Sueño vivir en un país donde los ingentes recursos económicos destinados al ámbito militar y la policía militarizada se reduzcan progresiva y sostenidamente en beneficio de políticas públicas que mejoren el diario vivir de la mayoría de sus ciudadanos. De la misma forma, sueño que, junto con la reducción sostenida de todo el aparato militar de la nación, la conformación de las futuras FF.AA. defensivas, así como las futuras fuerzas policiales para la protección de la ciudadanía, estén conformadas por ciudadanxs con una sólida formación técnica basada en el respeto inalienable de los derechos humanos y sociales que el futuro Estado promoverá y protegerá. Así, el Estado deberá asegurar la igualdad de oportunidades de todos aquellos que quieran conformar las futuras FF.AA. defensivas de la nación, promoviendo un escalafón único donde estén excluidos cualquier sesgo y discriminación económica, de orientación sexual, de género, étnica, religiosa o cultural.

Sueño con un Estado que garantice y promueva la educación de calidad universal para todos los niveles etáreos de sus ciudadanos. Un Estado que garantice y promueva la investigación y desarrollo orientado a la generación de conocimiento, cultura y valor. La educación de calidad, así como la inversión del Estado en Investigación y Desarrollo es quizás la única estrategia posible para mejorar el estándar de vida de toda la población y restaurar la calidad del tejido social deteriorado significativamente por los principios neoliberales de la oferta y la demanda aplicada hasta el paroxismo sobre este derecho social escamoteado por la élite económica. Por los que están y por los que vendrán, sueño que la nueva Constitución consagre el derecho inalienable de todos lxs ciudadanxs a tener la oportunidad de acceder a educación de primer nivel, independiente de su patrimonio económico.

Sueño con que el tiempo del monopolio de las élites económicas o intelectuales en el devenir y (sub)desarrollo de nuestra nación esté llegando a su fin. Para que eso realmente se haga realidad necesitaremos de un Estado promotor y garante de una educación cívica genuina para que todos los integrantes de este país se sientan con el derecho y las herramientas adecuadas para formar parte activa en la recuperación del tejido social lacerado por la cosmovisión neoliberal de la clase económica dominante. Sueño con la reivindicación de la actividad política que todo ciudadano ejerce a través de su vida, quitando a las élites tradicionales el poder que por ignorancia e inconciencia secular hemos dejado en sus manos para uso y abuso en contra nuestra, las grandes mayorías. Sueño con un país donde la democracia participativa se haga costumbre. Donde los cabildos y asambleas populares se transformen en parte de la idiosincrasia cívica de todxs. Donde los plebiscitos y consultas ciudadanas de carácter vinculante a distintas escalas territoriales se transformen en herramientas cotidianas de una ciudadanía cada vez más empoderada y alerta ante eventuales abusos de grupos de interés minoritarios.

Sueño con instituciones del Estado técnicamente competentes, independientes, transparentes y eficientes. Donde los vicios burocráticos sean anomalías administrativas en vías de extinción. Instituciones capaces de proteger y promover desde sus ámbitos de competencia los derechos sociales que el futuro Estado que sueño promoverá y garantizará. Sueño que dichas instituciones estatales dejen de ser un botín de la coalición triunfante de cada proceso eleccionario, lo que ha deteriorado y degradado progresivamente la calidad de sus funciones y servicios frente a lxs ciudadanxs a los que se deben.

En la cosmovisión neoliberal no existe espacio para ninguna actividad humana que no genere réditos en el corto plazo para los emprendedores que las desarrollan. Esa es una de las razones por las que la dimensión de la cultura, en sus más variadas manifestaciones, representa un rara avis en la gestión general del Estado chileno actual. Parte de la pobreza y deterioro del tejido social en nuestro país subdesarrollado pasa invariablemente por la ausencia de políticas públicas que promuevan y garanticen de manera efectiva las manifestaciones culturales de toda índole. Reconociendo que los derechos sociales básicos como salud, educación y pensiones son quimeras desdeñadas desde siempre por el actual Estado de Chile, el ámbito inmaterial de la cultura es una dimensión ajena al mundo interno de los tecnócratas neoliberales y que necesita ser revertida con igual urgencia. Por lo mismo, sueño con un Estado que reconozca el valor inmaterial de la dimensión cultural dentro de la sociedad. Soy consciente de que la única forma de poder avanzar en la escala evolutiva del desarrollo humano es aprendiendo a soñar y el sendero que lleva a las personas a soñar pasa por agrandar y profundizar la mochila cultural con que nacemos y la llenamos a través de toda una vida.

Sueño con un país donde los beneficios materiales e inmateriales derivados de la ejecución de las actividades económicas que desarrollan los trabajadores económicamente activos se distribuyan de manera justa, para que la expresión popular y recurrente de que “en Chile está mal pelado el chancho” se transforme en una anécdota lingüística de los sociólogos del futuro. La “cultura winner” de los tecnócratas especuladores neoliberales, y de las castas de la oligarquía económica que habita mayoritariamente en la zona oriente de Santiago, está acostumbrada a la privatización de los beneficios y a la socialización de las pérdidas y maleficios. Sueño con que el Estado del futuro se haga cargo de esta injusticia normalizada en el Chile actual, promoviendo la redistribución justa de los beneficios económicos a través de una política impositiva audaz, justa y exigente, que permita generar los recursos necesarios para garantizar los derechos sociales a los que todo ser humano que habite en estas tierras tiene derecho.

Estoy consciente de que en un país subdesarrollado como el nuestro lo que sobra son las necesidades de las grandes mayorías, por lo que la lista corta de sueños expuesta carece de una infinidad de temas y dimensiones que son tan o más relevantes que los modestos sueños que levanto hoy. Confío también que los resultados de la aritmética electoral mañosa impuesta por los dueños de este país, y que operará en cinco meses más, mantenga las proporciones de las matemáticas del mundo físico y real donde 79% SIEMPRE es mayor que 21%. Si con la ayuda de buenos y honestos constituyentes electos por ese 79% que se manifestó hace días se logra conseguir que los sueños expuestos arriba tengan su correlato jurídico dentro de la nueva Carta Magna, entonces este país se parecerá más a lo que Eusebio Lillo se imaginó en alguna tarde de inspiración republicana hace más de 170 años y nos acercaremos a un poco más a esa quimérica “Copia feliz del Edén” o del Wenu Mapu, o del Wahlhalla o del Nirvana, o del Jannah, o del Shambhala o del concepto que cualquiera le otorgue a un lugar mejor al sitio donde actualmente vive y sufre la gran mayoría de este país.

Marcelo Saavedra