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Opinión

Mandela y los presos de la revuelta

Por: Esteban González Pérez | Publicado: 07.11.2020
Mandela y los presos de la revuelta |
La historia está llena de pequeños Mandela que el relato oficial olvida, los que muchas veces pasan sus días ignorados en las cárceles. Esos “violentos” cuyas revoluciones, cuyas acciones, permitieron precisamente la existencia de las instituciones democráticas de las que hoy nos jactamos. Es justo decir que los presos de la revuelta merecen la libertad que han conquistado para todos.

Antes de ser reconocido universalmente por sus incuestionables virtudes políticas y humanas, Nelson Mandela había sido duramente sindicado como impulsor de guerra de guerrillas o definitivamente como un terrorista. Las acciones de sabotaje del MK (La Lanza de la Nación), en su lucha frontal contra el oprobioso apartheid, le valieron semejantes acusaciones y 27 años de prisión a quien, varios años más tarde, se transformaría en el Presidente de la Sudáfrica libre.

Mandela es hoy, sin lugar a dudas, un patrimonio de la lucha por la libertad. El día de su fallecimiento, el presidente de Chile Sebastián Piñera expresó una “profunda gratitud por el inmenso esfuerzo y tremendo aporte que hizo a la paz en su país y en el mundo entero”, manifestando además que “era un hombre que sabía que tenía una misión que cumplir, y que estaba dispuesto a sacrificar todo por esa misión”.

Estos reconocimientos a la estatura histórica del líder sudafricano son frecuentes. No hay líder contemporáneo que sea capaz de negar su importancia, valentía y trascendencia política. Pero los actos de sabotaje protagonizados por el MK, los mismo que le valieron la persecución, criminalización y cárcel a Mandela, y a tantos otros, en general no son mencionados. Y cabe preguntarse por qué.

En primer lugar, aquellos actos han recibido una absolución por parte de la historia, precisamente porque asumimos que Mandela, como el propio pueblo sudafricano, se rebelaban contra una realidad opresiva e injusta. La acción directa era una respuesta a, nada menos, que la violencia estructural de la cual eran objeto.

En segundo lugar, porque su trayectoria política y ejemplo de vida no se agotan en su temprana lucha contra el régimen del apartheid. Su búsqueda por el fin del opresivo sistema no cesó tras las rejas, sino que se abocó de otras formas a luchar incansablemente por una nación libre e igualitaria, así como a trabajar por la paz. El clamor del pueblo sudafricano lo sacó de la cárcel y lo llevó a la Presidencia.

Tras el estallido social chileno, decenas de jóvenes arriesgan más años de cárcel que Nelson Mandela. Se les acusa de acciones que no afectaron la vida de ninguna persona y en muchos casos incluso se carecen de pruebas para inculparlos. Hasta el día de hoy se les ha privado de recibir la visita de sus familias, en un régimen carcelario propio de la infame Ley Antiterrorista. Para ellos no hay loas presidenciales ni reverencias ministeriales.

Y es que la sociedad suele celebrar la capacidad de resolver pacíficamente sus controversias, olvidando que aquel fue un diálogo forzado por aquellos a quienes ni siquiera quería escuchar. El problema es que, tras esas celebraciones y acuerdos, son siempre los más débiles los que son sacrificados. Aquellos que pusieron el cuerpo en la manifestación, los que lucharon sin más ropajes que las esperanzas colectivas. Ahí están “los nadie, los hijos de nadie, los dueños de nada” —como nos recordaba Eduardo Galeano—, los que “no figuran en la historia universal sino en la crónica”.

Antes de que pudiéramos conquistar la democracia con un lápiz y un papel, como tanto nos gusta decir, fueron necesarios aquellos que arrojaron una piedra o rompieron un torniquete para poner en entredicho el sistema, tal como nuestros padres lo hicieron en los 80. Son esos que usaron la violencia, esa que tan rápido algunos se apresuran a condenar, los que lograron que una élite sorda no tuviera más alternativa que escuchar las demandas, esas mismas que habían sido planteadas tantas veces antes, de muchas otras formas. Son los que, quizá sin imaginarlo, arrinconaron a la Constitución de Pinochet como nunca antes se pudo conseguir. Los que hablaron con todo el cuerpo después de tantos años de silencio.

Esos “nadie, hijos de nadie, dueños de nada”, tienen una vida muy distinta a los “dueños de todo” contra los que Chile se rebeló el 18 de octubre de 2019. No se parecen en nada a quienes defraudan al Fisco y los condenan a penas en libertad, matriculándolos en clases de ética en las universidades de sus socios y amigos. Distintos son también de aquellos a los que el Estado rebaja impuestos por sus gastos en onerosos abogados, precisamente cuando se los investiga por causas tributarias y de defraudación al propio Fisco. Y claramente son muy diferentes a todos esos que compartieron directorio en grandes empresas con “nuestro” Presidente, los que sabemos jamás pasarían un año en prisión preventiva.

Porque Chile encarcela la pobreza, como tuvo que oír el Papa. Los jóvenes que representaban a una sociedad cansada del abuso fueron los que pusieron, literalmente, el cuerpo a las balas, porque no hay metáforas esta vez. Los mismos que ayudaron a forzar el diálogo que dio lugar al plebiscito y ni siquiera pudieron votar en él. Son los que desde sus celdas deben haber escuchado las celebraciones del Apruebo, contando los días para sumarse a la fiesta de la democracia.

Pareciera que la lucha por los derechos y la libertad es admirable sólo hasta que toca de cerca los propios privilegios, como le pasó al presidente Piñera. Porque esta vez no era Sudáfrica, no se trataba de un sistema lejano, sino el propio, el que construyeron sus correligionarios, socios, amigos y familiares.

Lo cierto es que la historia está llena de pequeños Mandela que el relato oficial olvida, los que muchas veces pasan sus días ignorados en las cárceles. Esos “violentos” cuyas revoluciones, cuyas acciones, permitieron precisamente la existencia de las instituciones democráticas de las que hoy nos jactamos. Es justo decir que los presos de la revuelta merecen la libertad que han conquistado para todos.

Esteban González Pérez