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Ciudadanía transnacional para una nueva política constituyente

Por: Antonia Mardones y y Carlos Fuentealba | Publicado: 11.11.2020
Ciudadanía transnacional para una nueva política constituyente voto | Foto: Agencia Uno
Ser extranjero es tener el alma y la familia marchando por las calles, mientras el cuerpo tiene que seguir viviendo, trabajando y cohabitando en un mundo que sigue como si nada. Ser extranjero es tener que mapear dónde están los xenófobos del barrio para evitarlos, para que ningún imbécil nos discrimine por el solo hecho de haber nacido en un lugar distinto a él.

Los chilenos que vivimos en el extranjero y los “extranjeros” que viven en Chile somos considerados ciudadanos incompletos a los que el proceso constituyente excluye por razones opuestas y complementarias. A nosotros, por no estar allí, en el territorio. Por no sentir los temblores, ni saber si sigue nevada la cordillera o si los ríos siguen trayendo agua. Y a los “extranjeros” en Chile, por haber nacido en otra tierra. Por haber conocido otro mar antes que el Pacífico sur y no tener ancestros mapuche. O por no asignarle ningún papel a Allende o Pinochet en sus biografías familiares.

En el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución se consensuó que la elección de los constituyentes se realizara en los mismos términos de las elecciones para diputados y diputadas. Es decir, sin permitir la participación de los chilenos en el extranjero, ni de la gran mayoría de los migrantes en Chile. Porque según la ley de elecciones, los chilenos en el exterior sólo pueden participar en las elecciones presidenciales y los plebiscitos, pero no en una cita mucho más crucial y sentida, como es este proceso constituyente. De forma análoga, sólo se permite el voto a los migrantes que llevan más de cinco años en el país, sin posibilidad de presentar candidatos. Si consideramos, entonces, a ambos grupos juntos, constataremos que se está negando la representación política a un universo superior a los 2,5 millones de personas.

Vale aclarar que usamos la noción de “extranjero” entre comillas porque sabemos lo que significa sufrir la extranjería. Y tras el estallido social, lo supimos mucho más. Ser extranjero es tener el alma y la familia marchando por las calles, mientras el cuerpo tiene que seguir viviendo, trabajando y cohabitando en un mundo que sigue como si nada. Ser extranjero es tener que mapear dónde están los xenófobos del barrio para evitarlos, para que ningún imbécil nos discrimine por el solo hecho de haber nacido en un lugar distinto a él.

“Habla con dejo de sus mares bárbaros/ con no sé qué algas y no sé qué arenas (…)/ y va a morirse en medio de nosotros/ en una noche en la que más padezca, / con sólo su destino por almohada/ de una muerte callada y extranjera”, escribió Gabriela Mistral en su poema La Extranjera.

Con especial énfasis, este tema fue incorporado por el Papa Francisco en su reciente encíclica Frattelli tutti. Allí donde la xenofobia se difunde con fines políticos, dice el Sumo Pontífice, “los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. Por lo tanto, deben ser protagonistas de su propio rescate. Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos”.

Esta es la situación que está explicitando el proceso constituyente y que la investigadora Ana Paula Penchaszadeh, aborda en términos políticos: “Al migrante se le niegan los derechos políticos plenos, ya sea por no ser nacional de la comunidad de destino o por no residir en el territorio de su comunidad política de origen. La doble ausencia del migrante, en el Estado de origen y en el de destino se manifiesta en una doble exclusión política: ni de aquí, ni de allá”.

Y esto significa, en la práctica, una ciudadanía de segunda clase. Porque desde Aristóteles, el ciudadano es definido como aquel que pertenece a la comunidad política (polis) y puede intervenir en la definición de los asuntos comunes.

Por ello es tan importante que la Cámara de Diputadas y Diputados tramite y apruebe urgentemente el proyecto de reforma constitucional que crea distritos internacionales e incorpora al 5,5% de los chilenos que vivimos en el exterior. Porque en diciembre cierra el plazo para reformas al Acuerdo por la Paz, se publica el padrón y la participación de todos estos chilenos debe estar ya garantizada para entonces.

Igualmente crucial, en este sentido, es que el proceso constituyente inaugure un nuevo modelo de ciudadanía transnacional, que abra vías para incluir a los migrantes en Chile y que represente un nunca más a la miseria de estos últimos años en que vimos emerger lo peor de lo nuestro: con migrantes esclavizados en containers, acampando en la calle durante la pandemia o expulsados en nombre de la “solidaridad”.

Es hora de que los chilenos nos detengamos en esas líneas de nuestro himno que con tanto fervor cantamos en ocasiones: “O el asilo contra la opresión”. Pensemos en su significado y empecemos a  honrarlo.

Antonia Mardones y y Carlos Fuentealba