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Mi tía Ester y la memoria de la revolución

Por: Pelao Carvallo | Publicado: 03.12.2020
Mi tía Ester y la memoria de la revolución |
Mi tía Ester me contaba cada cierto tiempo lo que ella había vivido en la UP, siendo ella contraria a la UP, aunque era obrera fabricana en ese tiempo. El Bernardo y otras personas mayores me contaban también sus vivencias durante la UP, como jóvenes no militantes. Sus relatos hablaban de un momento extraordinario, en el cual la normalidad anterior había caído, en el cual los actores relevantes eran otros y otras. Por ejemplo: los obreros de la construcción construían un edificio por orgullo, para demostrar que podían, no por órdenes o por la paga, sólo porque ellos podían.

A Isabel

Chile vive una experiencia revolucionaria. Desde días antes del 18 de octubre de 2019. Esa experiencia extraordinaria, maravillosa, increíble, será el ancla de la memoria de todo lo que se dejó atrás rutinariamente con esta revolución. Sabemos que es una revolución porque hay una memoria que ha circulado de otros momentos revolucionarios en Chile. La memoria circula porque es social y se da en el hablar, en el contarse cosas. La memoria de la revolución es distinta de la memoria de la resistencia. La revolución es extraordinaria, la resistencia es cotidiana, como aquello a lo que hace resistencia.

Mi tía Ester me contaba cada cierto tiempo, no siempre, lo que ella había vivido en la UP, siendo ella contraria a la UP, aunque era obrera fabricana en ese tiempo. El Bernardo y otras personas mayores me contaban también sus vivencias durante la UP, como jóvenes no militantes. Sus relatos hablaban de un momento extraordinario, en el cual la normalidad anterior había caído, en el cual los actores relevantes eran otros y otras. Por ejemplo: los obreros de la construcción construían un edificio por orgullo, para demostrar que podían, no por órdenes o por la paga, sólo porque ellos podían. Otro: los pacos le pasaban “partes” por faltas a las leyes el tránsito a los “pepepatos” (cuicos, chetos, fresas) como a cualquier otra persona. Lxs trabajadorxs de las fábricas hablaban sobre la producción en voz alta. Las trabajadoras podían abandonar el trabajo ante el menor abuso porque sabían que habría otro trabajo en otra parte. La gente principal era la gente común y corriente y eso era lo extraordinario: el viejo poder se había disuelto y la gente vivía un momento maravilloso donde lo que dijeran los viejos poderes importaba poco o nada. La crítica de mi tía iba a que eso no se vivía responsablemente, más bien se vivía como una fiesta, la fiesta de la irresponsabilidad. La misma idea de fiesta, de alegría, era la memoria del Bernardo y otras personas: memoria de gente hablando, cantando, bailando. Lo de las marchas no era relevante o, digamos, de ellas se recordaba la parte de la fiesta, de la alegría.

Es que la memoria usa trucos para sostener sus recuerdos; el más conocido es la economía del olvido: olvidar lo irrelevante para recordar lo necesario. Eso implica la creencia, la fe, de que nuestro cerebro realmente olvida, borra, elimina. Como ateo que soy no tengo tal fe. Imagino que nuestro cerebro (y cuerpo en general) se nutre de un modo muy elegante de nuestros recuerdos como algún tipo de energía que usa y mantiene. Entonces nuestros recuerdos siempre están, pero usados para otra cosa que tiene que ver con nuestro vivir. Digo, literalmente nos alimentamos y vivimos de nuestros recuerdos y nuestras memorias. Por extensión nuestro aparato digestivo es también un órgano de la memoria, larga y corta.

Otro de los trucos de la memoria es mantener la memoria de lo rutinario mediante lo sorprendente. Lo sorprendente, lo que nos llama activamente la atención, es un ancla en la memoria para sintetizar, resumir y obviar el largo y repetitivo recuerdo de las cosas rutinarias. Por ello es que el recuerdo del recreo en el colegio, de las tomas y cosas divertidas que hicimos con nuestras compañeras y compañeros no sólo recuerda lo que aparece, sino que es el resumen y la puerta de entrada a los repetidos recuerdos de lo mismo que era cada clase, cada hora en el colegio, cada mirar a la pizarra, cada gana que tuvimos de no estar ahí. Como mi infancia estuvo inmersa en la experiencia de la dictadura de Pinochet usaré algunos ejemplos de eso. El recuerdo del hambre, cuando el hambre es cotidiano, sólo aparece en los hechos extraordinarios que lo contradijeron y subrayaron: el pescado frito que alguna vez apareció en el almuerzo escolar, lo desagradable de esa comida y los esfuerzos por meter la papilla de porotos gelatinosa en los bolsillos del vestón escolar, recubiertos con el papel de las hojas del cuaderno. Cuando un arroz con huevo y tomate quedaba especialmente delicioso en verano. La pulcritud, estrictez y suma justicia en el reparto de la comida para que todos recibieran lo mismo. Pero llegar a esa sensación permanente de no estar saciado, de la comida insuficiente, de querer comerlo todo, sólo nos llega ahora disfrazada de exceso y diabetes, porque re-sentirla es un esfuerzo doloroso en su tristeza y la memoria hace bien en olvidar todo aquello.

Recordamos entonces lo que nos sorprendió, lo que nos maravilló, lo que nos marcó (por cierto, independiente de si aquello nos conviene o no), como el gancho que lleva tras de sí lo que no era sorpresa ni maravilla, todo aquello cotidiano que era nuestro mundo y estaba dado por hecho, funcionaba sin más, sin cuestionamientos porque era el mundo que adornaba nuestra vida como el paisaje de la historia y de la vida social. Recordamos por ello los juegos de la infancia en tanto esos juegos reflejan la experiencia alegre y vívida de la libertad y nos permite olvidar todo el tiempo en la casa familiar que era todo lo contrario puesto que representaba el orden, la rutina, el exceso de autoridad. Y aun así de esos juegos de infancia recordamos sólo aquellos de los cuales éramos protagonistas o recalcan alguna faceta nuestra. La faceta rutinaria, excluyente, bullynguera de los juegos, las olvidamos también para conveniencia nuestra y de nuestra salud mental. Pero el cuerpo usa esa memoria olvidada como energético y ahí vemos cómo, a menos que hagamos un fuerte ejercicio de autoconciencia, replicamos esos autoritarismos, abusos, exclusiones en nuestra vida adulta porque el cuerpo recuerda los gestos expresándolos, volviéndolos a actuar. La memoria más importante por ello es la memoria olvidada, porque no está olvidada, sino que convertida en cuerpo, nuestro cuerpo, y aparece no domesticada, inconsciente, en nuestros gestos más rancios, más reaccionarios. Por ello es que la buena vida, la vida libre y amorosa, ha de ser la vida que construyamos rutinariamente, día a día, porque ella será la que nutrirá nuestro futuro desempeño. El problema es que esa vida es social y la resistencia al autoritarismo, al hambre, al bullyng, en lo cotidiano es la más difícil de hacer.

Gracias a esa memoria compartida por mi tía Ester, por el Bernardo, por montón de gente que vivió la Unidad Popular, el gobierno de Allende, y que prestó atención o le llamó la atención a las cosas extraordinarias que estaban pasando allí, es que podemos reconocer la experiencia revolucionaria en el Chile de 2019-2020. Reconocer, validar, valorar, nombrar, porque lo extraordinario, la pérdida de importancia de los viejos poderes, las ganas de hablar, todo ello sucedió y sucede. Esas anclas de la memoria personal son también sociales, porque lo extraordinario es respecto a un ordinario, un cotidiano, un rutinario social que afecta a todo mundo y que quedará resumido, subsumido, en la maravilla de algún recuerdo como ver a las vecinas (que nunca se hablaban) hablar en la fila del negocio y reír, disentir, comentar espontáneamente, bueno, no espontáneamente: libremente, libremente al fin, quizás hasta cuándo.

Pelao Carvallo
Escritor, poeta y comunicador chileno/paraguayo. Integrante de la Red Antimilitarista de América Latina y el Caribe (Ramalc).