Avisos Legales
Opinión

Chile y Perú, “demasiada democracia”

Por: Rodrigo Hidalgo | Publicado: 09.12.2020
Chile y Perú, “demasiada democracia” Policía Nacional del Perú | Foto: @amnistiaperu
Cuando un pueblo se alza, “despierta” y sale a exigir sus derechos sostenida y transversalmente, se logra un momento fugaz de conciencia política colectiva, precioso en su fugacidad, que queda grabado como experiencia: nos sentimos de verdad parte de algo, miembros de algo por fin. Porque el resto del tiempo estamos librados a nuestra propia suerte, en un sistema global en que el mercado manda, y por ende cuánto tienes y cuánto ganas determina tus posibilidades.

Se ha puesto de moda utilizar este adverbio determinante de una forma equívoca. Porque cuando decimos que algo que es demasiado lo que sea, lo que estamos haciendo es sancionarlo o juzgarlo negativamente. Algo demasiado implica algo “de más”. Si digo “habla demasiado” estoy diciendo que es insoportable. ¿Cómo se entiende cuando dicen que esa camisa es “demasiado linda” o “esa película me gustó demasiado”? Está mal dicho, en rigor deberíamos entender que la camisa no te gustó y que la película es mala. En cambio, el adverbio sí está bien usado cuando alguien dice “demasiada democracia”, porque podemos claramente entender que está chato de asambleas, o incluso que está pidiendo “mano dura”, un golpe de autoritarismo o por lo menos simple orden. Eso se entiende ¿o no?

No, no necesariamente. “Demasiada democracia” es lo que un amigo me dijo comentando el calendario de votaciones que avisoró al otear en el horizonte. En lo inmediato, se refería a dos comicios: la primarias para gobernadores y alcaldes oficiales del domingo 29 de noviembre, en varias comunas y en todas las regiones del país; y las “primarias ciudadanas” del domingo 6 de diciembre, que es únicamente en la comuna de Santiago.

El proceso que una sociedad enfrenta cuando estallan crisis sociales y políticas, como las que han estallado en Perú y en Chile, tiene siempre al menos una consecuencia real comprobable, y es que la gente se pone a hablar de ello, la gente piensa, conversa, reflexiona, analiza, busca informarse y forjar una opinión, por rudimentaria que sea. Eso tiene un correlato concreto social y político. En los comités de administración de los guetos verticales, en las juntas de vecinos, en los centros de padres y apoderados de los colegios, en las asambleas territoriales, en las ollas comunes, en las federaciones de estudiantes, en los sindicatos, etcétera. Siempre habrá ciertamente un porcentaje de personas que no participará; rehusarán hasta ese punto el contrato social, se declararán al margen de lo político entregados a la inercia de los acontecimientos. Y dirán, revelando su posición política de facto, que la única consecuencia real comprobable de las crisis, lejos de la sostenida hasta acá, es la de las calles con sangre y los muertos. Efectivamente esa es una segunda o, si se quiere, primera consecuencia. Pero lo importante, insisto, es esto: que la crisis hace que la gente reflexione, piense, debata, analice, por mínimo que sea el gesto.

Cuando un pueblo se alza, “despierta” y sale a exigir sus derechos sostenida y transversalmente, se logra un momento fugaz de conciencia política colectiva, precioso en su fugacidad, que queda grabado como experiencia: nos sentimos de verdad parte de algo, miembros de algo por fin. Porque el resto del tiempo estamos librados a nuestra propia suerte, en un sistema global en que el mercado manda, y por ende cuánto tienes y cuánto ganas determina tus posibilidades. Pero la movilización hace patente una especie de obligación social moral, que es la de participar en la polis. Está, reitero, la no despreciable masa que a regañadientes se hace el tiempo para ir a votar como máximo esfuerzo. ¿Quién tiene tiempo o ánimo para estar yendo a reuniones? Pura pérdida de saliva, y si todo, además, ya está arreglado, cocinado, negociado… Es un proceso. Se decanta, se sedimenta, se burocratiza incluso, se gestiona, se administra, se mete en la camisa de fuerza del procedimiento y el protocolo. Y ahí tienes entonces un coherente bajo índice de participación en las primeras primarias del fin de año, mesas sin constituirse siquiera. Lógico, ¿qué esperaban? Así funciona la democracia.

En Chile el estallido fue encauzado como se encauza un río, a manos de una clase política desprestigiada que aún pretende someter a la ciudadanía a un proceso de cambio de la Constitución que no pase de una manito de gato, un nuevo truco de gatopardismo, no alterando estructuralmente el orden establecido. Escollos trampososo como la meta de superar los 2/3 para llegar a un acuerdo, o bien el veto del 1/3, que es lo mismo. La posibilidad de volver a fojas cero al cabo de un año de negociaciones. El sistema político privilegia a los partidos y hace un rato ya que esas formas de orgánica no representan los intereses de sus afiliados. Los independientes, que es la mayoría del país, vamos a seguir en la calle, a pesar del natural desgaste de todo movimiento. Entonces, lo que parece interesante es constatar cómo en esa dinámica, vale decir con todo en contra, se levantan igual algunas candidaturas o precandidaturas que provienen del mundo social organizado, con el esfuerzo y honestidad propias de quienes representan genuino espíritu de servicio público. Pienso en algunos ejemplos concretos: la ya mencionada plataforma por una Alcaldía Constituyente para Santiago, donde han confluido militantes de partidos como el comunista y el liberal, y candidatos a edil provenientes del mundo civil organizado, como José Pepe Osorio, de la Asociación de Barrios Patrimoniales, o el profesor Gustavo Pacheco, del Movimiento Dignidad Popular. Y pienso también en las candidaturas que se levantarán para la Convención Constituyente, como la de la doctora Libertad Méndez Núñez, ginecóloga feminista; o las del economista peruano Manuel Hidalgo (mi padre) y la sicóloga cubana Catalina Bosch, estos dos en calidad de representantes de las organizaciones de migrantes en Chile.

¿Cómo logra una expresión del cuerpo social movilizado hacerse carne en las estructuras de representación institucional? Es todo un desafío. Pero acá en Chile hay historia y experiencia, por eso se estudia con atención lo que nos está sucediendo, desde Perú por ejemplo. Porque ¿cómo van a salir los peruanos del embrollo en que se encuentran? El problema allá es efectivamente una experiencia menor en este sentido, porque su clase política tiene mucha más mala reputación que la chilena, y la ciudadanía fue clientelizada desde mucho más temprano. Ahora en Chile parece imposible algo así, pero puesto en perspectiva, es un hecho. Digo que la clase política chilena, a pesar de Piñera, del hijo de la Michelle, de Lagos, los pinocheques y un largo etcétera lleno de Tombolinis y Larraínes, es, al lado de la clase política peruana, casi honrada. Qué espantoso lo que estoy diciendo. Pero ni comparación. El narco acá no ha horadado tanto a la clase política. Acaso en Chile al narco le bastó aliarse con la familia militar, habida cuenta de nuestra posición como país de lavado de dinero y de tránsito. Pero estamos lejos de tener un Presidente traficante como Menem, por ejemplo. En el barrio nuestra clase política parece casi tocada como he dicho, por una probidad inaudita. Qué espanto.

Siendo mis ancestros todos peruanos, muchos me han preguntado cómo leo o veo lo que está sucediendo allá. He repetido un hecho histórico a modo de ejemplo. No nos cuentan, cuando en el colegio estudiamos la Guerra del Pacífico, que el Presidente peruano de esa época fue un claro caso de esa corrupción lamentable y funcacional en la clase política peruana. ¿Cuándo se jodió el Perú?, se preguntaban los personajes de Vargas Llosa en Conversación en la Catedral. Difícil rastrarlo. Aquel Presidente, Mariano Prado, para enfrentar la guerra pidió un préstamo multimillonario endeudando al país, y se fue a Europa supuestamente a comprar barcos para hacerle frente a Chile. Prado tenía negocios en la minería chilena y, lejos de comprar los barcos, se embolsilló la plata, renunció por carta y se quedó por allá, falleciendo en Francia dos décadas y media más tarde. De ese talante son los gobernantes en Perú. Ladrones sin escrúpulo alguno. Y desde los inicios de la república.

Por eso, en Perú hay toda una generación que se siente hoy llamada a protagonizar cambios como los que los chilenos estamos viviendo, mala o buenamente, como quiera mirarse. En Perú los jóvenes que vivieron la dictadura de Fujimori en los 90, y que participaron en las marchas de los 4 suyos que terminaron con dicho régimen consagrando a Alejandro Toledo como líder y futuro nuevo mandatario, son hoy adultos que conocieron ese sentimiento de vinculación, de pertenencia, una emoción social y política, y que establecen un puente con los jóvenes peruanos que han salido ahora a defender la democracia, a pedir la caída de los oportunistas eternos. Los congresistas peruanos se han defendido como gato de espaldas, sabiendo que no tienen margen ya para más triquiñuelas. Son poderosos, sí, porque están todos mojados por el narco. Y compran votos descaradamente y con mano generosa, algo de eso aprendieron con Fujimori. Ese diálogo entre generaciones que han participado, ese tejido, es el que necesita articularse para poder replicar lo que en Chile está sucediendo. Y por eso las esperanzas se han depositado con temerosidad evidente en el actual mandatario, un Vizcarra 2.0 por así decirlo, un escaso hombre de papeles relativamente limpios en la política peruana. Sagasti, citando a Vallejo, con su perfil de académico, con militancia en un partido político que no tiene ideología sino color, asumiendo que los partidos son eso, instrumentos que, no habiendo ya ideologías, o habiendo una sola, son distinguibles más bien por un color, como quien dice “sabor manzana” o “sabor sandía”: el Partido Morado, que toma simbólicamente un pigmento asociado a la Iglesia católica. Nada es casual, ya lo sabemos. Sagasti, igual que Vizcarra, tiene al pueblo peruano detrás con la esperanza de limpiar de ladrones al Parlamento y a la política. Difícil misión. Porque depende de cómo ese mismo pueblo logre articularse, hacerse carne en las estructuras, expresarse orgánicamente y superar el tedio de las asambleas, una vez traspasado el momento de la marcha y la protesta. En eso estamos acá en Chile.

Rodrigo Hidalgo
Escritor y periodista, chileno-peruano.