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Opinión

2020, la certeza de la incertidumbre

Por: Catalina Baeza | Publicado: 14.12.2020
2020, la certeza de la incertidumbre Escalera Apolo de Valparaíso | Obra de Maxi Zamora, Analía Hertz y Stefanya Murall
Individualistas, nuestra certeza nos hizo olvidar que basta un movimiento, un cambio en un nudo de esta red, para afectar a toda la red. Olvidamos también que no tenemos cómo predecir la intensidad del cambio que se genera cuando un nudo es afectado. Lo olvidamos porque las certezas de nuestro día a día indicaban que lo teníamos todo bajo control. La ilusión de las certezas se derrumbó con la misma rapidez con que fuimos siendo contagiados por el virus y pasamos a preguntarnos con angustia ¿qué vendrá mañana? Por primera vez en mucho tiempo, no tuvimos una respuesta. Pero, ¿alguna vez tuvimos una respuesta a esa pregunta? No: lo que teníamos era la ilusión de saberlo.

Los seres humanos modernos necesitamos algunas certezas para poder sobrevivir. Hasta hace pocos meses, necesitábamos saber en qué año, mes y día estábamos para tener la certeza de nuestros planes futuros. Necesitábamos tener la certeza de vivir en un planeta que gira alrededor del sol y que año a año nos recuerda que, a cada giro, completamos un ciclo que nos gusta celebrar como cumpleaños. Necesitábamos imaginar que el mundo, tal como lo conocíamos, continuaría tal cual lo imaginábamos y, de este modo, aferrados a la idea de la certeza organizábamos nuestras agendas de vida. Hasta fines de 2019, teníamos la certeza de tener el control de nuestros deseos, y voluntades de ir y venir.

La expansión del Covid-19, para quienes vivimos en el cono sur, parecía algo distante y sorprendente y, una vez más, aferrados a las certezas de la inmunidad por la distancia o por la arrogancia, imaginábamos que teníamos el control. La vida nos muestra todos los días que la gran mayoría de las certezas no pasan de ilusiones. De hecho, nadie sabe lo que sucederá en los próximos 60 segundos, 60 minutos o 60 días. En teoría esto era fácil de explicar e incluso de aceptar. En la práctica, un virus nos mostró que no.

2020 fue el año de la incertidumbre y, aunque hicimos lo posible por evitarla, ella pasó a habitarnos. El vértigo que provoca no saber sobre el día de mañana nos hizo realizar grandes cosas. Inventamos los calendarios, los relojes y las agendas para sentir que, de algún modo, controlábamos el paso del tiempo y a este tiempo controlado lo llamamos “de oro”. Inventamos remedios para controlar las enfermedades, lugares donde cuidar a personas enfermas y profesiones destinadas únicamente a esta labor. Imaginamos que, al tener todo esto, también controlábamos la vida. Olvidamos con demasiada frecuencia que todos y todas somos parte de una red enorme de relaciones visibles e invisibles. Una red con hilos gruesos, en algunos casos, y otros con hilos tan finos y tenues que no somos capaces de distinguirlos.

Individualistas, nuestra certeza nos hizo olvidar que basta un movimiento, un cambio en un nudo de esta red, para afectar a toda la red. Olvidamos también que no tenemos cómo predecir, con exactitud, la intensidad del cambio que se genera cuando un nudo es afectado. Lo olvidamos porque las certezas de nuestro día a día indicaban que lo teníamos todo bajo control. La ilusión de las certezas se derrumbó con la misma rapidez con que fuimos siendo contagiados por el virus y pasamos a preguntarnos con angustia ¿qué vendrá mañana? Por primera vez en mucho tiempo, no tuvimos una respuesta. Pero, ¿alguna vez tuvimos una respuesta a esa pregunta? Pienso que no: lo que teníamos era la ilusión de saberlo.

Un virus nos demostró que la incerteza sobre el mañana es la única certeza que tenemos y como humanos tendremos que acostumbrarnos a vivir con ella. El lado positivo de aceptar la angustia que provoca la incertidumbre es que aparece siempre para hablarnos del futuro y, al aceptar que no sabemos nada sobre lo que vendrá mañana, quizás pasemos a vivir el hoy como lo único posible. Ya no luchamos contra la incerteza. Vivir el presente no es irresponsable, como muchos pueden imaginar. Vivir cada día, conscientes al día que vivimos como si fuese el último, quizás colabore a hacer de este día el mejor, el único.

2020 no fue un año perdido. Fue un año de mucho trabajo, mucho cuidado y, sin duda, un año en que la incertidumbre nos obligó a reflexionar sobre nuestras prioridades, nuestras relaciones y a recordar que continuamos siendo parte de un sistema mucho mayor que sobrevive gracias a la colaboración. 2020 podrá ser recordado como un año de mucho miedo, angustias y tristezas por tantos seres queridos perdidos, pero también como un año que a muchas y muchos nos recordó la necesidad de cuidar, de cuidarnos y de aceptar ser cuidados. Mi deseo para el año 2021 es que no lo olvidemos.

Catalina Baeza
Psicóloga clínica y terapeuta familiar.