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Neuroderechos y Chile: camino entrelazado

Por: Mariana Cruz | Publicado: 20.12.2020
Neuroderechos y Chile: camino entrelazado |
El avance de las neurotecnologías seguirá repercutiendo, ya que son muchos los laboratorios e instituciones que hoy trabajan en el mapeo cerebral y sus diversas potencialidades. Sin duda, esta es una forma concreta de recordar que los derechos humanos son permeables a los cambios y contextos históricos.

El año 2013 Barack Obama anunciaba públicamente la inversión de 100 millones de dólares para investigar el cerebro humano. El proyecto conocido como BRAIN (acrónimo en inglés de ‘Brain Research Through Advancing Innovative Neurotechnologies’, es decir, ‘Investigación del cerebro a través del avance de neurotecnologías innovadoras’) tenía entre sus objetivos lograr, en los siguientes 15 años, el mapeo de toda la actividad cerebral: una especie de radiografía profunda a nuestros cientos de millones de conexiones neuronales. Motivaciones existieron muchas, en especial, poder lograr las respuestas necesarias para curar y prevenir enfermedades como la esquizofrenia, la epilepsia, el Alzheimer o el Parkinson.

Rafael Yuste, el promotor y pionero de BRAIN, aseguraba que hacer esta investigación pública, sin patentes y colaborativa, apelaba al sentido de ética más profundo de la comunidad científica. Para él no fue fácil dimensionar el impacto de su trabajo y el de sus colegas (hablo en su nombre, puesto que tengo la fortuna de conocerle), en particular, respecto a las “otras aplicaciones” que el mapa cerebral podría acarrear. En efecto, visualizar y conocer la actividad cerebral, podría permitir también manipular y alterar la actividad de nuestras neuronas. Pero, ¿cómo se mapea el cerebro? El mapeo cerebral se realiza a través de tecnología adecuada, llamada “neurotecnología”, que permite una conexión directa de dispositivos técnicos con el sistema nervioso. O también las técnicas necesarias para llegar a ello. En un laboratorio se realizan diversas pruebas para saber cómo “reaccionan” las conexiones neuronales en diversos escenarios. Estas tecnologías entregan luces ante esas respuestas y permiten construir el mapa del cerebro o cómo se comporta ante A o B.

En sí el tema es complejo, y hasta aquí no se hace más ameno. Sin embargo, usted y yo tenemos algo en común que puede facilitar el entendimiento de conceptos y dilemas que se presentan a continuación: un celular inteligente. Supongamos que nuestro celular tiene incorporada neurotecnología y que la cámara de fotos puede captar la reacción que tenemos ante determinado contenido que leemos o compartimos. En dicho supuesto, entendamos que la red social de moda almacena sus reacciones ante el video de determinado influencer siguiendo sus expresiones faciales, además de recibir sus interacciones básicas como algoritmos de comportamiento, entre otros (hasta ahí, nada que no sepamos que ocurra, ¡gracias Sillicon Valley!). Sin embargo, al ser dicho comportamiento asociado a determinada actividad cerebral, la red social podría, eventualmente, manipular sus reacciones o emociones. O, también, “vender” su actividad cerebral al mejor postor que necesite captar su atención.

La actividad cerebral que la neurotecnología puede captar y guardar se llama “neurodatos”, algo así como la información que se obtiene, directa o indirectamente a través de los patrones de las actividades neuronales y corresponden al más íntimo aspecto de la privacidad humana. Entonces, la red social de moda podría eventualmente vender los neurodatos de una persona y permitir que cualquier empresa pueda hacer que pase de la risa al llanto en segundos. Suena escalofriante, y lo es, pues la posibilidad de que se borre la línea más tenue de nuestra privacidad está cada vez más cerca.

Ante esta situación inminente, el año 2017 “Morningside Group”, conformado por parte del equipo de BRAIN y otras/os académicas/as (entre ellos, la filósofa Sara Goering), publicaron un documento colaborativo denominado Cuatro pilares éticos para las neurotecnologías y la Inteligencia artificial. Se trató de un llamado global para la consagración eventual de un “neuroderecho” o “derecho a la neuroprotección” frente al avance de las neurotecnologías y de la información obtenida a través de ellas. Dichos pilares corresponden al derecho a la privacidad mental (neurodatos), a la identidad y autonomía personal (posibilidades de que esta nueva tecnología altere mis comportamientos), derecho al libre albedrío y la autodeterminación (en el caso de que se pueda alterar mi propia personalidad a través de mecanismos tecnológicos), el derecho al acceso equitativo a la aumentación cognitiva (evitar el producir inequidades en las ventajas de dicha tecnología) y el derecho a la protección de sesgos de algoritmos o procesos automatizados de tomas de decisiones.

La dimensión jurídica de este nuevo concepto tuvo su propio desarrollo en Chile. De hecho, la semana pasada fueron aprobados en el Senado, en su discusión en general, dos proyectos de ley que intentan reflejar estas necesidades futuras. El primero de ellos es una reforma constitucional, que solicita modificar el numeral primero del artículo 19, donde se regulan las garantías fundamentales. Se trata de una extensión del derecho a la integridad física y psíquica, incorporándose la protección a una identidad individual y a la libertad. También, la prohibición de poder alterar mediante cualquier mecanismo tecnológico nuestra integridad individual sin consentimiento, y que sólo la ley pueda regular y establecer los requisitos para limitar este derecho y la forma en que debe entregarse el consentimiento. El segundo proyecto de ley recoge la necesidad de incorporar nuevos conceptos, como neurotecnologías, interfaz cerebro-computador, neurodatos, etc. Y, además, otorgar a nuestro mapa cerebral personal el estatus de un órgano independiente, incorporándose a la prohibición de venta y tráfico de órganos.

El avance de las neurotecnologías seguirá repercutiendo, ya que son muchos los laboratorios e instituciones que hoy trabajan en el mapeo cerebral y sus diversas potencialidades. Sin duda, esta es una forma concreta de recordar que los derechos humanos son permeables a los cambios y contextos históricos. La capacidad de crear estos nuevos espacios, donde surgen dilemas éticos y jurídicos, también debe permitirnos responder preguntas fundamentales para el futuro: ¿hasta dónde queremos que esto llegue?, ¿cuánto de nuestra individualidad podríamos entregar a la tecnología?, ¿usaremos esto a nuestro favor o permitiremos que la inteligencia artificial y el big data nos sobrepasen?

Si hay algo que tenemos claro es que la tecnología es un arma de doble filo; un arma que debe ser usada en pos del bien común. Y creo que, a través de estos proyectos de ley, estamos marcando el camino correcto.

 

 

Mariana Cruz
Abogada, especializada en Derechos Humanos.