Avisos Legales
Opinión

Una cura para la independentitis

Por: Christian Jorquera y Gerardo Felipe Herrera | Publicado: 21.12.2020
Una cura para la independentitis |
Es hora de ordenar las fuerzas, de definir qué grupos están dentro de esa simplona independencia. Comprendiendo esta histórica elección de convencionales es que no podemos caer en la intrascendencia: no podemos tener candidatos que pasen meses sin poder explicar (en una sola frase) qué significa su independencia y por qué debieran ser parte de un proceso constituyente que escuche a la mayor cantidad de territorios y personas como sea posible.

En las diferentes y acaloradas discusiones en el escenario político hay un ¿nuevo? fenómeno que se instaló en el debate nacional post plebiscito. ¿Es un síndrome o un raro padecimiento? ¿Es el síntoma de una democracia en crisis o los dolores de crecimiento para la madurez?

Desde el inicio del estallido social, hasta hoy, ha existido un movimiento —o quizás una motivación colectiva— en contra de los partidos políticos. Una motivación asociada, bajo legítimas razones, a un proceso de descomposición del sistema de partidos completo, exacerbado por los distintos enclaves y resabios de la dictadura durante los últimos 30 años. En efecto, no se trata sólo de desconocer o despreciar los defectos de una mal llamada “clase política”, sino más bien entender, del otro lado, por qué una aparente mayoría hoy siente una apatía hacia los partidos tradicionales (y nuevos también) y, como consecuencia directa, al buscar pureza desde cualquier fila se concluye el concepto fuerza de “ser independiente”. Algo bastante abstracto pero, por sobre todo, postulamos, corporativo.

El espectro del independentismo puede ser tan amplio que se termina en primer lugar abarcando un abanico inconexo de personas, como hemos visto con ejemplos polémicos como el caso de Heinrich von Baer, ex-precandidato del movimiento Independientes No Neutrales. También, en segundo lugar, se muestra como algo superfluo, porque un término sin un significado real carece naturalmente de todo contenido y como consecuencia se termina defendiendo una cáscara vacía y sin fundamentos.

Y hay evidencia para sostenerlo. En la historia electoral reciente, incluso si analizamos las candidaturas presidenciales independientes desde el regreso a la democracia podríamos encasillarlas en dos claras categorías: aquellas que procuraron levantar una tercera vía desde ciertos temas principalmente económicos, de un lado y otro (MEO, FraFra, Parisi) y aquellas que responden a un camino mucho más personalista y testimonial, que en la práctica se mostraron intrascendentes (Frei Bolívar, Jocelyn-Holt). Ambos tipos de candidaturas presidenciales independientes son el más claro ejemplo de que, incluso en un proceso al cual es difícil acceder (como una boleta presidencial), quienes lo logran suelen tener más éxito cuando se aferran a cierta línea de contenidos; en cambio, quienes no logran trascendencia fracasaron precisamente porque jamás pudieron explicar qué estaban buscando al postularse. A la primera no queda claro qué nombre debemos ponerle; a la segunda, le llamaremos “independentitis”, la independencia sin contenido.

Lo anterior resulta particularmente importante al enfrentar el actual proceso constituyente, en donde se pretenden escribir las bases esenciales de un pacto social que permita vivir de una mejor manera a las personas. Comprendiendo esta histórica elección de convencionales es que no podemos caer en la intrascendencia de la segunda categoría del ejemplo: no podemos tener candidatos que pasen meses sin poder explicar —en una sola frase— qué significa su independencia y por qué debieran ser parte de un proceso constituyente que escuche a la mayor cantidad de territorios y personas como sea posible.

Entonces vamos a la pregunta: ¿qué significa ser independiente? Podríamos intentar responder desde la academia o la politología, pero no se trata de buscar una definición de diccionario que bien podría distar del real significado que esconde la palabra “independiente”. De manera sencilla algunos consideran que se trata de no militar en un partido político, pero nos quedamos cortos con esa explicación cuando comienzan a aparecer de manera lógica lineamientos programáticos que pueden asociarse a un sector u otro. Por lo que, en realidad, si vamos a la médula del pensamiento independiente en el contexto del proceso constituyente, podríamos decir que son personas quienes quieren un cambio en la forma en la que se construye el Estado y el modelo económico que lo rige, sin las ataduras que supone el pertenecer a un partido determinado. Porque es el mismo modelo institucional el que está en cuestión. Son en realidad independientes-del-actual-sistema. Pero lo interesante es que, aun así, en esa frontera y, en la práctica, podría significar algo completamente diferente para quien esté leyendo esta columna. No en vano podría decirse que hay un 80% de chilenos ahí. Y podrían caber tantas definiciones como pensamientos políticos y personas existen, por tanto llega un punto en donde se vuelve menester identificar cuáles son los ejes de unión entre un sector cada vez más disperso. Bien podría llegar a ser más clarificador hablar de “militantes sociales”, como definió hace unas semanas el constitucionalista Jaime Bassa, o tal vez establecer criterios definidos para entender a quién vamos a encasillar bajo el término… Pero no inventaremos la pólvora, hay un antídoto conocido para la independentitis: la vacuna de los contenidos.

Los contenidos son el único elemento que puede ser transversal en la construcción de un relato coherente para un pueblo —asumimos mayoritario— que busca de manera a veces etérea “algo mejor” y un sector político que debe interpretar aquello y llevar a la práctica planes y políticas públicas que decanten en un mejor vivir.

Aunque pareciera una tarea titánica ya hay bastante camino recorrido: los cabildos de Bachelet, sumado a la enorme cantidad de espacios de organización y discusión territorial autoconvocados desde el 18 de octubre del año pasado a la fecha, son el mejor insumo para comenzar a construir un programa ciudadano, social, y que vele por los principales puntos que debiesen seguir los eventuales convencionales. Si unimos todas esas reflexiones y a la par generamos nuevas instancias para escuchar a quienes aún no han tenido la oportunidad de hablar, podemos suponer como gran resultado una oportunidad única de que esa eventual unidad del sector no se haga basada en conceptos tan abstractos como “ser independiente”. Que las candidaturas para la Convención entiendan, desde antes incluso que inicien las campañas, que la ciudadanía estará no sólo escuchando, sino que participando activa y diligentemente para evitar los errores del pasado y propiciar una nueva Constitución que sea lo más cercana posible a ese bonito anhelo por el cual votó un 80% del país hace un mes.

Es hora de ordenar las fuerzas, de definir qué grupos están dentro de esa simplona independencia y, del otro lado, los partidos políticos, como miembros del sistema, tienen la responsabilidad de que este nuevo aire de ideas, formas y rostros sea una oportunidad de renovación y legitimación. Pero siempre con contenidos. Si no, a largo plazo, la enfermedad empeorará. Ese estado mayor de gravedad tiene otro nombre y comienza a acechar en la palestra política: el populismo escala en influencia y sin darnos cuenta estaremos en medio de una nueva (e incontrolable) pandemia.

Christian Jorquera y Gerardo Felipe Herrera
Christian Jorquera es director ejecutivo de Ciudadanxs Constituyentes. Gerardo Felipe Herrera es periodista.