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Opinión

Algunas consideraciones sobre la violencia

Por: Constanza Vásquez Pumarino | Publicado: 22.12.2020
Algunas consideraciones sobre la violencia |
“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, señala Marx; es decir, no habría una inmanencia intocable e inexorablemente aceptable, sino que debemos distanciarnos lo suficiente como para hacer evidente el constructo oculto para poder llevar adelante una praxis transformadora. La revuelta de octubre se constituye como un espacio de fuga al ejercicio de esta violencia al enunciar que es posible vivir la vida de otra mera y cuyo título indiscutible es “Hasta que valga la pena vivir”.

El enunciado “condeno la violencia venga de donde venga” se utiliza hoy en una serie más o menos cerrada de contextos vinculados con nuestra actualidad política local y regional y, pese a que estas referencias son más bien limitadas, la frase se ha vuelto un mantra que intenta imprimir un carácter objetivo, neutral y, por lo tanto, apolítico frente al fenómeno de la violencia, partiendo de la base precisamente de que la violencia sería un fenómeno apolítico y que se concebiría como una categoría universal, cuya relación con la moral sería transparente y, por lo tanto, sería bastante nítido el lugar donde debemos situarnos respecto de ella (en su contra “venga de donde venga”). Sin embargo, enunciar una afirmación como esta sólo da cuenta de los mecanismos retóricos que reproducen aquello que se conoce en la matriz marxista como falsa conciencia. La utilización de esta frase evidencia la reproducción de un discurso hegemónico naturalizado a través de la asignación de determinados valores morales al lugar en donde se encontraría la violencia, configurando de esta manera una dinámica de determinación de lo violento en un momento previo a la ocurrencia real de aquello que se designa dentro del significante violencia.

Esto se puede observar en el parangón que intenta establecerse constantemente respecto de dos procesos que metonímicamente se pueden designar como Maduro/Pinochet. Se trata de un procedimiento discursivo, que sería el de insertar ambos procesos dentro de un mismo significante (“dictadura”). Creemos que este mecanismo encierra una implicancia de falsedad en la medida en que intenta una comparativa entre elementos que son confusa o difusamente contrastables, pero que, frente a la insistencia de los medios por “condenar la violencia venga de donde venga”, se escamotean los análisis sobre la situación real de Venezuela y las diferencias que habría con la dictadura de Pinochet en Chile. Este planteamiento no intenta matizar las graves implicancias que tienen las violaciones a los derechos humanos en el mundo, pues creemos que cualquier acusación que vaya en esta línea se debe indagar, esclarecer y trabajar por resguardar dichos derechos humanos, sino, más bien, dar cuenta de cómo el abordaje de la noción de violencia se realiza desde el cómodo sitio de los lugares comunes y no desde la distancia necesaria que permita una problematización y una perspectiva realmente crítica que nos permita efectivamente condenar la violencia venga desde donde venga. Simplificar la noción de violencia al punto de considerarla como la mera manifestación de un algo que transgrede o desestabiliza un sistema de relaciones más o menos estables, no hace más que reconocer el orden de las cosas como un algo dado y natural, opacando la idea de que el mundo es un imaginario, un entramado de conceptualizaciones, un constructo que responde a intereses ideológicos y políticos que harán todo lo posible para lograr su estabilidad y supervivencia.

Este estado de las cosas implica en sí mismo una serie de violencias que parecen inexistentes, que permanecen ocultas detrás de los atributos de lo natural, neutro, preexistente, dado lo que Zizek denomina “violencia objetiva”. En contraposición a esta se encuentra, de acuerdo con el filósofo, la “violencia subjetiva”, que sería aquella que resultaría más evidente (sobre todo para los medios de comunicación) y que se expresaría como “actos de crimen y terror, disturbios civiles, conflictos internacionales”. El reconocimiento de este tipo de violencia no implica un problema, mucho menos su condena (de nuevo, sobre todo para los medios de comunicación), pero tanto lo uno como lo otro (reconocimiento y condena) se constituyen como procedimientos insuficientes para abordar el tema de la violencia, pues el sistema, por una parte, genera violencia subjetiva de manera llana y categórica y, por otra, desde la oscuridad construye otra violencia, de naturaleza originaria, que se encuentra a la base y que, por lo tanto, es mucho más difícil de identificar, que sería aquella que Zizek designa como “violencia objetiva”. Su carácter es tan profundo y está tan enraizado e inserto en las entrañas del sistema, que se encontraría en el lenguaje no sólo como una serie de mecanismos retóricos de reproducción de dominación, sino también como, en palabras de Zizek, “la imposición de cierto universo de sentido”. Genera una serie de imposibilidades constitutivas de los sujetos que sufren este tipo de violencia, pues enmarca su manera de comprender, conceptualizar, y problematizar su propia realidad de manera limitada y acrítica. En nuestro país se ha traducido materialmente en una serie de terribles hechos como la segregación social en barrios absolutamente despojados de planificación urbana y de condiciones mínimas que garantizan el despliegue de una vida social digna y segura, cuyo ejemplo paradigmático es Bajos de Mena o las  poblaciones que han sufrido las atrocidades de los reiterados incendios en los cerros de Valparaíso, la resignación frente a un sistema de transporte urbano en Santiago que no se gestó a partir de las reales necesidades de sus usuarios, sino más bien como un mero vehículo de traslado de sujetos absolutamente deshumanizado y deshumanizante. Nos parece pertinente en este punto citar un relato que realiza Zizek y que, para nuestro gusto, ejemplifica muy bien la ejecución de este tipo de violencia: “Hay una vieja historia acerca de un trabajador sospechoso de robar en el trabajo: cada tarde, cuando abandona la fábrica, los vigilantes inspeccionan cuidadosamente la carretilla que empuja, pero nunca encuentran nada. Finalmente, se descubre el pastel: ¡lo que el trabajador está robando son las carretillas!”.

El combate a este tipo de violencia se sustenta sobre la base de las ideas aportadas por Marx, Freud y Nietzsche desde distintos lugares y que expresarían, finalmente, que las formas son arbitrarias y contingentes. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, señala Marx; es decir, no habría una inmanencia intocable e inexorablemente aceptable, sino que debemos distanciarnos lo suficiente como para hacer evidente el constructo oculto para poder llevar adelante una praxis transformadora. La revuelta de octubre se constituye como un espacio de fuga al ejercicio de esta violencia al enunciar que es posible vivir la vida de otra mera y cuyo título indiscutible es “Hasta que valga la pena vivir”.

Pese al terrible peso de esta violencia, para Zizek no se trataría del único tipo de violencia objetiva, sino que habría otro, el que denomina “violencia sistémica”, que “son las consecuencias a menudo catastróficas del funcionamiento homogéneo de nuestros sistemas económico y político”; aquello que en nuestro país se expresa de manera hiperbolizada a través de las AFP, la concepción de nuestros sistemas educativo y sanitario desde una matriz extremadamente mercantilizada, el sostenimiento de la vida sobre la base del endeudamiento, las rifas, los bingos, etc. De acuerdo con Zizek, “la cuestión está en que las violencias subjetiva y objetiva no pueden percibirse desde el mismo punto de vista, pues la violencia subjetiva se experimenta como tal en contraste con un fondo de nivel cero de violencia. Se ve como una perturbación del estado de cosas ‘normal’ y pacífico. Sin embargo, la violencia objetiva es precisamente la violencia inherente a este estado de cosas ‘normal’. La violencia objetiva es invisible puesto que sostiene la normalidad de nivel cero contra lo que percibimos como subjetivamente violento”. De ahí el cinismo o la falsedad que existe en declarar la condena de la violencia en todas sus formas y desde todos los lugares, pues, para que eso sea efectivo, tenemos, en primer lugar, que adoptar una disposición desnaturalizada, distanciada, crítica respecto del relato hegemónico, que permita articular una condena real de los actos de violencia y, en segundo lugar, asumir el lugar de la enunciación como un lugar tremendamente político, abandonando la ingenuidad o la hipocresía de pretender ser objetivo o neutral al momento de vincularme con la noción de violencia desde el relato moral fácil y socialmente seguro.

El abordaje de la revuelta de octubre de 2019 por los medios de comunicación hegemónicos, y la actual discusión sobre las categorías de “indulto” y “presos políticos”, es el más claro ejemplo de cómo los dispositivos de poder, a través del amplio aparataje que los sustenta, que incluye a los medios de comunicación y la utilización y manipulación de relatos moralizantes respecto de la noción de violencia, recaen (con toda la fuerza de su violencia, valga la redundancia) sobre aquellos que logran identificar las violencias objetivas antes señaladas y de las cuales son víctimas persistentes e intentan subvertir dicho orden, al menos, para pensar en la posibilidad de autopensarse y autoescribirse de manera auténtica. La violencia objetiva es violencia política, por esto y por otros motivos es posible hablar de presos políticos en nuestra actualidad. Enfrentemos el asunto otorgando un telón de fondo lo suficientemente saturado que permita generar el necesario contraste sobre el cual podamos observar de manera clara todas las violencias que están implicadas para, efectivamente, finalmente, condenarla, venga de donde venga.

[Todas las citas de esta columna pertenecen al libro Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, de Slavoj Zizek (2009)]

Constanza Vásquez Pumarino
Profesora de Castellano y magíster en Estudios Literarios.