Avisos Legales
Opinión

Esta tarde suena rock en el barrio

Por: Rudy Wiedmaier | Publicado: 31.12.2020
Esta tarde suena rock en el barrio Aguaturbia, 1970 |
Es el cuiquerío el que construye el relato cultural. Que no se nos olvide. Se ha definido más la vitrina de nuestra cultura en las mesas del Liguria que en todos los simposios realizados sobre el tema. El relato que aparece como “progresista” siempre lo elabora la clase dominante. Vestida con otros ropajes, por supuesto. Por eso Jorge González –con lo inteligente que es– se arrimó a ese mundo e hizo todo lo que nos criticó a los integrantes del Canto Nuevo: se casó con una cuica, se fue a vivir a Alemania y finalmente quedó mal con todos para no quedar mal con nadie. Y de paso, dejó un repertorio de canciones populares inolvidables en todos nosotros.

Comienzo a escribir esta crónica mientras escucho el tema “El hombre de la guitarra” del grupo (así se decía antes) de rock chileno Aguaturbia. Nunca he sido un cronista del rock chileno ni me interesa serlo. Hay otros y otras más preparados para llevar adelante esa misión. También hay varios impostores, entremedio. Siempre es así. Mi testimonio surge desde la experiencia en mi oficio de músico, con 40 años de carrera ya. Empecé muy joven, a los 17 años compuse y grabé mis primeras canciones. Por lo mismo, he conocido a muchos/as músicos, escenarios y gente del medio del rock –productores, mánagers, técnicos y asistentes–, del rock y de la música en general. Al igual que en el ambiente de la literatura, todas las comparaciones entre artistas resultan complicadas, son arbitrarias muchas veces, esconden diversos intereses detrás –desde la vanidad al dinero fácil, las drogas, el sexo, la fama, la búsqueda del placer– y nunca dan cuenta de la realidad completa de un momento en el espacio tiempo mapa de una determinada expresión artística.

Yendo a lo nuestro. En lo local. El rock chileno comienza a manifestarse como tal en los años 60. Es absolutamente falso que con Los Prisioneros comience el rock chileno. De hecho, su trabajo –indiscutible en términos de éxitos radiales y alcance popular– está mucho más cerca del pop (electrónico inglés ochentero) y de la canción cebolla, claramente esto último, en el aspecto melódico y la composición de Jorge González, incluso en la manera de cantar. Además la influencia de baladistas españoles como Camilo Sesto, por ejemplo. La música que se oía en la radio en esos años, 70 y 80, y que nos marcó tanto a todos los que vivimos infancia y juventud como auditores en esa época.

Toda antología y documental deja afuera cosas y destaca otras. Las motivaciones para lo uno y lo otro, de parte de los realizadores, sólo las conocen ellos. Pero –y no nos pisemos la capa entre superhéroes– el ambiente de la música y el rock está atravesado por todos los vicios y maniobras fraudulentas de la Industria del Espectáculo. Partiendo por sobornos a programadores radiales (la payola) –práctica que se remonta al inicio de la era fonográfica, en la primera mitad del siglo XX–; de hecho, la expresión “payola” es una abreviación del término inglés “pay” (pagar) y el “ola” se refiere a la “victrola”, el legendario y exitoso fonógrafo de la RCA Victor que inaugura la era de los discos. Con los años, los dispositivos de audio se han modernizado a niveles futuristas: en un pequeño dispositivo caben décadas de canciones. Pero las prácticas fraudulentas son las viejas prácticas de siempre. Así como los grandes temas para los compositores suelen ser siempre los mismos (el amor, el desamor, la alegría de vivir, la melancolía), para los dueños del negocio, el tema es uno sólo: “Money for someone” (dinero para alguien); a diferencia del clásico de la banda Dire Straits, “Money for nothing” (dinero para nada).

Sostener que en un ciclo de seis capítulos un documental no puede abarcar todo, es obvio. Y es una mentira también. La diferencia está en el énfasis, no en la cantidad de capítulos. ¿Se narra desde los intereses de la Industria o desde la vereda del barrio? Porque el rock hecho en Latinoamérica (nunca soporté ese rótulo de “Rock latino” –invento de algún cerebrillo maligno de sello discográfico– que pretendía agrupar impunemente toda la basura estupidizante destinada a desviar la atención de los crímenes que cometían las dictaduras en nuestro continente, con canciones de letras bobas, junto a la obra deslumbrante de genios como Charly García o Luis Alberto Spinetta) es muy diverso. Tanto como la realidad que vive la clase privilegiada de Sudamérica, la clase media, por otro lado, y la que sufren los pueblos profundos latinoamericanos.

No. Los Tres no fueron la banda sonora que acompañó la lucha contra la dictadura del innombrable. Falso total. Los Tres desembarcan en el público masivo en los 90. Son una banda mimada de la era dorada de la Concertación. Talentosos y originales. Rebeldes, pero nunca incómodos. Progres, pero hijos de colegio particular. El carisma de Álvaro Henríquez y su gran talento –similar al de González– para componer grandes canciones oreja (hits), de calidad y con contenido a la vez, fueron la levadura fina en ese horno. La calidad musical y las buenas relaciones los llevaron al éxito. En Chile, es el cuiquerío el que construye el relato cultural. Que no se nos olvide. Se ha definido más la vitrina de nuestra cultura en las mesas del Liguria que en todos los simposios realizados sobre el tema. El relato que aparece como “progresista” siempre lo elabora la clase dominante. Vestida con otros ropajes, por supuesto. Por eso Jorge González con lo inteligente que es se arrimó a ese mundo e hizo todo lo que nos criticó a los integrantes del Canto Nuevo: se casó con una cuica, se fue a vivir a Alemania y finalmente quedó mal con todos para no quedar mal con nadie. Y de paso, dejó un repertorio de canciones populares inolvidables en todos nosotros. Aun así, yo pienso, por lo vivido en ese momento, que la verdadera banda de sonido que acompañó la lucha contra la dictadura, la de la generación de los 80, en las universidades, las comunidades cristianas de base, etcétera… fue el cancionero del Canto Nuevo. Aunque le pese a los integrantes de la Nueva Canción o del Pop “latino”. Santiago del Nuevo Extremo, Eduardo Peralta, Hugo Moraga, Cristina González, Eduardo Gatti (un músico del rock también), Schwenke & Nilo, el grupo Abril, por nombrar algunos. Son muchos más. Y muy talentosos en la escritura de canciones, todos y todas. Los invito a recorrer ese cancionero de oro de nuestra música popular de fines del siglo XX. Y por la otra vereda, pero también de nuestro barrio, no podemos dejar de lado el rock chileno profundo, el del circuito de los gimnasios en los 70: Tumulto, Arena Movediza, Amapola, Quilín (en el jazz rock), Millantún. Y son muchos más. Todos poderosos. ¿Y el punk? Los Fiskales, BBS Paranoicos, Los Peores de Chile, muchos más. Y el metal: Dorso, Chronos, Massakre (con el gran Yanko Tólic), Feedback. No puedo seguir porque esta columna tiene un número limitado de caracteres. Se me acaba el tiempo espacio temporal.

Es verano. Tres y media de la tarde del año 77. Tengo 14 años. Camino por la calle San Alfonso, barrio Blanco, en Santiago. Me han dicho que por aquí está la sala de ensayo del grupo Millantún. Pregunto a una vecina. Me señala una casa pareada de dos pisos. “Arriba están los loquitos que meten bulla”, me dice. Pero lo dice con simpatía y afecto. Toco el timbre. Me dejan entrar. Hay una banda de rock armando para ensayar. Será la primera vez que veo un piano eléctrico “Rhodes”. Les cuento que vivo en las torres de Echaurren con Blanco Encalada, a pocas cuadras. Que estoy empezando a tocar guitarra. Son buena onda. “Quédate a ver el ensayo”, me dicen. La luz entra vertiginosa por un vitral pequeño que da a la calle. Se escucha la cuenta del batero. Dice, golpeando las baquetas: “1, 2, 3, y !!!”. Entonces comienza la canción del Rock. La vieja y hermosa canción del Rock de siempre. Esa que se toca con el desparpajo de la juventud, la piel de la amistad, y el sueño del amor verdadero. Sin esperar nada a cambio. En esta tarde no importa ni la fama ni el cajón en el que nos clasifiquen después, ni quién triunfó ni quién fracasó (todos sabemos que vivimos en ambos mundos cada día). Esta tarde suena un rock en el barrio. Y las vecinas veteranas mostrarán molestia en sus rostros para luego guardar una secreta alegría en sus corazones por esos ruidos molestos de otra época que no dejan ver la telenovela aburrida de siempre. Y aunque la vida sea tan injusta muchas veces, premiando veleidades y olvidando hazañas (a veces, es muy justa también en sus galardones), igual hay que tomar la guitarra, enchufar el cable, darle al power. Y esperar que nos sea brindado, una vez más, el regalo divino del entusiasmo adolescente de tantas tardes similares. Donde cada canción era tan distinta. Y tan parecida, a la vez.

Rudy Wiedmaier
Músico y luthier.