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Opinión

El muro de Warnken

Por: Sebastián Sandoval | Publicado: 01.02.2021
El muro de Warnken |
La intelectualidad chilena, al verse amenazada contra la violencia civil, ha visto en la razón no una base a la cual proteger sino una defensa con la cual protegerse, ante lo cual ha empezado a destruirla para usarla como ladrillos, argumentos y opiniones para defenderse de un leviatán sin cabeza, motivado por abandono y desdicha, originada en parte por esta resistencia, y que amenaza con destruir todo.

La gente cinéfila seguramente conocerá el espectáculo que representa la película The wall, basada en el álbum del grupo Pink Floyd. En ella hay una escena esencial para la trama, en que se enjuicia a Pink, líder de la banda musical (una especie de representación arquetípica de Roger Waters) por demostrar sentimientos, ante lo cual se le condena a que su muro sea derrumbado en pos de socializar de forma abierta y volver al mundo real, del cual se encontraba alienado producto de una serie de factores y malas experiencias.

Es usual que, ante las malas experiencias y vivencias frente a la sociedad, uno prefiera alejarse de ella. No siempre es algo negativo, siempre y cuando se entiendan las implicancias y exista un equilibrio, pues el humano de por sí es un ser social y por tanto el auto-ostracismo no es una opción permanente. Esto, ya que siempre hay un momento en el cual esta práctica llega a ser lesiva para la persona que la ejerce, debido a que la mente pierde su ejercicio social de manera concreta. La sociedad va evolucionando, y uno debe cambiar con ella. Esto, no necesariamente significa “seguir al ganado” y volverse uno más en la marea, sino que uno debe saber convivir con ella en el mismo lenguaje que se habla en el momento, más si se trabaja en un área que está fuertemente relacionada con su observación y toma de decisiones que la afecten.

Durante las últimas semanas, el intelectual Cristian Warnken ha publicado una serie de escritos que siguen la tónica de su columna “Soy de izquierda: rechazo la violencia”, publicada hace ya casi un año, en la que criticaba la situación de violencia civil que se vivía en el estallido social. En dicha columna hace una mirada bien corta, pero a la vez bastante tajante, en cuanto a su visión frente a lo que estaba ocurriendo. Las críticas le llovieron y un grupo no menor de personeros de la élite política y social de Chile, misma que ha sufrido los vapuleos ciudadanos, salieron a respaldar sus palabras. En su tiempo, yo critiqué que mirara de manera tan simplista el asunto, sin resignarse a entender el fundamento de la violencia existente en Chile, debido a que, en mi pensamiento, en toda la élite existía una incapacidad de pensar en comunidad por temor a la falta de entendimiento y el aprovechamiento que pueda existir de estos pensamientos. Consideraba que existía un serio miedo de que se empezara a confundir el entendimiento con la justificación y que aquello era lo que les impedía avanzar en el área, y la verdad no era algo único de Warnken, sino de toda la élite, y que cuando ese miedo se pudiese sortear, recién podría existir una posibilidad mínima de un reducto de razón entre tanto caos.

Sin embargo, las últimas columnas publicadas por el autor me hicieron reflexionar, pues no sólo no han demostrado ninguna intención de avanzar de manera férrea en el asunto, sino de que existe una búsqueda de mancomunar frente a la contienda, en que la élite ha empezado a jactarse de ser una especie de baluarte defensor de sus propios intereses sagrados frente a una ciudadanía cada vez más descontenta. Una especie de luz-guía de parte del pensamiento y de la razón entre las oscuridades fuertes que azotan a nuestra patria, que dirige el rumbo hacia el escape de estos desastres.

Esto es excesivamente grave, pues uno solía pensar que las posibilidades existían para poder conformar un pensamiento mucho más diverso, ya que la única barrera intelectual que separaba el pensamiento común de la élite del de la ciudadanía, era dicho temor ya mencionado. Ahora, he visto que hay que sortear un muro también. Habrá gente que seguramente dirá “ese muro ya existía desde hace mucho tiempo, lo que descubres no es nuevo”. Claro, existe un muro socioeconómico, que involucraba a la intelectualidad dentro de esas áreas alejadas del resto de la población. Pero ahora estamos hablando de un muro de resistencia intelectual, y eso es un peligro. El muro de resistencia intelectual es un muro mucho más fuerte que el socioeconómico, pues no discrimina en base a lo que se tiene sino en lo que se es. Por supuesto, hay algunos puntos de entrada (para quienes están dispuestos a enfrentar los riesgos, puesto a que para continuar reforzando el muro se minan para obtener los materiales necesarios desde los cimientos, lo que evita que pueda ser destruido de manera fácil), pero a su vez encierra de manera voluminosa a quienes habitan adentro de sus páramos.

La razón es la base de la sociedad y, cuando la violencia civil asalta, esta base es lo único que se mantiene firme hasta un punto de no retorno, en que debe ser de nuevo conformada para que en ella se sustente el Estado de Derecho y todo lo que conlleva. La intelectualidad chilena, al verse amenazada contra la violencia civil, ha visto en la razón no una base a la cual proteger sino una defensa con la cual protegerse, ante lo cual ha empezado a destruirla para usarla como ladrillos, argumentos y opiniones para defenderse de un leviatán sin cabeza, motivado por abandono y desdicha, originada en parte por esta resistencia, y que amenaza con destruir todo. La intelectualidad busca con ello pelear una guerra de desgaste, en que el gigante tras varios intentos llegue a ser incapaz de destruir, ante lo cual se desintegre, y con ello la intelectualidad pueda salir por los puntos de entrada a conquistar con una nueva narrativa desarrollada en honor a los vencedores y a sus sucesores. Sin embargo, también puede suceder que el gigante se vuelva a levantar con más potencia y logre combatir con velocidad salvaje y un descriterio perverso motivado por la sed vengativa a aquellos que se refugian en el agujero que alguna vez existía la razón como base. En dicho momento, no habrá ladrillo ni escudo que defienda a la élite, pues todos ya fueron gastados en aquel baluarte que yace destruido, construida por una intelectualidad caída en desgracia producto del mayor de los patetismos del ser ilustrado: la incapacidad de servirse del conocimiento propio.

Esto no significa que la élite intelectual sea la salvación. Perfectamente también podría pasar que el gigante obtenga una cabeza por sí misma que lo conduzca y sólo sería cuestión de tiempo para que este golpee los cimientos, no en la idea de destruir, sino en la búsqueda de unificar ideas, o de lo contrario condenar a los residentes a la inanición. En dicho caso el fin sería todavía más trágico, pues habrían sucumbido por una nueva forma de pensar, por lo que el muro se volvería un triste monumento a la simpleza racional del ser humano.

La élite sabe de sobra que el país jamás va a alcanzar paz de nuevo en forma completa hasta que demuestren entendimiento sobre cuáles son las raíces de la violencia civil, en orden de que las medidas que tomen sean eficaces a la hora de lograr una mejor cohesión social, y eso requiere entender por qué la gente explota en un mar de vandalismo, sin necesariamente justificar aquellos actos. Es imposible que no sepan aquello, por lo que es obvio que la élite busca su auto-preservación, y ha iniciado a erguir este muro con dicho fin, lamentando las pérdidas de territorio como si fuesen “lugares sagrados”, y festinando sobre problemas básicos sabiendo el descontento al cual incitan. La historia nos ha enseñado que ningún muro es eterno. Todos en algún momento tienen que caer, y el riesgo de que este caiga es alto. Quizá el rumbo debe ser otro. Quizás la salvación no vendrá de muros, sino de puentes.

Sebastián Sandoval
Alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales.