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Boric

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 20.02.2021
Boric | Agencia Uno
La candidatura presidencial de Gabriel Boric parece ser la única manera de salvar al proyecto político del Frente Amplio y tendrá que ser un acto de sacrificio, pues sabido es que no tendrá posibilidad de triunfo electoral. Sin embargo, en política, muchas veces se pierde para ganar, los viejos políticos saben de aquello. La candidatura presidencial de Boric debe poner en disputa las ideas de un sector que no nace para ser comparsa del PC chileno, ni tampoco para revivir a los viejos elefantes de la Concertación.

Gabriel Boric es quien mejor representa el espíritu de la generación política nacida al calor de los gobiernos de Bachelet. Se trata de jóvenes idealistas, hijos de ex funcionarios de la Concertación (muchos de ellos exiliados por Pinochet y luego convertidos en modelos del auge capitalista del país) y que desde las aulas de las universidades de Chile y Católica fueron fraguando el aterrizaje de una fuerza política que llegaba, por lo menos en términos estéticos, para refrescar las alicaídas huestes de las izquierdas. A esas alturas, las peñas de las juventudes comunistas y las barricadas de los anarquistas no lograban seducir del todo a los hijos terribles de una modernidad que avanzaba a ritmo vertiginoso.

Por lo mismo es que el emerger de líderes universitarios con estética de artistas Lollapalooza y discursos que no recurrían a las tradicionales prédicas comunistas, o las iracundas arengas de los ultras, llamaba la atención de muchos, tanto en la comunidad universitaria como en los medios de comunicación de masas. Puede que esto tuviera que ver con el contexto: recordemos que la generación de Boric tuvo su momento de gloria en medio de la movilización estudiantil del año 2011. En ese momento, la clase política comenzaba a develar su pérdida de legitimidad y por ende no contaba con credibilidad para asumir el timón del conflicto, algo que los voceros escolares, dada su poca experiencia y excesivo ímpetu, tampoco lograrían. Fue entonces que los presidentes de las federaciones universitarias de élite (esas universidades donde se ingresa con puntajes de excelencia) lograron capitalizar aquella coyuntura y se sentarían a negociar lo que sería la reforma universitaria más importante del último tiempo (a los escolares no les fue tan bien con esas negociaciones).

Pero Gabriel y sus amigos no partieron de cero. En sus casas siempre se hablaba de política y de seguro se recordaba, al ritmo de música ochentera, la pérdida del mundo socialista que la Guerra Fría nos prohibió. Más aún en el caso de Boric, criado en Magallanes, tierra fronteriza donde los símbolos suelen ser intensos. Estamos hablando de un territorio frío, donde se requiere estar acompañado, apatotado y en familia. Quizás por lo mismo es que, una vez llegado a la capital, Gabriel decidiera buscar un cobijo político que le brindara calor y fraternidad en medio de la selva de cemento. Es así que llega al regazo ideológico de los hermanos Ruiz (Carlos y Rodrigo), quienes  se han constituido en una especie de “Rómulo y Remo” para la historia del Frente Amplio.

Es probable que por entonces Gabriel pasara a complementar sus habituales lecturas de poesía y ciencia ficción, con la literatura posmarxista sugerida por los Ruiz. En sus primeras entrevistas (casi todas aparecidas en El Mercurio), sus reflexiones se articulaban en torno a la idea de Democracia Radical y al concepto de Democracia Plural. Eran los años de furor de los indignados en España y el comienzo del Podemos, fuerza política que inspiraría a muchos de la generación dorada de la Confech: Boric, Figueroa, Sharp, Jackson, Fielbaum, entre otros (Vallejo y Cariola seguían al ritmo del marxismo clásico y los consejos de Fidel).

De ahí en adelante la frase más utilizada por esta generación, esa que hablaba de “correr los límites de lo posible”, se hizo carne y en poco tiempo cambiarían las salas de reuniones de la Confech por los salones del Parlamento. Emergería entonces el Frente Amplio, tercera fuerza política con mayor peso en el país y que se daba el lujo de instalar a una candidata presidencial, a la cual tuvieron que salir a buscar, pues ni Boric ni Jackson tenían la edad suficiente para asumir ese desafío. Por ese tiempo, y dado el éxito de votos obtenido por Beatriz Sánchez, se especulaba sobre quién de la generación dorada llegaría primero (ya con 35 años cumplidos) a tomar la candidatura presidencial del año 2021. Uno proyectaba esta posibilidad, de acuerdo a los perfiles de las jóvenes promesas.

Giorgio Jackson aparecía como el tipo serio, estadista, una especie de Ricardo Lagos posmoderno capaz de seducir a militantes de la Nueva Mayoría e incluso de no incomodar a los poderes empresariales. Por otro lado estaba Camila Vallejo, líder reconocida a nivel mundial y cuyo partido comenzaba a cogobernar con Bachelet. Un poco más tarde emergería Jorge Sharp, carismático amigo de Boric, también magallánico y que aterrizaba como alcalde de una ciudad emblemática. Y ahí estaba Gabriel, cuya actitud rockanrolera le brindaría cinco años de popularidad en un Parlamento que iba a la baja. Hasta que llegó el estallido social y todo cambiaría para esta generación. La fuerza con que emergió aquel 18 de octubre de 2019 no sólo dejaría en las cuerdas al gobierno y a instituciones como Carabineros, también pasaría a ser la primera gran prueba de templanza y sabiduría política para las fuerzas de izquierda que, por esos días, no divisaban sus banderas en la Plaza de la Dignidad. Entonces, las advertencias de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe sobre aquel tiempo en que se darían por canceladas las izquierdas y las derechas, para dar paso a los populismos de muchedumbre, parecían haberse hecho realidad. Por esos días la mayoría de los políticos parecían desconcertados y sólo los alcaldes se atrevían a tomar la vocería institucional del malestar.

No cabe duda que la gran prueba de fuego para la generación de 2011 fue el día en que se firmó el acuerdo por la nueva Constitución. Es ahí que los ex compas de la Confech terminaron por develar posiciones y quebrar alianzas. Camila Vallejo y Karol Cariola fueron superadas por la decisión de su comité central (uno que no se mueve por las lógicas burguesas del recambio); Jorge Sharp prefirió el momento de fama de los alcaldes y optó por renunciar al Frente Amplio en pos de seguir el camino de la independencia; Giorgio Jackson, después de aquel acuerdo, desapareció del mapa político (prefirió salir a estudiar al extranjero). Al final del recorrido, es Gabriel Boric el único de su generación que aparece levantando el dedo para asumir un desafío presidencial y lo hace, cual Winston Churchill, en las horas más oscuras. En este caso, se trata de las horas más oscuras del Frente Amplio, con su principal partido, Revolución Democrática, a la deriva y en un estado de dependencia hacia sus nuevos socios del Partido Comunista, quienes poseen la carta presidencial más competitiva y por ende (más aun conociendo su estructura e historia) con mayor posibilidad de poner la música ideológica.

La candidatura presidencial de Gabriel Boric parece ser la única manera de salvar al proyecto político del Frente Amplio y tendrá que ser un acto de sacrificio, pues sabido es que no tendrá posibilidad de triunfo electoral. Sin embargo, en política, muchas veces se pierde para ganar, los viejos políticos saben de aquello. La candidatura presidencial de Boric debe poner en disputa las ideas de un sector que no nace para ser comparsa del PC chileno, ni tampoco para revivir a los viejos elefantes de la Concertación.

En estas horas de reflexión respecto a su candidatura presidencial es que Gabriel Boric, más que leer literatura posmarxista, debería ver la película Las horas más oscuras, un film donde se muestra el carácter y la templanza de un excéntrico político británico en medio de la ola populista y bravucona de Hitler y Mussolini.

Gabriel debería proyectar que, muy pronto, la gente valorará a aquellos liderazgos que fueron capaces, en las horas más oscuras, de soportar la violencia de los populismos y se mantuvieron leales a los cimientos de la democracia. Aun cuando el miedo que provocaba el engañoso rugir de las redes sociales (mismo que emitía el charlatán de Hitler) recorría sus propios cimientos.

Cristián Zúñiga
Profesor de Estado. Vive en Valparaíso.