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De máscaras y mascarillas

Por: Enrique Ortiz | Publicado: 21.02.2021
De máscaras y mascarillas |
Cuando, de una vez por todas, podamos desembarazarnos de las mascarillas, nos reconciliaremos con las máscaras que somos, y que ningún modelo homogeneizador -ni falsamente universalista- sea capaz de arrancarnos nunca. Entes de ficción competentes en la transformación de todas las tramas en el momento -crucial- de la educación participativa. Más personas, más máscaras.

Son tiempos difíciles, en los que los seres humanos nos miramos con recelo los unos a los otros desde la prevención de quien se relaciona entre vectores de contagio; el otro, el mismo como enemigo. Las mascarillas, cuyo uso se ha generalizado internacionalmente debido a la trágica pandemia declarada por la OMS, nos protegen de los otros. Sin embargo, esas mascarillas protectoras remedan, en realidad, nuestra ontología, nuestra condición de máscaras; de estas no se puede escapar, por mucho que lo pretendamos. De hecho, precisamente el vocablo persona, procedente del latín y significa ‘máscara de actor’, ‘personaje teatral’, al parecer voz de origen etrusco. La fantástica metonimia, esa suerte de cambio semántico que encuentra su naturaleza en el contagio de la parte al todo, elevó la acepción teatral del personaje ficcional, por extensión, a la designación misma del ser humano. Así, la etimología de un término referente a nuestra naturaleza nos identifica irremediablemente con la ficción. Fantástico hallazgo que encuentra en la literatura (piénsese en las múltiples máscaras que conforman al escritor Fernando Pessoa: “Fingimos y soñamos para poder vivir”, le hace decir a uno de sus heterónimos, Antonio Mora) y, singularmente, en la lectura un reconocimiento de lo humano.

En este sentido, hay que celebrar el evento del II Seminario Internacional de Educación Lectora y Justicia Social, organizado por el Centro de Estudios Latinoamericanos de Educación Inclusiva (CELEI) con la colaboración de la Universidad de las Américas en el marco de un convenio interinstitucional, que tuvo lugar en octubre de 2020, y en el que se pudo enmarcar una contribución, desde la perspectiva de los estudios críticos y de la educación inclusiva, que permitió indagar en la necesidad de promover lectores críticos que constituyan un tejido social transformador capaz de contrarrestar el papel pasivo impuesto por las instituciones de poder desde el fortalecimiento de lectores pasivos no interactuantes con respecto a lo que leen. Así, partimos del hecho incontestable de que nuestra propia naturaleza humana nos impele a enseñar y a aprender, en absoluta osmosis, dada nuestra necesidad de decir el mundo mientras lo vamos transformando, de suerte que la educación nos convierte en sujetos de una práctica (enseñanza-aprendizaje) política, gnoseológica, estética y ética, concebida necesariamente desde la liberación humana (en el decir de Paulo Freire). Y es que liberación humana constituye un pleonasmo, pues -como bien nos recuerda el inmenso Emilio Lledó- el hombre se define por su libertad y por su inconformismo como ineludibles ingredientes de su ontología. Es decir, que la literatura (y su corazón de lectura y ficción), para sernos, nos ofrece un panorama imprescindible en cuyos dominios el escritor/lector asume un rol activo, transformador, en el que encuentra su verdadera naturaleza.

Por este mismo motivo, resulta imprescindible indagar en metodologías educativas que discutan los modelos homogeneizadores, como el de promover lectores pasivos sin el menor atisbo de capacidad crítica. Una de las vertientes más necesitadas de atención es la de la formación inicial de los maestros y profesores en la educación superior, en la que ha de promoverse una enseñanza-aprendizaje creativa y participativa, por ejemplo, a través de la invención de un cuento metaficcional, a partir del modelo de “Continuidad de los parques” del novelista argentino Julio Cortázar, capaz de potenciar un aprendizaje significativo, contextual, y por ende transformador de las sociedades. La retroalimentación de lectura y escritura en el ámbito de la ficción y de la creación permiten que, al volvernos inconformistas con las palabras (se promueve la figura del alumno como protagonista de su propio aprendizaje en el marco de una educación concebida como motor de transformación social), terminemos por ser inconformistas con las ideas, para entroncar con una educación crítica, de justicia social, inclusiva y absolutamente humana. Demasiado humana; para que cuando, de una vez por todas, podamos desembarazarnos de las mascarillas, nos reconciliemos con las máscaras que somos, y que ningún modelo homogeneizador -ni falsamente universalista- sea capaz de arrancarnos nunca. Entes de ficción competentes en la transformación de todas las tramas en el momento -crucial- de la educación participativa. Más personas, más máscaras.

Enrique Ortiz
Investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos de Educación Inclusiva (CELEI).