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Retorno a clases: ¿cuándo hablamos de educación?

Por: Rosario Olivares | Publicado: 22.02.2021
Retorno a clases: ¿cuándo hablamos de educación? Ministro Raúl Figueroa | AGENCIA UNO
La oportunidad que han tenido las comunidades educativas de pensarse en una crisis es imposible de aprehender por parte de este gobierno, y tal vez también de los anteriores. Por qué no lo hacen es una respuesta sencilla: porque no tenemos educación pública, porque las autoridades en educación suelen ser sólo abogados, sociólogos y, últimamente, ingenieros comerciales. Porque no hay democracia educativa, porque no hay un proyecto de educación nacional ni regional, porque les dicen a las y los profesores que son flojos, porque las y los niños no son sujetos de derecho en educación.

Lamentablemente, el ninguneo a las y los profesores no es nuevo. Sería una lástima tener que contarle al ministro Palacios por qué el trabajo docente es una de las labores con los más altos índices de agobio, estrés, enfermedades de salud mental, problemas con los sueldos y malas condiciones de trabajo. Sería una pena contarle también que la mayoría de los organismos internacionales, universidades y centros de investigación han advertido lo complejo que ha sido sostener para las y los profesores la educación a distancia en nuestro país, dadas sus condiciones de precariedad.

En Chile, desde el comienzo de la pandemia el manejo de la educación ha sido negligente. Podríamos recordar, por ejemplo, que el ministro Figueroa se negó tajantemente a suspender las clases desde el comienzo, y fue Sebastián Piñera quien dio la conferencia de prensa para anunciarlo a mediados de marzo tras la presión social. Frente a este escenario, era muy complejo advertir cómo sería el proceso, ya que era una situación completamente nueva para todas y todos, y en ese contexto el jefe de la cartera de Educación decidió adelantar las vacaciones en abril, sin consultarle a nadie. En sus palabras, este sería “un tiempo valioso para tomar un respiro y reflexionar sobre lo andado”, pero el ministro no sabía que la labor docente no sabe de respiro. Mientras él pensaba que se estaba de vacaciones, las y los profesores buscaban formas de hacer sus clases a través de la autogestión, aprendían a usar aplicaciones y programas, se compraban computadores, subían los gigas de su internet, ubicaban a sus estudiantes -de muchos de ellos y ellas no tenían noticias hace días- y, para qué decir, lidiaban con su propia vida, sus miedos, y distribuir el trabajo entre las tareas de cuidados y las clases.

Así, pasó el año y no hubo muchas novedades. Las mesas de trabajo con las comunidades educativas nunca se realizaron; una vez más la distancia del Ministerio de Educación con las escuelas aumentaba, y se sostenía de manera incansable por la prensa que se volvería a clases pronto, como si de tanto repetir la frase esto sucedería por obra de magia. Mientras, en las escuelas y colegios se hacían toda tipo de actividades, entre ensayo y error, para hacer mejores clases. Como es en la educación de mercado, cada cual se rascaba con sus propias uñas. En términos curriculares, se optó por una priorización curricular muy poco compleja en términos pedagógicos, sin mucha propuesta educativa de fondo, más que disminuir contenidos que a la larga se llevaron adelante dependiendo de cómo podría hacerlo cada establecimiento educacional. Esta acción tuvo fuertes repercusiones en los puestos de trabajo docente, implicando miles de despidos por la disminución de horas y la jerarquización de las asignaturas importantes de las que no lo son tanto o casi nada, en base a criterios del todo cuestionables.

Una vez más la educación se removía, entraba en crisis, pero a nadie en el Ministerio de Educación se le ha ocurrido preguntarse, en lo que llevamos de pandemia, qué educación queremos y podemos darles a nuestros y nuestras estudiantes en estas circunstancias. Y hablamos en serio, de preguntas filosóficas, educativas y pedagógicas profundas, abandonadas hace décadas en el Mineduc.

El retorno a clases debe ser un tema, sí. Se ha tenido casi un año para planificarlo con las comunidades educativas, para establecer planes de mejoras efectivos de las escuelas (están en las mismas condiciones desde febrero del año pasado), para realizar acompañamiento pedagógico y psicológico a docentes y estudiantes, y para entregar las herramientas tecnológicas suficientes. Todo esto es relevante para dar señas de que la educación es importante para la reproducción de la vida, en tanto en tanto es un proceso de desarrollo integral de las personas, y no una sala cuna o una guardería. El punto central no es que las y los profesores no queramos trabajar. Tampoco, como dice el presidente de nuestro gremio, porque colapsará el transporte público. Es evidente que hay problemas estructurales que no permiten cuidar nuestra salud, sin embargo falta el fondo, y es allí donde el centro del debate debe ser la educación, en un sentido amplio, y en el derecho de las niñas, niños y jóvenes a recibir una formación que les permita tener una vida digna. Esa educación podrá ser presencial, semi-presencial o sólo a distancia, pero tiene que ser una educación que haga sentido en los difíciles momentos que nos ha tocado vivir, y tiene que ser debatida, acordada y vinculante.

Estamos construyendo un nuevo Chile, al menos eso pensamos las y los que apostamos por procesos democráticos y transformadores en medio del proceso constituyente y una pandemia mundial. En este nuevo Chile la educación debe ser central, porque el futuro es de nuestros y nuestras estudiantes, y asegurar esto implica necesariamente, no solo un buen trato hacia las y los profesores: es detenernos también a pensar la educación que queremos, con seriedad, no con frases al voleo.

Rosario Olivares
Profesora de Filosofía, doctora en Estudios Americanos. Académica de la Universidad Alberto Hurtado. De la Red de Docentes Feministas.