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Opinión

Para una crítica de la independencia

Por: Danilo Billiard | Publicado: 08.03.2021
Para una crítica de la independencia Cabildo Autónomo Bío Bío Andalién |
La repolitización de las luchas sociales pasa por problematizar la idea misma de la “independencia”, la que por estos días agitan con fervor algunos movimientos sociales (y cabildos que se les vinculan), que dicen reivindicar la acción directa y una democracia del pueblo localizada en los territorios, pero que en muchos casos termina respondiendo a una estrategia de marketing electoral para distinguirse de los partidos tradicionales (a los que dicen oponerse), más que a un compromiso real con la radicalización de la democracia.

No creemos que la acción directa sea suficiente para alcanzar ninguno de estos objetivos. Las tácticas habituales de marchas con pancartas y de creación de zonas temporalmente autónomas corren el riesgo de convertirse en reconfortantes sustitutos del éxito efectivo. “Al menos hacemos algo” es el grito de guerra de aquellos que anteponen la autoestima a la acción realmente eficaz. El único criterio para una buena táctica es si posibilita o no un éxito significativo. [Manifiesto por una política aceleracionista, de Alex Williams y Nick Srnicek]

La proliferación de los “discursos independientes” en el contexto de las elecciones de abril próximo para la Convención Constitucional son el síntoma de una desconexión tantas veces diagnosticada entre la política tradicionalmente entendida, con un programa definido y una carta de valores identificable, y una sociedad atravesada por sus diferencias irreductibles. Esta desconexión, sin embargo, comienza a adquirir características estructurales, que perfectamente pueden convertirse en el caldo de cultivo de la extrema derecha y su populismo financiero, para canalizar las múltiples demandas, reclamos o frustraciones, en un derrotero moralizador que refuerce los sectarismos, la intolerancia y la creación de chivos expiatorios, limitando cualquier forma de organización política efectivamente anticapitalista.

Esta posibilidad está abierta en la medida que el neoliberalismo no es sólo un modelo hegemónico que esté articulado ideológicamente, sino que su eficacia obedece a que ha logrado arraigarse en la vida cotidiana, desarrollando hábitos culturales que (irreflexivamente) se reproducen, dada la capilaridad de sus dispositivos de subjetivación. Esto implica que la repolitización de las luchas sociales pasa por problematizar la idea misma de la “independencia”, la que por estos días agitan con fervor algunos movimientos sociales (y cabildos que se les vinculan), que dicen reivindicar la acción directa y una democracia del pueblo localizada en los territorios, pero que en muchos casos termina respondiendo a una estrategia de marketing electoral para distinguirse de los partidos tradicionales (a los que dicen oponerse), más que a un compromiso real con la radicalización de la democracia.

Volver a pensar la democracia en relación a los conflictos que la definen supone dejar de asociarla a un régimen de representación parlamentaria o a un Estado de derecho, sin que ello signifique el fin de ese tipo de representación, pues la tensión entre “la política” y “lo político” (en el sentido que lo expone Chantal Mouffe) es de alguna forma irresoluble. La organización de base tiene un valor indiscutible, pero una estrategia política cuyo objetivo sea la superación del capitalismo tardío no puede reducirse a una sola táctica de lucha.

De ahí que uno de los aspectos que se echa en falta en estos movimientos independientes sea el pensamiento estratégico, que da lugar a la eficacia como criterio analítico de las relaciones de poder, en detrimento de la autocomplacencia identitaria. Por ejemplo, asumir que el problema de las candidaturas independientes es la falta de financiamiento es un argumento muy cuestionable, al no reconocer la debilidad política que nos impide desplegarnos y constituirnos como una alternativa desde lo social. Es cierto que las finanzas son un aspecto determinante en las elecciones y que las grandes máquinas electorales se vuelven monopólicas, pero cuando se participa de esas instancias se asumen responsablemente las características oligárquicas del sistema político, que no son desconocidas para nadie. Por eso es muy llamativo que, por un lado, se reniegue de la institucionalidad y al mismo tiempo se dediquen esfuerzos para formar parte de ella, porque la Convención Constitucional responde a las mismas reglas del juego que el poder legislativo.

La ambivalencia del “discurso independiente” también corre el riesgo de desembocar en un nuevo izquierdismo de base que se pretende en un lugar ideológicamente puro e incontaminado que, por confiar con fanatismo en la virtud de su entusiasmo y en la honestidad de su convicción, termina renunciando al análisis estratégico de las disputas políticas, que es la base para caracterizar el momento histórico que atravesamos.  Y es que la pretensión de ser parte de un proceso absolutamente inédito es engañosa en cuanto parece renegar del pasado (sin pasado tampoco hay futuro) y prescindir de los múltiples recursos a nuestra disposición allí alojados, cuando en realidad los conflictos sociales de hoy son una reactivación de aquello que había quedado pendiente, silenciado por la historia de los vencedores.

Este déficit tiene costos demasiado altos que no tardan en pasarnos la cuenta. El primero, es la incapacidad de incidir en los conflictos sociales. El segundo, es el riesgo de terminar reproduciendo las lógicas de aquel poder contra el cual decimos luchar. La frustración y la decepción política son consecuencia de nuestras incapacidades antes que de factores externos que obstaculizan el normal desarrollo de una alternativa social. Si no entendemos en qué consiste el poder (parafraseando a Michel Foucault), las estrategias y las tácticas de lucha nunca serán las adecuadas; es decir, nunca estarán a la altura del desafío revolucionario que nos planteamos a partir de las sublevaciones que nos han conducido hasta acá.

Danilo Billiard
Licenciado en Comunicación Social, magíster en Comunicación Política y doctorando en Filosofía.