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Opinión

Mucho más de 30 años

Por: Yerko Ljubetic | Publicado: 16.03.2021
Mucho más de 30 años |
A la luz de las ofertas electorales y programáticas ofrecidas por los partidos tradicionales, y la escasa viabilidad de una fuerte presencia de independientes y rostros nuevos en la futura Convención, pareciera que el sistema político no se ha hecho cargo de la profundidad de las diferencias que tensionan a nuestra sociedad. Ni menos del hecho de que ellas se arrastran desde hace mucho más que 30 años.

Las escaramuzas en torno a la estatua del general Baquedano, tanto aquellas que los viernes involucran a carabineros y a una incansable “primera línea”, como las que se han dado entre quienes defienden la figura histórica y los que la cuestionan, parecen incrustarse en un debate que ha ido alzando vuelo y tomando forma y que da cuenta del hecho de que, contra lo que siempre pareció, las chilenas y chilenos estamos profundamente divididos no sólo respecto al intenso presente por el que atravesamos y sobre el futuro que queremos, sino también al pasado que fuimos.

Esta fisura es mucho más trascendente que la mera discusión sobre los aspectos más ocultos de la biografía militar de Baquedano –su participación subordinada en la oprobiosa pacificación de la Araucanía o sus costosos métodos de ataque en la Guerra del Pacífico– y probablemente explique también el encono con que se ha arremetido contra otras estatuas y símbolos a lo largo del país.

Y es que el movilizado cuestionamiento a lo actualmente establecido parece estar alcanzando también el modo en que analizamos nuestro pasado, la larga serie de hechos que fueron modelando lo que somos, y comienza a trizar las bases del panteón de los héroes que representan la forma, hasta ahora dominante, de valorar ese pasado.

Esa división de las miradas sobre cómo llegamos a ser lo que somos se expresa tanto en la insólita declaración del Ejército en que tilda de “anti chilenos” a quienes agreden la estatua del general, como en el mayoritario apoyo del que goza la causa mapuche, y nos obliga a incorporar en el análisis sobre el tumultuoso presente una perspectiva larga, mucho más larga que los últimos 30 o 50 años. En esa perspectiva larga, la desigualdad, que constituye una base ampliamente compartida para explicar el estallido social y el estado de crispación que la pandemia sólo ha adormecido, nos ha caracterizado desde siempre. Y, si bien se puede argüir que siempre ha habido un conocimiento resignado de aquello, la diferencia está en que hoy se estaría produciendo una especie de toma de conciencia colectiva al respecto.

Esa toma de conciencia conlleva la percepción de que algo podemos y debemos hacer para cambiar esa situación, que es lo que hay detrás del estallido. Pero también fundamenta una natural desconfianza en las soluciones que lo institucional proponga al respecto, pues se piensa que si siempre nos han pasado a llevar no habría razón para pensar que eso pueda ser distinto ahora. Ese escepticismo “histórico” hace aún más compleja nuestra contingencia política, en la medida que socava la credibilidad de un proceso constituyente teóricamente diseñado para redefinir nuestro pacto social. Cuestión que, como es evidente, requiere basarse en una confianza ampliamente compartida, tanto respecto de los procedimientos participativos y transparentes que lo informen como en la legitimidad y representatividad de sus resultados.

A la luz de las ofertas electorales y programáticas ofrecidas por los partidos tradicionales, y la escasa viabilidad de una fuerte presencia de independientes y rostros nuevos en la futura Convención, pareciera que el sistema político no se ha hecho cargo de la profundidad de las diferencias que tensionan a nuestra sociedad. Ni menos del hecho de que ellas se arrastran desde hace mucho más que 30 años.

Yerko Ljubetic
Abogado. Miembro del Consejo del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH). Ex presidente de la FECH y ex ministro del Trabajo.