A un sólo click de distancia

El anuncio de Sebastián Piñera de un Bono para la Clase Media mantuvo expectante a buena parte de las familias trabajadoras durante la semana pasada. Era que no, en medio de una crisis económica donde 2,3 millones de personas clasemedieras cayeron en la vulnerabilidad, y otros cientos de miles perdieron su empleo y aún no logran recuperarlo –895.750 personas, para ser exactos, la mayoría de ellas mujeres (503.907), según consigna la Fundación Sol–, alcanzando una tasa de desocupación de un 10,3%, a febrero de este año.

La esperanza que guardaban millones de personas por obtener los $ 500 mil prometidos se deshizo tan pronto hicieron ‘clic’ en la pantalla, y ésta no hizo más que reflejar su decepción y, cómo no, también su profunda desesperación. “No cumple con los requisitos”, es todo cuánto podía leerse. En el fondo, la pantalla no hizo más que desmontar el mito y verificar su inexistencia; no hay tal clase media.

La pandemia develó una realidad hasta entonces ignorada, indolentemente, por buena parte de la clase política dirigente, de suyo en forma conveniente, que le estalló en la cara en los peores momentos. Baste para ello recordar la tragicómica frase del ex ministro Mañalich: «Hay un nivel de pobreza y hacinamiento del cual yo no tenía conciencia de la magnitud que tenía”. Cómica porque desconcierta, trágica porque su desconocimiento nos cuesta (y costó, de hecho) muchas vidas. Resulta complejo para cualquier persona comprender por qué el gobierno, transcurrido más de un año desde el inicio de la pandemia, aún no comprende cuestiones básicas y de sentido común para la ciudadanía: que nadie se puede quedar en casa sin dinero; que la crisis afecta a todas las personas; que una pandemia se combate con las comunidades científicas, médicas, sociales, y no con fusiles en las calles. Me excusarán los lectores por simples constataciones, pero ante un gobierno tan obstinado, sordo y autoritario, no cabe sino la expresión clara de su incompetencia.

La cuestión se aclara, sin embargo, cuando analizamos quiénes se han beneficiado durante esta tragedia, que desvanece toda complejidad en la comprensión de su actuar. Recientemente la revista Forbes publicó su ranking de las mayores fortunas del mundo, donde el Presidente y su familia figuran en la cuarta posición entre los más ricos de Chile, con una fortuna que aumentó de US$ 2.600 millones a US$ 2.900 millones durante 2020. Es decir, el mismo año donde millones de chilenos se han empobrecido, perdido su empleo o caído en la vulnerabilidad, el Presidente se enriqueció, junto a todos sus correligionarios.

Esto explica también el rechazo del gobierno a cualquier iniciativa que pretenda redistribuir tan obscena concentración de la riqueza –como el proyecto de un impuesto transitorio de un 2,5% a los super ricos para financiar una Renta Básica Universal–, e incluso a aquellos que solo buscan extraer sus propios fondos ante la expropiación del capital -como el tercer retiro del 10% de las AFP-. Es el gobierno de los super ricos que rechaza a los super pobres, a ese 90% de la población que cobijó su bienestar en deudas y aspiraciones que hoy se hacen trizas, a esos millones de compatriotas que tenían su verdadero estatus a un sólo click de distancia.