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Opinión

“Tolerancia cero”, indignación y crisis política en Chile

Por: Javier Sadarangani | Publicado: 29.04.2021
“Tolerancia cero”, indignación y crisis política en Chile Captura de pantalla |
Si quisiéramos hacer un seguimiento sobre las expresiones de indignación durante los últimos 30 años en Chile, no dudamos que este se ha ido incrementando de forma directamente proporcional a la profundización de medidas neoliberales, dejando atrás a la permisividad o la renuncia del malestar (este es el diagnóstico político de los sectores sociales que protagonizaron el estallido social a partir de octubre de 2019). Es decir, hay razones de sobra para sentir indignación, y no faltan las contingencias actuales que colaboran hacia esta tendencia acumulativa, y prueba de aquello es la sintonía que tiene el mencionado programa de televisión.

“Francisco Covarrubias”, dijo Matilde Burgos, animadora del acudido programa de opinión política Tolerancia Cero, “¿qué encontraste intolerante esta semana?”, a la que el referido responde: “Hay tantas cosas…”, acompañado con un gesto corporal que denotaba tanto indignación como una suerte de resignación ante una relativa naturalización de este sentir de rechazo en país que se halla -desde hace ya un par de años- en una crisis política latente. Y es que en la sección en la que se enmarca el anterior guion (llamado el “Test de tolerancia”) se destacan aquellas contingencias políticas que provocan una sensación de indignación, malestar, incomodidad o disconformidad desde la perspectiva de los periodistas que componen el panel del programa de televisión, cuestiones que son consideradas como “intolerables” para una opinión pública que se hace presente de forma implícita, y donde ellos son expuestos como representantes de ella (es recurrente la expresión: “La gente quiere saber…”). Es un espacio que se abre a la socialización de un sentir que emerge a partir de un conflicto que se aspira a enmendar, pero que en el intertanto genera esta constelación de sentires, significados como no agradables o abiertamente negativos. Esta práctica tiene, eventualmente, una proyección en redes sociales cuando se reproducen aquellas intervenciones que más resonaron en la opinión pública, tornando a estos espacios como verdaderos confesionarios públicos de descarga emocional. Y con ello, queremos poner el acento sobre el sustrato emocional que se alojan en las opiniones y discursos políticos, sin importar el momento en que nos encontremos.

Si quisiéramos hacer un seguimiento sobre las expresiones de indignación durante los últimos 30 años en Chile, no dudamos que este se ha ido incrementando de forma directamente proporcional a la profundización de medidas neoliberales, dejando atrás a la permisividad o la renuncia del malestar (al menos este es el diagnóstico político de los sectores sociales que protagonizaron el estallido social a partir de octubre de 2019). Es decir, hay razones de sobra para sentir indignación, y no faltan las contingencias actuales que colaboran constantemente hacia esta tendencia acumulativa, y prueba de aquello es la sintonía que tiene el mencionado programa de televisión.

A partir de este diagnóstico, podemos ver que un sentir como la indignación aloja un potencial de acción política en virtud de un diagnóstico o lectura de las condiciones materiales y emocionales en las que se encuentran quienes hacen estos diagnósticos. Exhibe la cualidad de motorizar el cuerpo hacia un desborde sobre el escenario público para la constatación de esa indignación por un otro y para derogar aquello que la provoca. Así, el actor reactivo se vuelca hacia la identificación del actor o sujeto que gatilla la indignación, como quien rompe este pacto socio-emocional subyacente en la configuración de lo político. Las manifestaciones, concentraciones, marchas, en general, las protestas, son planteadas como ritos políticos para la expresión de estos sentires, a través de la ocupación del espacio público, cuestión tácitamente acordada por la dinámica política contemporánea.

Aquí nos gustaría comprender a las emociones -como la indignación- como condiciones sine qua non para la posibilidad de cambio político, al mismo tiempo que las condiciones materiales hábilmente analizadas por aquellos sectores que se abocan hacia la transformación del régimen político, económico y cultural en Chile. Esto resonaría para un marxista leninista como a las “condiciones subjetivas para la revolución”, descritas como la “consciencia revolucionaria de las masas” que coadyuvan al vuelco colectivo hacia una acción política que se proponga enmendar aquello que genera indignación (sea desigualdad económica, represión, entre otros). O también resonaría como un elemento que compone la lucha hegemónica en este escenario de conflicto. Es decir, el papel que juegan estos estados de ánimo no debiera mirarse como un pie de página o como un elemento complementario a lo “verdaderamente decidor” en cuanto a condiciones sociales para la transformación, sino como verdaderos motores que estimulan una acción política que mira la transformación de las condiciones que generan indignación y malestar. Al mismo tiempo, poner la atención sobre los estados de ánimos que circulan y se transfieren en los medios de opinión y redes sociales, como elementos interpretativos de una realidad.

Ejemplos históricos sobran: la indignación se convirtió en un fundamento para que los soviets de la Rusia zarista se articularan ante el rechazo a la Primera Guerra Mundial, cuestión que derivó en la Revolución de Octubre en 1917. También lo fue para los sectores nacionalistas en Alemania, descontentos con las cláusulas que les imponía el Tratado de Versalles, y que sentó posteriormente las bases anímicas del Partido Obrero Nacional Socialista. Y sin duda lo fue también para los sectores sociales en Chile que, a partir de la crisis económica de 1982 y el régimen represivo de la dictadura cívico militar, salieron a las calles para manifestar su descontento. Por cierto que no podemos (ni queremos) reducir estos procesos históricos a una sola emoción, pues se tratan de fenómenos complejos y de gran densidad histórica. Pero sí queremos otorgar mayor relevancia a las dimensiones del sentir colectivo a la hora de comprender el cambio histórico.

Volviendo al programa de televisión, vemos que esta sección (“Test de tolerancia”) se convierte en un espejo de un malestar social ya enquistado en la sociedad chilena, y que opera como un fundamento para señalar la existencia de una crisis política, social y -agregamos- emocional duradera en Chile. Ante eso, una de las invitadas al programa, Evelyn Matthei, señala: “Sólo se sale adelante [de la crisis] de una manera: creando confianzas”, y agrega: “[la confianza] es algo que se construye, que se practica”. Es decir, bajo la lectura de la militante UDI, la crisis resultante de años de indignación acumulada en el ánimo colectivo social chileno debe enfrentarse reconstruyendo confianzas, concebida también como una emoción. Para profundizar su argumento, Matthei cita una referencia que inspira su quehacer y su concepción política respecto a la confianza, que es el libro Building Trust, escrito por Robert Solomon y Fernando Flores, publicado en 2003. Un libro que expone como bajada de su título “In Business, Politics, Relationships, and Life”, y que sugiere una concepción economicista del sentir y concebir la vida. Es desde el ámbito de los negocios que se invita a comprender una emoción, y cómo ella permite un desenvolvimiento “confiado” en otros aspectos de la vida, como lo político o la vida misma. El historiador Peter Stearns y la antropóloga Carol Stearns llaman a estas fuentes de educación emocional como “emocionología”: aquellos discursos que operan como pautas, tanto sobre el contenido de las emociones, como la promoción y marginación de ciertas otras, y que se sitúan de manera que maceran una hegemonía en un tiempo histórico determinado.

Esta suerte de solución emocional a la crisis que se vive en Chile pone el acento en la relevancia de esta dimensión en la arena de lo político, una solución que pretenda reparar lo que ha sido leído por estos sectores conservadores como la pérdida de confianza entre la sociedad y la clase política y que ha originado estos sentires colectivos de malestar, indignación, incomodidad y disconformidad, a lo que requerirá de formación y competencias emocionales más elaboradas: ¿cuáles?, ¿cómo converge este manejo emocional con propuestas políticas que colaboren al reparo del daño? Para esclarecer estas preguntas, cabe concebir que en una sociedad fragmentada como la nuestra conviven más de una concepción sobre el reparo, la importancia de las emociones y las concepciones sobre las mismas, por lo que la propuesta que hace Evelyn Matthei se inscribe en una disputa por comprender la confianza, el malestar, en definitiva, las emociones en sí; cuestión que tendrá ciertas consecuencias. Los discursos que se agruparon en torno al estallido social del 18 de octubre alojan una lectura y una propuesta sobre la emoción (“activismo afectivo”, es uno de los tantos ejemplos), por lo que la disputa política también se vuelca sobre las emociones, en un contexto social y sanitario que exige aún más atención sobre la salud mental de los chilenos y chilenas. De ahí que la pregunta por la emoción deje de ser banal y se convierta en un verdadero meollo a resolver.

Javier Sadarangani
Doctorando en Historia en la Universidad de Hamburgo-Alemania, especialista en Historia de las Emociones.