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Opinión

Tiempo de mirar el vaso medio lleno

Por: Marcos Uribe Andrade | Publicado: 06.07.2021
Tiempo de mirar el vaso medio lleno | AGENCIA UNO
Veo algunos rayos de luz en el despertar. Veo, por ejemplo, una sociedad chilena que se aclara en su conciencia, a pesar todas las dificultades, de todas las trampas del camino. Yo veo un pueblo que vuelve poco a poco a encantarse de las tierras a la vista, a pesar de todas las desventajas y trabas que la élite ha impuesto con su lógica de exclusión, represión, avaricia y patológico individualismo. Veo un proceso hacia un nuevo contrato social, que sin duda no será un conjuro, no será una fórmula mágica, pero será una oportunidad para señalar un nuevo camino, que sin duda hay que hacer con un nuevo empeño de años por delante. Veo un proyecto posible del cual hacerse parte y que entregará un motivo para dejar cada vez más atrás esa “estrechez de corazón” que quisieron dejar para siempre en nosotros.

Chile no está iniciando un proceso constituyente, sino que emprende una nueva gesta de un largo proceso de Constitución. Sin ir tan lejos, podemos decir que este proceso se inicia con el despojo, persecución, muerte y sometimiento de nuestros pueblos prehispánicos, que durante miles de años han habitado estos territorios. Ellos han vivido todo el rigor de los procesos políticos contenidos en nuestra historia, definida a partir de la modernidad americana. El dominio de  la Corona española, la instalación de los Estados Modernos y sus estructuras republicanas; sus transfiguraciones políticas, sus vaivenes de imperfectas democracias y brutales dictaduras, son parte de todo lo que somos y estamos siendo los pueblos de América.

Este proceso que hoy vemos con compleja emocionalidad y que miramos con esperanza, pero también con justificada desconfianza, no debe perderse, víctima de la impaciencia, del inmediatismo o del desprecio precipitado y prejuicioso que se eleva desde las muchas derrotas, por el sólo hecho de que se impone un camino más largo que el que muchos quisiéramos vivir, porque ese camino también se pinta de muchas victorias.

Hoy existen dos nuevas vertientes que ingresan con fuerza para definir el futuro. Chile ha cambiado. Chile es más complejo que lo que fue hace medio siglo. Su tejido social y las fuerzas que empujan el progreso, se han ensanchado en un amplio abanico; el pueblo trabajador hoy no es el mismo del siglo XX, pero no sólo eso: hoy suma dos caudalosos ríos, poderosamente activos, para el océano del mañana y que precisamente confirman esa añosa labor de siglos por convivir en armonía y con sentido de futuro: nuestros pueblos originarios, por siempre maltratados por los procesos coloniales, y las mujeres, nuestra mitad transversal, históricamente desplazada de los ejes de poder. Ambos son hoy factores que vienen a determinar los nuevos horizontes hacia donde haremos historia, ampliando los colores de la vida.

Siempre están los que quieren llegar a la mesa servida. Siempre aquellos que gritan “ganamos” desde el palco, desde la platea, en butaca preferencial y en galería. Siempre están los que sólo despiertan al tiempo de los aplausos. Siempre están los que sólo miran el mundo desde un idealismo infantil y piensan que las carreras son eventos solitarios. Los que piensan que los grandes cambios son conejos y palomas que brotan desde sombreros de copa. Están los que ven en los matices sólo ripio en el camino y no las bases de una mezcla sólida para avanzar. Están los que piensan también que ningún otro mundo es posible. En fin, de esto y mucho más hay en la viña de la historia y siempre es así. Pero el hecho es que aun, a pesar de los pesares, “se hace camino al andar” y ese deleznable faro del neoliberalismo más extremo, torpe y brutal, puede ser hoy una luz de reparación de históricas iniquidades.

Yo veo algunos rayos de luz en el despertar. Veo, por ejemplo, una sociedad chilena que se aclara en su conciencia, a pesar todas las dificultades, de todas las trampas del camino. Yo veo un pueblo que vuelve poco a poco a encantarse de las tierras a la vista, a pesar de todas las desventajas y trabas que la élite ha impuesto con su lógica de exclusión, represión, avaricia y patológico individualismo. Veo un proceso hacia un nuevo contrato social, que sin duda no será un conjuro, no será una fórmula mágica, pero será una oportunidad para señalar un nuevo camino, que sin duda hay que hacer con un nuevo empeño de años por delante. Veo un proyecto posible del cual hacerse parte y que entregará un motivo para dejar cada vez más atrás esa “estrechez de corazón” que quisieron dejar para siempre en nosotros.

Veo un momento oportuno que requiere todo el apoyo de la ciudadanía movilizada, para no desvirtuar eso que el domingo 4 de julio mostró con claridad: que quienes han tratado de mantener el estado de injusticia y marginación de las grandes mayorías, están lejos de ser la voluntad soberana; lejos de tener el poder constituyente; lejos de poder usar el nefasto corralito que quisieron armar con su “acuerdo por la paz”, para echar por tierra las conquistas abiertas por los muertos del camino, por los cantos y los presos del camino, por la épica gesta de los jóvenes, de las mujeres, los trabajadores, los profesionales, por las distintas naciones que conviven en los márgenes de este país llamado Chile. El camino que se ha ido abriendo de a poco, desde los rincones de una derrota que dolió mucho, que nos desarmó y aun nos tiene luchando con el desconcierto, pero poco a poco tocando pie y mirando cómo se asoma el “famoso tiempo de vivir”.

La Convención Constituyente no puede quedar sola. Son los elegidos para plasmar el avance en esta importante gesta que debe llegar al mejor puerto posible. Esos elegidos deben estar al ojo del pueblo que los mandató, deben estar respaldados, vigilados, bien cuidados, porque esas voluntades expresadas en los primeros comicios internos deben mantenerse firmes ante las inimaginables presiones y maniobras de esa minoría acostumbrada a estar por encima y con desprecio y que demostró estar representada con sólo un 22,5% de la población. Esa mayoría que busca el progreso debe transformarse en la voz clara que defina los márgenes de un país mejor.

Marcos Uribe Andrade
Profesor de Filosofía. Vive en Chiloé.