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Opinión

Agorafobia y aporofobia de la élite chilena

Por: Joaquín Montalva | Publicado: 13.07.2021
Agorafobia y aporofobia de la élite chilena | Agencia Uno
Nadie pregunta: ¿qué rol juega el asco, la turbación y el pavor hacia el pueblo en la incapacidad de diálogo constituyente de la derecha, ya sea esta programática o estratégica? Hay un tema muy de piel aquí que complica e incómoda: son los pies descalzos del Pelao Vade mojado por el guanaco, caminando por la alfombra roja para depositar su voto. Si es que a algunos constituyentes les picaba la nariz y les salían algunas lágrimas no era precisamente por el olor a lacrimógena. Por lo tanto, creo que cuando Chile Vamos se repliega en un rincón no es porque están solamente deliberando o desarrollando estrategias políticas, sino que se están escondiendo, creando barreras porque el ágora se ha llenado de “cuerpos extraños”.

El comienzo de la Convención Constitucional ha abierto un nuevo capítulo en la historia (pluri)nacional bajo la promesa de la fundación de “un nuevo Chile plural, plurilingüe, con todas las culturas, con todos los pueblos con las mujeres con los territorios…”, como dijo su presidenta en un emocionante discurso. Pero, más allá (y más acá) del acto jurídico de decretar un comienzo absoluto (cuyas dificultades se vieron en los problemas que enfrentó la mesa al intentar, durante toda la segunda sesión, constituir su soberanía e independencia), en la historia no existen los cambios o inicios absolutos, sino que una mezcla interminable de quiebres y continuidades de larga data. Frente al hecho inédito, y hermoso por lo cierto, de que la próxima Constitución de Chile sea escrita con la pluralidad, diversidad y feminismo que hemos observado, esta se presenta con una arraigada continuidad que, en este contexto inédito, se puede apreciar de manera más clara que nunca. Me refiero a la agorafobia (fobia a los espacios abiertos) y aporofobia (fobia a los pobres) de la élite chilena.

Hemos observado en los últimos tiempos como esta fobia, asco y rechazo a los “pobres” se ha manifestado como síntoma cada vez que “el pueblo” ha invadido los espacios cuidadosamente sanitados de la élite. Lo vimos con el “guatón del gas y su lago”, “con el ataque a Mark González”, en el famoso “ándate a tu población de mierda” que se gritó en el Portal La Dehesa y con la verdadera pandemia de cuerpos obesos populares que “perturbó” el semblante poético del litoral central frente a las afectadas sensibilidades de un Cristián Warnken. Es bastante sabido que la élite chilena se caracteriza por un fuerte racismo, machismo y clasismo, pero poco o nada se ha hablado de la agorofobia en las cuales estas formas se manifiestan. Si uno va a la capital, el apartheid de clase se expresa en la planificación urbanística de la ciudad y en la forma en la cual la élite se ha ido replegando más y más hacia los cerros o llanuras escondidas de Santiago (cualquier persona que alguna vez tuvo que ir a La Dehesa en micro puede dar cuenta de la proeza que implica llegar a ese sector). No es coincidencia que los ciclistas furiosos, quienes no hacen más que detener el tránsito (muchas veces ya detenido por los tacos capitalinos), generan pavor… “¡Ellos sí pueden llegar en masa!”.

Estos ejemplos introducen la magnitud del shock traumático que genera la Convención para la élite. La presencia del “pueblo” en la constituyente no sólo ha implicado una “intromisión” o “evasión” de toda seguridad privada, dron, muralla de condominio y mala conectividad del transporte público, sino que las ha desactivado. Desde el momento en que el Pelao Vade, el Ignacio, la Elsa, el Manuel, junto a otras constituyentes, salieron a impedir la represión y a exigir el desarme del anillo de seguridad, ya nada separaba a la élite política de la “querida chusma” (inconsciente) de Alessandri Palma. Y, pese a que tal vez ellas no lo sabían, este hecho contiene una resonancia altamente simbólica y contestaría con el “comienzo” de la historia nacional. Como expresan los historiadores Verónica Valdivia y Julio Pinto en su libro ¿Chilenos todos?, pese a que la Declaración de la Independencia se firmó a nombre del “Pueblo constituyente”, el pueblo real fue activamente excluido con vallas (¿anillos de seguridad?) de la ceremonia. Pero esto no termina ahí… la transmisión los hace vulnerables. Pese a que la élite controla los principales medios de comunicación masiva, ya no pueden controlar la narrativa. Luego de la fallida primera sesión, Chile Vamos sólo se dirigió al país a través de dos voces: la de Ruggero Cozzi (RN), quien acusando negligencia de la mesa fue desmentido en vivo por Jorge Baradit, y la de Arturo Zúñiga (UDI), quien hablando como si fuera subsecretario de Redes Asistenciales acusó la vulneración del protocolo sanitario. No pasaron más de 3 minutos y el resto de las constituyentes hablaron con la prensa y fueron tantas las voces que se tornó imposible para los canales tradicionales consolidar la narrativa de Chile Vamos, y Encina tuvo que renunciar. ¡Están en todos lados! Las tecnologías telemáticas han hecho del pueblo un ente omnipresente (no está de más recordar los intentos del gobierno de controlar la transmisión). Esto es literalmente una película de terror para ellos.

Pero deseo hablar un poco más de Zúñiga, porque considero que sus intervenciones son altamente sintomáticas. Zúñiga se ha autoimpuesto la tarea de contabilizar el aforo. Sus intervenciones compulsivas y hasta nerviosas por el aforo pueden ser leídas desde la agorofobia. La conversación y discusión constituyente pasaron a un segundo plano, lo que él ve es el ágora llena de cuerpos, saturada con “gente”, lo que hace preguntarse de manera especulativa: ¿cuál es límite de “rotos” que su sistema inmunológico puede soportar? No estoy diciendo que hay que descuidar el aforo (cosa que por lo cierto la mesa no ha hecho), sólo que me llama la atención que eso sea lo único que pareciera importarle.

Este “circo constitucional” –como el republicano Rojo Edwards lo llamó– nos presenta un laboratorio, el ágora, en el cual observar una fobia que devela la incompatibilidad de la derecha, en su raigambre oligárquica, con la democracia. Sé que lo que estoy diciendo no sorprenderá a muchos: es obvio que la derecha es agorofóbica, sin embargo, creo que es importante instalar este concepto en la discusión política como clave de lectura del comportamiento de Chile Vamos en la Constituyente. Los analistas serios se golpean contra la pared para interpretar el actuar del gobierno en su negligencia o sabotaje, por una parte, y la incapacidad de los constituyentes de derecha de relacionarse o participar de las sesiones, por la otra. Pero nadie pregunta: ¿qué rol juega el asco, la turbación y el pavor hacia el pueblo en la incapacidad de diálogo constituyente de la derecha, ya sea esta programática o estratégica? Hay un tema muy de piel aquí que complica e incómoda: son los pies descalzos del Pelao Vade mojado por el guanaco, caminando por la alfombra roja para depositar su voto. Si es que a algunos constituyentes les picaba la nariz y les salían algunas lágrimas no era precisamente por el olor a lacrimógena. Por lo tanto, creo que cuando Chile Vamos se repliega en un rincón no es porque están solamente deliberando o desarrollando estrategias (las cuales por lo pronto serían mucho más eficaces si es que se preocuparan de interactuar con los demás constituyentes para saber qué hacer), sino que se están escondiendo, creando barreras porque el ágora se ha llenado de “cuerpos extraños”. Se necesitan anticuerpos, una vacuna… una tercera dosis (sin fila)… hay que tomarse un Lavín Forte… Qué talento el de Lavín para leer las fobias que aquejan a su sector.

Joaquín Montalva
PhD in Critical Theory, University of Nottingham.