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Opinión

Estéticas políticas: el caso Peñailillo

Por: Andrés Fonseca López | Publicado: 05.08.2021
Estéticas políticas: el caso Peñailillo Rodrigo Peñailillo | AGENCIA UNO
En nuestros días, las estéticas Peñailillo que desfilan en la escena política tienden a activar en la ciudadanía la masiva sospecha de estar frente a un posible e indeseable retorno a todo aquello a lo que han dicho basta: a la soberbia, privilegios y abusos de aquellos que, ya sea vía trapos o vía cartones, intentan diferenciarse desesperadamente del Chile de las mayorías.   

Con (auto)bombos y platillos se ha anunciado el regreso de Rodrigo Peñailillo a la política chilena. Pese a haber sido totalmente defenestrado en su momento tras verse involucrado en escándalos sobre el financiamiento ilegal –o al menos ilegítimo– de la actividad política, se sabe que el tiempo y la desmemoria lo curan todo. Mejor aún si recién la Fiscalía ha decidido no perseverar en la investigación del caso.

El retorno del que alguna vez fuera el político promesa del PPD no es un hecho menor para su sector. Hay cierta remembranza casi bíblica en el gesto. Es la aparición del hijo pródigo de la ex Concertación, ex Nueva Mayoría y ahora Unidad Constituyente. Y aunque es difícil ponderar los alcances estrictamente políticos de esta jugada del otrora denominado “galán rural”, sí es posible avanzar en un análisis de, precisamente, aquel aspecto que le permitiera ganarse ese sugerente apodo que remite a un hombre cargado con sureño sex appeal. Nos referimos a la dimensión estética.

Antes de continuar, debemos advertir que un análisis –breve por motivos de espacio– de la estética de una figura política está lejos de ser un puro ejercicio teórico irrelevante o una trivialidad. Como veremos, la estética en general, y la de Peñailillo en particular, es un auténtico campo de batalla de símbolos que, finalmente, son políticos. Y, de hecho, aunque tomaremos la figura de Peñailillo como ejemplo gráfico más visible, la situación aplica para varias personalidades de esta noble actividad. Veamos.

Con la reaparición del “galán rural” regresa a la arena del espectáculo político nacional una estética que creíamos sepultada. Peñailillo cursó un Magíster en Madrid y se nota porque, tal como sus homólogos del Partido Socialista Obrero Español, siempre exhibe impecables trajes de aparente diseño y confección italiana. De esta manera, Peñailillo aporta a la política local una presencia más cercana a las pasarelas de Milán que a esa ciudadanía indignada que en octubre de 2019 inició una revuelta social en Chile.

Pero no todo es superficialidad. También hay contenido y, esta vez, al parecer, no se trata de papers elaborados a punta de copy-pastes. Peñailillo, al contrario de muchos chilenos que no pueden acceder o se endeudan para acceder a la educación superior, acaba de concluir un ciclo académico en las aulas de una –no tan prestigiosa– universidad privada estadounidense. Ahora puede exhibir credenciales académicas que dan cuenta de que es un verdadero experto políticas públicas, pero en inglés. Es que el inglés, tanto como la acumulación de diplomas, son cosa importante. Se trata del idioma de los business (traducción libre: “negociados”, que no negocios). Sin embargo, esto de asociar los cartones universitarios obtenidos en el Hemisferio Norte, así como el conocimiento del idioma inglés a la gestión política de excelencia, si bien pudo haber estado muy “in” en los 90, hoy no impresiona a casi nadie. Al contrario, resulta estar bastante desajustado de un Chile en donde la presidenta de la Convención Constituyente nos enorgullece hablando al mundo, Hemisferio Norte incluido, en mapudungun.

Entonces, ¿qué ocurre? Puede que la revuelta social de 2019 y la actual Convención Constitucional hayan sido pasadas por alto por Peñailillo y otras figuras que, nostálgicas, persisten en simular, aunque sea estéticamente, como exponentes del vintage, los “tiempos mejores” del crecimiento neoliberal. Después de todo, ese viejo modelo que en lo económico y social profundizaba desigualdades, y en lo cultural exaltaba estéticas (y éticas) gerenciales, les dieron sus años de éxito. Es difícil no anclarse a los buenos recuerdos.

En la misma línea, puede que estas personalidades no adviertan que, en su propio terreno, el de la política espectacular, el paso de los años ha cambiado los códigos estéticos. Así, hoy por hoy, el dress-code “de alta gama” está más cercano a la parafernalia de un cantante romántico que se asienta en Miami para consolidar su carrera musical o al de un narcotraficante que ostenta su nivel de consumo en redes sociales. Para cualquier hipótesis, nostalgia o poca precaución, lo cierto es que salta a la vista la desconexión con el Chile del malestar, primero, y constituyente, después.

También en su propio terreno, el de los cálculos electorales, los Peñailillo de la política, a modo de sugerencia, si quieren seguir sobreviviendo en ese mundo, deberían al menos poner atención a los vencedores de la última primaria presencial. Esta les puede entregar un indicio acerca de cuáles son las estéticas a las que adhiere un segmento significativo y por lo tanto representativo de la ciudadanía posmoderna y post-revuelta. Es evidente que se impone la informalidad. Esto a tal grado que algunos candidatos incluso hacen orgullosa gala de sus tatuajes sin temor a perder votos. Junto a los ganadores de la primaria, compartiendo con ellos cientos de miles de preferencias, el edil de una comuna popular, un alcalde de terreno que usa una parca sin mangas -y quizás sin marca- en televisión, supera con holgura a otros candidatos posgraduados en Chicago o París.

Y es que, efectivamente, las estéticas que antaño se consideraban comunes y corrientes o derechamente marginales, salvo para sectores más conservadores, ya ni siquiera son tema. A la inversa: gran parte de la población, más informada y globalizada que en los noventa, ya no asocia mecánicamente la exhibición de trajes, diplomas y viajes a algo así como mayor eficiencia o probidad en la administración pública. No somos tan periféricos.

En nuestros días, las estéticas Peñailillo que desfilan en la escena política, tienden a activar en la ciudadanía la masiva sospecha de estar frente a un posible e indeseable retorno a todo aquello a lo que han dicho basta: a la soberbia, privilegios y abusos de aquellos que, ya sea vía trapos o vía cartones, intentan diferenciarse desesperadamente del Chile de las mayorías.   

Andrés Fonseca López
Licenciado en Filosofía, especializado en Trabajo Social.