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Opinión

Crónica de fin de viaje: medidas sanitarias que nos enferman

Por: Patricia Mix Jiménez | Publicado: 17.08.2021
Crónica de fin de viaje: medidas sanitarias que nos enferman Aeropuerto de Santiago en pandemia | Foto de Patricia Mix
Pienso en la palabra respeto, que no es otra cosa que la capacidad de ver a otro, y en esta enorme ceguera de la autoridad sanitaria que expone a sus trabajadores y que trata a ciudadanos y ciudadanas como rebaño. ¿Cómo no va a ser posible disminuir los tiempos de espera y simplificar el trámite? ¿Qué clase de cuidado de salud es el que discrimina por contratos de concesiones los servicios de transporte de pasajeros y obliga a los altos costos de operadores de turismo? Nunca supe el resultado de mi PCR del aeropuerto. Debo suponer que fue negativo, pero pienso en cuántos exámenes podrían dar positivo, “gracias” a la exposición a la que fuimos sometidos, por estas “medidas sanitarias” que enferman.

Llegué de un viaje, después de tres meses de estar en España en un perfeccionamiento de gestión editorial. Una excelente experiencia que el Estado, a través de una Beca de Fondos Cultura, me financió y lo agradezco profundamente. Lo cuento porque creo que hay que reconocer, difundir estas posibilidades y así defender lo que se ha logrado con los movimientos sociales en los distintos momentos de la historia. Pronto podré retribuir y contar lo que fue esa experiencia, por lo pronto es otra la historia que quiero contar, pero es de cuando el Estado se gestiona mal y afecta: la llegada al Aeropuerto de Santiago.

Desde el abordaje, y en el avión, aplicaron medidas de prevención de contagios: sistema de recambio frecuente del aire, uso de mascarilla, distancia social; hasta salida del avión por filas. Sin embargo, al salir de la manga y subir la primera escala mecánica para dirigirnos a Policía Internacional, nos encontramos con una multitud. Cientos, tal vez más de mil, de personas apretujadas; una masa, a la que nos uníamos quienes íbamos saliendo de la escala, porque no teníamos más remedio que hacerlo llevados por la muchedumbre (me vino la escena de The Wall). Corrió la voz, desde adelante, que era la fila para el “Control de la autoridad sanitaria”; a esas alturas yo ya había quedado en el medio de lo que parecía más una concentración que filas de atención.

Ya llevábamos una hora y “la fila” había avanzado dos metros y aumentado en extensión casi al doble. Por lo que se podía visualizar –con suerte y si lograban acelerar el proceso– podríamos llegar adelante en unas 6 ó 7 horas. Imaginen personas de todas las edades, cansados, cargando mochilas, tirando maletas o arrastrando bolsos, calmando a niños agotados e inquietos. Se corrió la voz que el día anterior había menos gente y habían tardado más de 4 horas. Cundió el enojo y, como suele suceder, no fue con quienes nos infringían la falta, sino con los demás que sufríamos en las mismas condiciones. Aumentó la tensión, el celo y la vigilancia para que nadie fuera a pasarse adelante. Entre la gente se conversaba de las diversas versiones, de lo que pedían para entrar: que si eras chileno, si eras extranjero, si eras residente, si estabas vacunado, si tenías pase de movilidad. Todo era incertidumbre.

A las casi dos horas de estar en la fila, agotadísima y casi en el mismo lugar, pasó un funcionario del Salud que fue apuntando a “las canosas” y a familias con guaguas, para que saliéramos de la multitud y avanzáramos por el costado a una fila preferencial. Lo hice sin mirar a la gente, por el pudor del privilegio que –por primera vez– me daba la edad. Cuando llegamos al principio de la fila, nos dimos cuenta que no era el principio… Giraba a la izquierda, en una zona donde la multitud se convertía en un par de filas, ya más ordenadas, que después de un tramo nos dejaba frente a unos 30 o más, módulos atendidos por funcionarios y funcionarias del Ministerio de Salud, que imagino estresados y en tanto riesgo de contagio como quienes esperábamos atención. El panorama era indignante. En el suelo, sentadas varias personas –entre ellas una mujer con un bebé– que intentaban resolver desde sus celulares las trabas que les impidían terminar el trámite.

En la nueva fila, la preferencial, estuve cerca de una hora antes de pasar al módulo de atención.  Revisión de pasaporte, tarjeta de embarque, certificado de PCR Negativo, pase de movilidad, declaración jurada de viajero (que para sacarla había que adjuntar el certificado de PCR, por lo que parece del todo innecesario volverlo a pedir); una oda a la burocracia pura y dura. El costo de la reiteración son varios minutos más de demora, que se traduce por acumulación en horas de espera. Pero eso no es todo: luego de revisar los QR de todos los requisitos, llenaban a mano y en duplicado un certificado de tránsito de “autorización para casos especiales”, con el que te autorizaban el ingreso y derivaban a la cuarentena.

Pero antes y para llegar a eso, las condiciones eran: si eres extranjero o no te has puesto las vacunas en Chile, a un hotel por 10 días, elegido de una lista cerrada y pagado por cada pasajero/a. Pero si eres chilena, y tienes Pase de Movilidad (como era mi caso), te podías ir a tu casa a hacer cuarentena sola y aislada, reportándote por 14 días al Ministerio de Salud. Los requisitos para el traslado al domicilio, según se puede leer textualmente en el “Plan de Fronteras Protegidas”, es que no quedes a más de 5 horas del aeropuerto por tierra, que no utilices transporte público, salvo que sea menor (taxi), o el uso de las compañías de transfer privados que trabajan en el aeropuerto. Aunque dicho Plan no lo indica, me exigen en primera instancia que contrate un servicio TransVip o similar del aeropuerto o me deberé ir a un hotel por 10 días, porque según quien me atiende el taxi que me espera hace más de tres horas, al no ser concesionado por el aeropuerto, no me sirve. Discuto: es un taxi que cumple con todas las exigencias legales y sanitarias, es de una compañía de radiotaxi que hace servicios de pasajeros al aeropuerto y además su conductor habitual es mi hermano, por eso puedo costear un viaje, que de otra manera me saldría el doble o más de costo. La persona del Ministerio de Salud me dice que entonces el conductor debe hacer cuarentena conmigo los 10 días… Ya esto es insólito. Le pregunto si los conductores de los taxis concesionados también deben hacer cuarentena con el pasajero y me dice que no… Pienso en el documental de lasCorporaciones: todo es negocio, un descaro, medidas neoliberales más que sanitarias.

“No le puedo dar más alternativas –me dice–: o se va 10 días a un hotel pagado por usted o se va en un TransVip del aeropuerto”. Me niego a elegir una de esas alternativas, no comparto su interpretación de la indicación. Le explico que no puedo económicamente pagar un viaje para llegar a mi casa a un valor de “mercado” (está a casi una hora y media). Insisten en que no hay otra forma. Yo insisto en que está haciendo una mala interpretación de lo que dice el Plan y que, de no dejarme alternativa, tendré que hacer la cuarentena en una comisaría porque no me moveré de ahí por mi voluntad, salvo para irme a mi casa. Ante eso, va a buscar a una supervisora que, después de hacer las mismas preguntas, alude a una condición que en el Plan no aparece por ninguna parte: “Autorízala a irse en transporte por cuenta propia porque su casa está a menos de dos horas”, dice. Agradezco este fin de conflicto y después de poco más de una hora de atención en el módulo, me voy con un duplicado de formulario y una tarjeta de control, no a mi casa, sino a otro sector del mismo aeropuerto donde, desplegado a sus anchas el Laboratorio Clínico BioNet, hace un nuevo PCR  a toda persona mayor de dos años que ingresa al país.

Antes de llegar al “laboratorio”, y pese a que está sólo el Ministerio de Salud controla todo ese sector, cuatro veces me debo detener ante funcionarios para mostrar nuevamente documentos: “tarjeta de control interno” y la copia del formulario que acaban de hacer. Después de un largo trayecto, llegas a una nueva fila, mucho más corta, esta vez para hacerte el PCR. Ahí, mientras esperas, desesperas; porque el concreto de las paredes y el alto techo hace retumbar en los oídos llantos y gritos de niños y niñas que ya han debido hacerse un PCR menos de 72 horas antes y ahora son sometidos nuevamente al dolor e incomodidad de otro. Una vez terminado ese proceso, recién pude ir a Policía internacional, donde prácticamente no había nadie, para luego ir a buscar mis maletas, las que encuentro en un colorido mar de equipajes, esperando a los miles de pasajeros y pasajeras que se encuentran con toda seguridad en la “fila” eterna y apretujada de la muchedumbre, cada vez menos vistos, faltos de alimentos y más cansados.

Después de 5 horas y 10 minutos salgo del aeropuerto y me encuentro –sin abrazos– con mi hermano, que venía de pagar los casi 12 mil pesos por la espera, aumentando las ganancias del rentable negocio del estacionamiento. El epílogo de esta crónica lo escribo 13 días después de llegar, en mi penúltimo día de “Reporte telefónico ante la autoridad sanitaria”, porque el sistema on line no me funcionó.

Pienso en la palabra respeto, que no es otra cosa que la capacidad de ver a otro, y en esta enorme ceguera de la autoridad sanitaria que expone a sus trabajadores y que trata a ciudadanos y ciudadanas como rebaño. ¿Cómo no va a ser posible disminuir los tiempos de espera y simplificar el trámite? ¿Qué clase de cuidado de salud es el que discrimina por contratos de concesiones los servicios de transporte de pasajeros y obliga a los altos costos de operadores de turismo? Nunca supe el resultado de mi PCR del aeropuerto. Debo suponer que fue negativo, pero pienso en cuántos exámenes podrían dar positivo, “gracias” a la exposición a la que fuimos sometidos, por estas “medidas sanitarias” que enferman.

Patricia Mix Jiménez
Licenciada y profesora de Filosofía.