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Opinión

Capitalismo, consumo y naturaleza: la necesidad urgente de cambio

Por: Claudio Llanos | Publicado: 21.08.2021
Capitalismo, consumo y naturaleza: la necesidad urgente de cambio |
Es urgente de pensar y repensar lo que entendemos por desarrollo, localizando en este concepto la preservación de la naturaleza y de la vida que sostiene en el centro. Posicionar a la naturaleza en el concepto de desarrollo implicará cambiar nuestra cultura de consumo, y ahí la discusión política debe plantearse el problema en un escenario que afectará muchos intereses, entre ellos, los de las grandes corporaciones ligadas a la extracción de combustible, la agroindustria y las compañías aéreas.

El informe especial del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) del año 2021, ha vuelto a colocar, con importantes argumentos, el urgente problema medioambiental y las responsabilidades humanas en este. En Chile, mientras el informe aún no terminaba de ser leído por autoridades, se aprobaba la instalación de la mina Dominga y su puerto, el cual estará en una de las zonas con más biodiversidad marina y la presencia de importantes especies terrestres. Los defensores de Dominga han agitado una histórica consigna (acepten o perezcan en la pobreza). Esto no es nuevo, ni sorprendente: es parte de una histórica relación que se ha establecido entre la sociedad, el sistema económico capitalista y la naturaleza.

Desde el siglo XIX, la Revolución Industrial y la modernización capitalista, se desplegaron un conjunto de procesos que han ajustado crecientemente la vida con la economía. Los ritmos de trabajo y la naturaleza se han sometido al escrutinio y control cuantificador de la economía. El ámbito de la influencia de lo económico absorbió otras realidades y relaciones transformando en mercancía bienes que eran, en muchos aspectos, comunes. La industrialización revolucionó la producción, el consumo, las relaciones productivas y desnudó a la naturaleza. La indagación científica reveló sus maravillas, al mismo tiempo que el pensamiento económico buscaba en ella la mayor “eficiencia” productiva.

Desde esas transformaciones hasta ahora, las sociedades han experimentado expansiones y crecimientos en su esperanza de vida, relativo control de enfermedades, y el lenguaje de derechos y la empatía han tenidos “progresos” en la medida que las comunicaciones expanden las experiencias y sufrimientos de la humanidad. Pero en una tensión dialéctica también ha habido reveses y barbarie, guerras mundiales, fascismos, dictaduras y el desarrollo del desprecio por los otros incentivado por nacionalismos. En este camino, la industrialización se ha desplegado por el planeta, en cualquiera de sus formatos, fordista o toyotista, se ha centrado la primacía de la producción y el consumo. Sobre el culto a la producción y el consumo, el escritor Aldous Huxley señaló: “Exige que sacrifiquemos el hombre animal (y grandes porciones del hombre pensante y espiritual) a la Máquina. No hay lugar en la fábrica, o en esa fábrica más grande que es el mundo industrializado moderno, para los animales, por un lado, o para los artistas, los místicos o incluso, finalmente, los individuos, por otro. De todas las religiones ascéticas, el fordismo es la que exige las mutilaciones más crueles de la psique humana… y ofrece los menores rendimientos espirituales. Practicada rigurosamente durante unas pocas generaciones, esta espantosa religión terminará por destruir la raza humana”.

Los efectos sociales y políticos de las transformaciones del capitalismo han sido tema de parte importante de las investigaciones en humanidades y ciencias sociales, en particular desde la segunda mitad del siglo XX. En lo que corresponde los impactos en la naturaleza, en sus efectos a largo plazo, es cada vez es más evidente los niveles de impacto de las actividades industriales y del consumo en el medioambiente.

Si bien en esto el capitalismo ha tenido una importante historia, no es menos cierto que el socialismo real siguió el mismo derrotero en lo que corresponde a la naturaleza, pues esta fue considerada un mero objeto en la tarea de demostrar la capacidad productiva de la alternativa socialista. Caída la Unión Soviética, es China y su modelo de economía (particularmente desde fines de los años 70), la que se ha elevado como potencia industrial y contaminante, junto a Estados Unidos, la Unión Europea y la India. Así las cosas, más allá de los discursos o propuestas de orden ideológico divergentes, las nuevas superpotencias coinciden en ser las responsables de los mayores índices de contaminación.

En este plano, los responsables del problema medioambiental que enfrentamos son las potencias, los países ricos; no es toda la humanidad, es una fracción de ella, que históricamente ha levantado, expandido e impuesto un modelo especifico de relación con la naturaleza. El sistema capitalista, dominante hoy en distintos formatos políticos, es el responsable histórico de la aceleración de los fenómenos medioambientales que ponen en jaque la existencia de millones. La nociva cultura del descarte ha ido colonizando las diversas dimensiones de la vida.

Nuestra calidad de vida se ha visto asociada a un nivel de consumo, y esto debe ser cambiado, pues la producción y el acceso a bienes ya no es posible pensarlas sin su impacto en la naturaleza. Estamos frente problemas de consumo suntuario, de artículos muy cuestionables en su calidad y las condiciones de trabajo que involucran. Es cierto que hoy el acceso a los bienes puede ser visto como un importante “avance” en muchas dimensiones sociales, pero existe un conjunto de injusticias que prevalecen, pues la externalización de los costos, riesgos y problemas de esas producciones implican que el beneficio y bienestar de unos es pagado en otras regiones con contaminación y desregulación laboral. Los accidentes y tragedias laborales en fábricas de Asia, la desforestación del Amazonas y las zonas de sacrificio en Chile son algunos ejemplos de esto.

No se trata de impedir el acceso a bienes, sino que actuar en relación a una justicia redistributiva de la misma, que involucre que los más de 700 millones de personas en extrema pobreza y el casi 40% de la población mundial que vive con menos de 5,50 dólares diarios (https://www.bancomundial.org/es/news/press-release/2020/10/07/covid-19-to-add-as-many-as-150-million-extreme-poor-by-2021) puedan mejorar sus condiciones de vida de forma significativa, sin ver como sus territorios son devastados. Y esta justicia redistributiva también debe implicar una redistribución del poder.

Es urgente de pensar y repensar lo que entendemos por desarrollo, localizando en este concepto la preservación de la naturaleza y de la vida que sostiene en el centro. Posicionar a la naturaleza en el concepto de desarrollo implicará cambiar nuestra cultura de consumo, y ahí la discusión política debe plantearse el problema en un escenario que afectará muchos intereses, entre ellos, los de las grandes corporaciones ligadas a la extracción de combustible, la agroindustria y las compañías aéreas.

En posibles alternativas, en América Latina se planteó la posibilidad del ecodesarrollo a inicios de los años 1970, que Ignacy Sachs definió así: “un estilo de desarrollo particularmente adaptado a las regiones rurales del Tercer Mundo […]; es un estilo de desarrollo que busca con insistencia en cada ecorregión soluciones específicas a los problemas particulares, habida cuenta de los datos ecológicos, pero también culturales, así como de las necesidades inmediatas, pero también de las de largo plazo. Así, el ecodesarrollo actúa con criterios de progreso relativos, referentes a cada caso, y en el desempeña un papel importante la adaptación al medio, postulada por los antropólogos. Sin negar la significación de los intercambios […] El ecodesarrollo trata de reaccionar contra la moda predominante de las soluciones pretendidamente universales y las fórmulas maestras” (https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-23762015000100006).

En última instancia, si bien todos y todas debemos reconsiderar nuestras relaciones con la naturaleza y su depredación, entendiendo esta no como un recurso sino como el sostén mismo de la vida, no toda la humanidad es culpable de la catástrofe que se observa cada vez más cerca. Hay responsables claros que deben responder, como corporaciones, empresas y estados que han ignorado o debilitado tratados internaciones, y donde se han ignorado las advertencias científicas. Y lo que es más grave: han actuado con indolencia frente a las tragedias humanas que se generan y que podrían incrementarse: desertificación, migraciones, hambre y muerte.

Estamos frente a una situación urgente para la vida en nuestro planeta, y existen el conocimiento, la técnica y la necesidad para construir formas alternativas de vida y existencia. Deberemos elegir si queremos mares, ríos, aguas, bosques, aire y tierras preservadas, o seguir con esta crónica de desastres anunciados. Elegir lo primero significa romper con los niveles de “desarrollo” o “crecimiento” que tanto ha obsesionado a generaciones de economistas y políticos, pero se da la posibilidad de que seamos ricos en vida natural, con menos angustias por el tener y acumular. No se trata de vivir con menos o peor: se trata de vivir de forma diferente.

Claudio Llanos
Académico del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Valparaíso.