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Opinión

18-O: Breve historia (al revés) de una revuelta popular

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 19.10.2021
18-O: Breve historia (al revés) de una revuelta popular | Foto de Susana
No sabemos cómo acabará esta historia; las esperanzas están ahí y el estallido social no ha terminado como muchos señalan. Esta es una visión muy formalista de los procesos sociales y no asume que los diferentes momentos que han devenido del 18-O se despliegan obedeciendo, en mayor o menor medida, a ese espacio-temporal fundante y originario que desencadenó lo inimaginable. El 18-O no debe ser transformado sólo en una efeméride, en un número rojo en el calendario, en un feriado, no es el 18 de septiembre o el 21 de mayo. No celebramos ni independencias oligárquicas ni guerras ganadas a países hermanos. Es el día en que por primera vez en la historia de nuestro país se abrieron los ojos, los mismos que intentaron volar a punta de perdigones, muchas veces lográndolo; es el día en que la siesta terminó y en el que cientos de personas fueron violentadas y violados sus derechos humanos.

Partiremos por el final, desde el hoy hasta el punto de origen, si es que existe algo así. Pero antes unas palabras para reconocer de qué iba nuestro Chile hasta antes del 18 de octubre del 2019 (18-O en adelante). A veces la cronología tradicional, es decir lineal y categorizada por hechos coordinados que al final parecen dar coherencia a todo un tramo histórico, no revela la profundidad de un fenómeno social y político como el que calibró el 18-O: “estallido social”, “revuelta popular”, “levantamiento”, “despertar”, en fin, todas formas de explicarse lo inexplicable, lo que no tenía sentido; lo “monstruoso”, diría Derrida, haciendo alusión a lo que no tiene representación, a lo que no podemos figurarnos y que sólo alcanza a intuirse en el desenfreno de una perplejidad dislocada.

Hablamos de un sentimiento de hastío y fractura que movilizó a un pueblo hasta el límite de hacer caer por completo a un programa de gobierno, a tensionar en sus bases a las rancias instituciones transicionales, a develar las trampas y hacer tambalear a un sistema económico que es –por seguir a Marx– mucho más que eso, desplegándose más bien como una profunda y sedimentada racionalidad. Una forma de relación social que nos había penetrado hasta la médula abriendo las compuertas a la naturalización del abuso no sólo de 30 años, sino a una historia entera donde el abuso mismo fue una suerte de peste bíblica a la cual, probablemente, no le habíamos tomado la patente pero que se fue enquistando en la subjetividad colectiva a modo de un trauma rutinizado al compás del consumo y el endeudamiento, de los viajes al Caribe, del fin de semana en Buenos Aíres o del paseo dominical al mall (esa sintética “tierra baldía” donde nos transformamos en zombis sin rostro; zombis que no son capaces de reconocerse más que en la desatada compulsión del acaparamiento), del hacer reventar las tarjetas de crédito, total era más “gozoso” para nuestra mentalidad ultra-neoliberalizada dinamitar el presente hipnotizados por la vorágine consumista, sin pensar en que seis meses después el sistema nos estrangularía sin piedad, directo a la yugular, perturbando nuestra psiquis, agregando a las angustias que ya arrastrábamos, otras que embargaban nuestro nuevo presente y sellaban nuestro futuro más inmediato en una suerte de infierno de lo mismo (Baudrillard); de repetición incesante en la que no había tiempo para el arrepentimiento sino únicamente para la urgencia de volver a endeudarse y resolver la insoportable pesantez cotidiana de la deuda.

A esta altura el placer y la felicidad suspendida que nos provocó el viaje al Caribe o a Buenos Aires no eran más que fantasmas retenidos en fotos en el Facebook o el Instagram; mausoleos digitales que no son sino el simulacro de épocas perdidas en las nos entregamos al desasosiego del consumo y a las que, seguramente, seguimos recurriendo toda vez que queremos mostrar nuestros momentos de gloria, exhibiéndonos mientras brindábamos en una mesa repleta de comidas exóticas, dorados por el sol de una playa paradisíaca o sonriendo satisfechos bajo el Obelisco después de haberse comido un bife chorizo, uno argentino, de esos de verdad.

Pero penosamente toda esta sublimación duraba hasta que arremetía la brutal realidad del hoy, enrostrándonos que todo fue una ilusión y que, nada más, somos el engranaje anónimo de un sistema que nos fagocitó a su antojo y que nos tiene al límite de nuestras fuerzas, intentando conciliar el sueño por las noches. O mejor no dormir, porque se vienen las pesadillas de cómo se enfrentará el día siguiente en el “oasis” que devino en desierto, en el paraíso del consumo que hoy nos cogotea en la esquina de algún banco mientras, arrodillados, pedimos prórrogas o que nos compren la deuda. Todo esto apelando al corazón de un ejecutivo/a que se conmueva con nuestra tragedia y empatice con nuestra súplica, como si un funcionario/a bancario/a fuera hacer la diferencia o traicionaría a un sistema entero donde el Estado no es más que un holograma… Sistema vampiro que se alimenta de nuestras miserias y bebe de nuestra desesperación.

El Chile A, el que vive de sus rentas, el que pasea sus dineros por paraísos fiscales mientras caminan indolentes por el horizonte extendido de pedazos de costa que han comprado (Lemebel) es para unos pocos. El Chile B, el que acabamos de relatar y que habita en una suerte de décimo círculo (quizás si Dante viviera consideraría el décimo círculo del infierno como el del endeudamiento, donde la gigante muñeca de “El juego del calamar” asesina a diestra y siniestra a todos los que “deben”), rasguña la supervivencia y, probablemente, se quedó sin vejez porque sacó todas sus platas con la desesperada medida de los retiros de los fondos previsionales. Sólo en Chile la crisis del neoliberalismo se enfrenta con más neoliberalismo; con medidas que dejan en la total intemperie a los pobres, vuelven a transformar en aspiracionales a los sectores medios, siempre el blanco más fácil y despejado del mercado, y hace más ricos a los ricos que sacan los máximos para poner el dinero en ecosistemas financieros donde, en pocos años, rentabilizarán al doble. El Chile C, el del margen, el excluido radicalmente, no juega, ni siquiera juega porque han sido tachados, olvidados y sacados de órbita. Para el margen el margen, nada más. Esto fue y es, sin exagerar, el neoliberalismo. Esto fue y es, sin exagerar, lo que el 18-O vino a fracturar.

Pero decíamos al principio que iríamos de adelante hacia atrás. Ciertamente los hechos seleccionados son arbitrarios, pero eso poco importa, la idea es invertir la secuencia, rebobinar:

16 de octubre de 2021: el Presidente de la República recibe una acusación constitucional por parte de la Cámara de Diputados por su posible relación en la venta de la minera Dominga a su amigo de la infancia el Choclo Délano. Si bien la clase política lo salvará y, probablemente, una vez la acusación en el Senado ésta sea rechazada, hubiera sido una real ironía de la historia que se le hubiera notificado dos días después, el 18 de octubre.

12 de octubre de 2021: la Fiscalía detalla que Piñera tiene «calidad de imputado» en investigación por el caso Dominga. Sin embargo, y más allá de que en el improbable escenario de que la acusación política y la penal prosperen (la sedimentada operatividad de los poderes fácticos en Chile tiene tradición desde la Colonia), Piñera ha sido ya juzgado en un tercer tribunal: el social y, si me apuran, por un cuarto: el de la historia. Pasará a los libros, salvo en los de los defensores más obtusos del matrimonio política-negocios, como el más mercader y mercenario de todos los presidentes electos democráticamente en este país. No bordeó los límites éticos, los cruzó todos sin el menor de los pudores apostando, como siempre apostando, a que su suerte de especulador lo blindaría una vez más.

18 de julio de 2021: Gabriel Boric gana, en una arremetida extraordinaria, a Daniel Jadue en las primarias presidenciales de “Apruebo Dignidad”. Los efectos de este fenómeno ya están ampliamente analizados, lo importante es que, al día de hoy y como sea que signifiquemos la palabra “izquierda”, por primera vez desde la vuelta de la democracia una izquierda a la izquierda de lo que fue “la Concertación” tiene la primera opción de llegar a La Moneda.

4 de julio de 2021: Elisa Loncon es elegida presidenta de la Convención Constituyente. Sin duda uno de los momentos más emocionantes desde que partió uno de los procesos de transformación más estructurales en la historia de la sociedad chilena. Una mujer mapuche, que comienza hablando en mapudungun y que con su hermoso rostro arrasa con más de 200 años de fundaciones republicanas donde la oligarquía siempre se puso la banda de lo que fuera, arrojó un simbolismo más allá de lo medible y regó de dignidad, multiculturalidad y decencia a un país acostumbrado a que sus pueblos originarios fueran sumergidos en la ignominia de la usurpación, la represión, la discriminación y el olvido.

25 de octubre de 2020: con 7.562.173 personas en las urnas, gana la opción “Apruebo” en el plebiscito por una nueva Constitución y por el órgano institucional encargado de redactarla: una Convención Constituyente. Entran entonces nuevas fuerzas políticas completamente extrañas a la conspicua tradición partidista chilena. Pensamos en la “Lista del Pueblo”, en la que circulaban desde mujeres transportistas escolares, pasando por integrantes de la llamada “Primera línea”, profesionales de diversas áreas, hasta líderes sindicales de alto calibre. Lamentablemente esta fuerza no prosperó a causa de sus propias debilidades, pugnas internas y prácticas que, de pueblo, tenían poco.

26 de noviembre de 2019: Fabiola Campillai pierde la visión de sus dos ojos a causa de una bomba lacrimógena arrojada por fuerzas policiales. Es uno de los símbolos de la represión y la sistemática violación a los derechos humanos (445 personas sufrieron lesiones oculares) que se desplegó durante el estallido social y que significó, entre otros efectos, la acusación constitucional y salida del ministro del Interior, Andrés Chadwick Piñera.

15 de noviembre de 2019: tras un mes de movilización callejera, disturbios, enfrentamientos y del miedo progresivo que acumuló la clase política de cara a la irrupción de una calle sublevada, se redacta el “Acuerdo por la Paz Social y Nueva Constitución”. Salvo el PC, que se restó del acuerdo, todos los partidos del oficialismo y de oposición suscribieron este pacto que, sin considerar a la ciudadanía, llevaron el proceso por un camino político-institucional que, a mi juicio, pervierte en alguna medida la naturaleza propiamente social del proceso de aquí en adelante.

8 de noviembre de 2019: Gustavo Gatica pierde la visión a causa de dos perdigones disparados por carabineros.

25 de octubre de 2019: tiene lugar la marcha más grande en la historia de Chile. Alrededor de 3 millones de personas se manifestaron en todo el país demandando más dignidad y el fin de los abusos.

20 de octubre de 2019: el presidente Piñera declara que “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie”.

19 de octubre de 2019: Piñera, a través del general Iturriaga, declara toque de queda.

18 de octubre de 2019: Estalla la revuelta y la rabia acumulada por décadas (sino siglos) se despliega a lo largo y ancho de Chile en forma de manifestaciones, disturbios, enfrentamientos, etc. (No sabemos cómo acabará esta historia; las esperanzas están ahí y el estallido social no ha terminado como muchos señalan. Esta es una visión muy formalista de los procesos sociales y no asume que los diferentes momentos que han devenido del 18-O se despliegan obedeciendo, en mayor o menor medida, a ese espacio-temporal fundante y originario que desencadenó lo inimaginable. El 18-O no debe ser transformado sólo en una efeméride, en un número rojo en el calendario, en un feriado, no es el 18 de septiembre o el 21 de mayo. No celebramos ni independencias oligárquicas ni guerras ganadas a países hermanos. Es el día en que por primera vez en la historia de nuestro país se abrieron los ojos, los mismos que intentaron volar a punta de perdigones, muchas veces lográndolo; es el día en que la siesta terminó y en el que cientos de personas fueron violentadas y violados sus derechos humanos. Es un día para salir a la calle a conmemorar a las/os que murieron y que no alcanzaron a ver lo que vivimos y lo que esperamos que ocurra. Es el día, además, en el que partió la progresiva muerte de la Constitución de Jaime Guzmán que sostuvo al fantasma de Pinochet acechando por décadas, y que tantos y tantas dieron la vida por verlo, definitivamente, desaparecer).

7 de octubre 2019: una gran masa de estudiantes secundarios, ante el alza de los precios del metro, se reúnen en la estación Universidad de Chile del metro y, a modo de avalancha, se saltan los torniquetes como símbolo, poético, de protesta. No se trataba solamente del aumento de 30 pesos en los boletos del metro, sino de 30 años de exclusión, sometimiento al mercado, aprovechamiento de las élites, manipulación obscena de los recursos públicos; 30 años donde las clases dominantes se proveyeron de una sistema de educación de primer nivel para sus hijos/as, mientras los pobres veían como sus destinos se sellaban en una opereta neoliberal excluyente y sin destino; 30 años donde el sistema de salud público era más bien una ruta despejada a la muerte, al tiempo que las isapres y las AFP –con sus minas de oro– mantenían vivos a los más poderosos, los mismos que engordaban sus bodegas de dólares con el trabajo de un pueblo que por fin, por fin un día, despertó.

Así comenzó esta historia.

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.