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Opinión

Los “reflexivos”

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 02.11.2021
Los “reflexivos” Jacqueline van Rysselberghe y José Antonio Kast |
«Los reflexivos» (los blufeadores, en este sentido) no hacen más que dilatar y espaciar su opinión pública. Quizás exista algo así como una vergüenza intrínseca que no les permite reconocer que su costado más derechista, en este caso, está obnubilado con el kastismo y con este hombre que trae de vuelta, ahora sin Golpes de Estado sino que disputando la querella democrática –valgan en este momento las ironías–, aquella prédica que desde los tiempos de Pinochet no escuchaban y que «tanto bien le hizo a este país»: un hombre que dice las cosas de frente; que no es como los demás y no evita decir lo que piensa; uno que no le hace el juego a los partidos y que es fruto de sus más vírgenes e inmaculadas convicciones.

Desde que las últimas primarias terminaron por sepultar a un candidato presidencial histórico como Joaquín Lavín (retoño de una derecha conservadora, Opus Dei y neoliberal –vaya cóctel), o a otro como Daniel Jadue, quien parecía arremeter desde lo comunal con una fuerza inusitada pero que, progresivamente, se fue desmembrando al ritmo de una campaña sin visión ni coordinación estética, al tiempo que víctima de sus propias pasiones, hemos visto cómo, al día de hoy y particularmente con la irrupción de Kast –que ha hecho delirar al termómetro político y renacer las esperanzas de un fascismo del siglo XXI a la chilena (neoliberal)–, aparece un nuevo fenotipo que se deriva de este específico contexto electoral: “los/as reflexivos/as”.

La palabra reflexión viene del latín re-flectus, y se entiende en su etimología como la acción de doblar, curvar. Decimos entonces que se trataría, en un lenguaje futbolizado, de “hacer la finta”; de hacer como que vamos con la pelota para un lado, pero salimos por el otro. En este sentido Maradona, Pelé o el gran Garrincha serían los mejores exponentes de la “reflexividad”, en tanto la reflexión misma se trataría de desviarse del camino que parecía natural y originalmente trazado para despejar otro; uno en que nos acomodamos al contexto de la jugada, a su único y singular espacio-tiempo. Reflexión también es, en el lenguaje del póker, blufear, engañar, gesticular de una manera para que el del frente piense que la mano viene fija y que éste no arriesga nada si lo apuesta todo, dándose por ganador de antemano, cayendo en la trampa y constatando, final y tristemente, cómo el blufeador lo deja en ruinas y sin fichas para una nueva apuesta. Al final, cuando todo termina, el reflexivo o el blufeador hace caja y gana la casa de la que siempre fue parte, pero que cínicamente ocultó hasta que todas las cartas fueran mostradas.

Es en esta línea que en nuestra actual maqueta electoral emerge una suma importante de militantes de derecha que se han declarado “en reflexión” (“los/as reflexivos/as”), que van desde un riñón de la UDI como Jacqueline van Rysselberghe hasta un medio-liberal como Bernardo de la Maza (Independiente-Evópoli).

El punto es, que además de la definición etimológica de la palabra “reflexión” y de la idea de desvío, el “en” indica un estado de tránsito, un paseo por la indefinición o un espasmo frente a la cuestión de cuál es la respuesta a la siguiente encrucijada: “dos derechas un camino”. El “en” de la “en reflexión” expresa además un espacio que se autopretende sensato/a, racional, y en el que se simula estar meditando, casi socráticamente, cuáles son las profundidades ideológicas que representan uno u otro candidato y, entonces, tomar la decisión correcta, ahí donde sabemos que al decir “en reflexión” la decisión ya está tomada, los naipes marcados y los dados cargados, parafraseando al poeta Rodrigo Lira.

Los/as reflexivos/as (los/as blufeadores/as, en este sentido) no hacen más que dilatar y espaciar su opinión pública. Quizás exista algo así como una vergüenza intrínseca que no les permite reconocer que su costado más derechista, en este caso, está obnubilado con el kastismo y con este hombre que trae de vuelta, ahora sin Golpes de Estado sino que disputando la querella democrática –valgan en este momento las ironías–, aquella prédica que desde los tiempos de Pinochet no escuchaban y que «tanto bien le hizo a este país»: un hombre que dice las cosas de frente; que no es como los demás y no evita decir lo que piensa; uno que no le hace el juego a los partidos y que es fruto de sus más vírgenes e inmaculadas convicciones. No lo quieren reconocer en principio y, con una puesta en escena medio cobarde, esperan que los demás, los “i-rreflexivos” (que se retobaron de una y partieron corriendo como rebaño a obedecer al pastor de ojos azules) les allanen el camino para que, de esta manera, su tan racional y profunda reflexión no sea más que la constatación irrefutable de la decisión que había que tomar.

Hay algo así como una suerte de epistemología de la indefinición que arrastran, sin saberlo, aquellos/as que dicen estar reflexionando. Hablamos, ciertamente, de una epistemología sin elaboración, puramente contextual que nada tiene de sofisticada y que obedece únicamente a una mise en scene de corto alcance y que no alcanza a ser ideológica sino “calculógica”.

Cualquiera que se declare “en reflexión” merece mi más absoluta sospecha (no diré desprecio). Aunque el resultado de la ecuación esté preestablecido, siempre la indefinición oportunista es incluso más traicionera que la traición que se hace a cara descubierta. ¿Están con Kast? Muy bien, hay adversarios políticos, ¿están “en reflexión”? No sé sabe qué ni quiénes son, por lo tanto sólo se dilata, en palabras de Freud, la compulsión a la repetición que está a la espera y siempre receptiva a acoger la decisión ya tomada.

En las últimas semanas hemos visto cómo un contingente de 75 militantes UDI se han desmarcado de Sichel endilgando a echarle agua al molino de Kast. A esto sumémosle los/as 13 convencionales que se declararon, sin puntos suspensivos ni signos de interrogación, a favor del candidato de ultraderecha, rompiendo el pacto original en el que se declaraba que la derecha entera apoyaría al ganador de las primarias (francamente no sé para qué existe este mecanismo si en Chile las puñaladas domésticas, políticamente hablando, siempre han sido una tradición y nunca nada asegura que un acuerdo se va a respetar hasta el final).

Sichel, dando cuenta de que es puramente el fruto de una operación de marketing de La Moneda, sin ningún tipo de talento político para evitar este éxodo, y más bien apareciendo en la opinión pública solamente para dar cuenta de la actual primavera que vive el candidato representativo de la verdadera derecha chilena –aquella hacendal, decimonónica, racista, conservadora en lo valórico, ultra-católica, pero ahora neoliberal–, deja en libertad para votar por quien quieran en su sector, asumiendo con este gesto mediático, que podríamos entender como de una lacónica soberbia, que él nunca representó a la derecha pura y dura, naufragando en un mar de confusiones que van desde las políticas a las estéticas. El abuso del mérito y la biografía le sirvió para una primaria frente al jurásico Lavín, pero no para enamorar definitivamente a un sector de la población chilena sedienta de orden, discursos xenófobos y donde los derechos humanos sean nada más que el resorte de un pasado; ese monstruoso que tanto civiles, militares y empresarios, en orgía perfecta (Tomas Moulián dixit), ayudaron a construir.

Sin embargo, y entendiendo que pasarse de Sichel a Kast es algo que resulta bastante sencillo (puesto que Sichel mismo ha declarado no ser de derecha y Kast reivindica para la derecha propiamente tal una performance mucho más acorde a sus orígenes y reales pasiones), tenemos a las y los reflexivas y reflexivos; esta suerte de calaña política de nueva estirpe que en el santuario de una pretendida indecisión, envuelta en un falso ejercicio racional, sólo están a la espera de dar el paso, tomar el camino que ya tienen trazado hace mucho pero que nada más prorrogan para que otros hagan el trabajo sucio. De esta manera la trama que se teje en su aparente indefinición será parte de un guion que, desde siempre, estuvo redactado.

En la ex-Concertación, aunque con menor intensidad pasa algo parecido, sobre todo en el ecosistema PS que, paulatinamente, también, se identifica más con el progresismo de nuevo cuño de Boric. Pero esa es otra historia que es parte de la misma historia. Tal como gritaban los antiguos entrenadores de fútbol a sus dirigidos cuando en el equipo contrario había un candonguero habilidoso y con compulsión a hacer fintas: “¡No le crea!”.

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.