Avisos Legales
Opinión

Son niñas, no esposas

Por: Rocío Faúndez y Maite Orsini | Publicado: 12.11.2021
Son niñas, no esposas |
Al examinar los 135 matrimonios de esta índole contraídos entre 2018 y 2020, vemos que la mayoría de quienes se casan siendo menores de edad son mujeres adolescentes casándose con hombres adultos. Es decir, estamos en presencia de una asimetría marcada por la edad y el género, lo que permite suponer una serie de riesgos y vulnerabilidades (partiendo por la dependencia económica) para estas chicas que, curiosamente, no son consideradas aptas para votar, pero sí para firmar un contrato de la envergadura de un matrimonio, mientras su padre o madre lo autoricen. Curiosa esta idea de, al mismo tiempo, estar lista para el matrimonio y requerir el consentimiento de tu “apoderado” o representante legal para ello.

Cuando pensamos en matrimonio infantil, pensamos en tierras distantes y culturas que nos resultan ajenas. Pensamos en épocas distintas, pasadas, en países tolerantes de la explotación de niñas, y en idiosincrasias comprometidas con el machismo. Pensamos en muchos lugares y muchos momentos, pero en lo que no pensamos, irónicamente, es en el Chile del siglo XXI. En el aquí y en el ahora.

En efecto, en Chile el matrimonio de una persona menor de edad está permitido por el Código Civil y la Ley de Matrimonio Civil: se puede contraer desde los 16 o 17 años con ciertas y escasas condiciones. Y en cierto sentido parece excesivamente estricto cuestionar este tipo de uniones. Después de todo, es fácil imaginar historias románticas, revestidas de ardor adolescente y libres de coacción. Sin embargo, la realidad en el mundo y en Chile muestra otra cosa. Al examinar los 135 matrimonios de esta índole contraídos entre 2018 y 2020, vemos que la mayoría de quienes se casan siendo menores de edad son mujeres adolescentes casándose con hombres adultos. Es decir, estamos en presencia de una asimetría marcada por la edad y el género, lo que permite suponer una serie de riesgos y vulnerabilidades (partiendo por la dependencia económica) para estas chicas que, curiosamente, no son consideradas aptas para votar, pero sí para firmar un contrato de la envergadura de un matrimonio, mientras su padre o madre lo autoricen. Curiosa esta idea de, al mismo tiempo, estar lista para el matrimonio y requerir el consentimiento de tu “apoderado” o representante legal para ello.

En las últimas dos Observaciones que el Comité de los Derechos del Niño ha formulado al Estado de Chile, ha manifestado su preocupación por este vestigio de una sociedad que no consideraba la protección de los derechos de la niñez como una de sus prioridades, y que naturalizaba este tipo de relaciones asimétricas, en el nombre de la tradición y del amor romántico. Por el mismo motivo, la Defensoría de la Niñez ha visibilizado el tema, buscando cambiar la mirada de la sociedad para mostrar cómo, en la práctica, el matrimonio adolescente amenaza el ejercicio de derechos de las contrayentes, especialmente de su derecho a ser protegidas de toda forma de perjuicio físico o mental. Es que el matrimonio infantil -según señala el Comité de los Derechos del Niño, el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer y la Unicef- conduce a tasas de deserción escolar más altas y a un mayor riesgo de violencia intrafamiliar en las niñas, además de limitar sus oportunidades laborales.

Chile ha olvidado sistemáticamente su deber con niñas y adolescentes. No se ha tomado en serio el deber de otorgar educación sexual integral, y también ha permitido abusos de múltiple índole en las residencias de Sename. Al considerar tragedias como esta es que podemos notar que el matrimonio de adolescentes mujeres menores de edad calza con buena parte de nuestra cultura, aún marcada por el machismo. Instituciones patriarcales como la que describimos no son vestigios de una cultura de discriminación y violencia de género, sino que son, más bien, el recordatorio de que esta sigue ahí plenamente vigente. Que para pensar en la institucionalización del abuso con una práctica tan inmoral como legal, como es el matrimonio adolescente, no hay que recorrer el mundo ni mirar hacia el pasado.

Urge por todo lo anterior avanzar en eliminar totalmente la posibilidad de que menores de edad contraigan matrimonio. Que, como en muchas otras cosas de la vida pública, se deba esperar hasta los 18 años. El consentimiento necesario para formar la voluntad que requiere un contrato de esta envergadura lo amerita, por supuesto que sí. Pero, por sobre todo, es imperativo dar adecuada protección a todas las adolescentes, ante la posibilidad de la institucionalización de una relación asimétrica, marcada por el abuso y la vulneración de sus derechos.

Rocío Faúndez y Maite Orsini
Rocío Faúndez es trabajadora social, licenciada en Ciencias Políticas, directora social de la Fundación Todo Mejora. Maite Orsini es abogada y actriz; diputada (Revolución Democrática).