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Opinión

Atrévete a mentir, atrévete a destruir

Por: Loreto López | Publicado: 15.11.2021
Atrévete a mentir, atrévete a destruir |
Es cierto que los crímenes de la dictadura están reconocidos oficialmente en los informes de verdad, y que no hay que cesar en su divulgación, pero ¿en serio alguien cree que Kast y sus seguidores les atribuyen alguna validez a esos informes? Y cuando en redes sociales en estos últimos días muchas personas han recordado sus experiencias de detención y tortura, o la sus padres, madres y familiares, recogidas en los informes, ¿piensan que en algo erosionan las mentiras de Kast? Todas sabemos lo que ese grupo dice cuando escuchan esos testimonios: “por algo habrá sido” o “no eran blancas palomas”. Esa antiética y relativizante justificación es la que se dejó crecer y reproducirse impunemente durante estos 30 años.

Las recientes declaraciones de José Antonio Kast afirmando que durante la dictadura en Chile se realizaron elecciones, a la vez que el régimen “no encerró a opositores”, son parte de su campaña del “Atrévete”. El “Atrévete” canaliza el disgusto de distintos grupos de personas que en las últimas décadas han visto constreñida la expresión pública de esas visiones del pasado fundada en la mentira, junto a una serie de otras ideas sobre el orden ideal que debiera reinar en la sociedad, y que son abiertamente antidemocráticas, racistas, patriarcales y regresivas.

Pero tampoco vamos a decir que hubo una política estatal de memoria que combatía ese tipo de expresiones en el espacio público; más bien la resistencia a las memorias felices y heroicas de la dictadura que niegan el terror estatal ha venido del movimiento de derechos humanos, que asumió también la lucha por el pasado como parte de la lucha contra la impunidad.

Luego, los juicios por los crímenes de la dictadura han quedado convenientemente tratados en el sistema antiguo. Es así que las verdades jurídicas emanadas de las sentencias a los culpables no sólo reciben escasa publicidad, sino que transcurren en un régimen reservado fuera del escrutinio del ojo público, como sí ocurre con otros procesos en la actual justicia penal oral. Ello ha privado a la sociedad de imágenes de la justicia, pedagógicas y elocuentes en su mensaje. A diferencia de lo que ocurrió en Argentina con el “juicio a las Juntas” y los siguientes procesos, en Chile nunca veremos a los victimarios frente al juez.

En este escenario es fácil que a ciertos grupos se les haya permitido atrincherarse y reproducir las mentiras del régimen, y adoctrinar con ellas a las nuevas generaciones (ya lo he recordado en otras columnas, pero nunca está de más: el presidente de la juventud UDI dijo en 2014 que su abuelo estaba en las listas del completamente ficticio Plan Z).

Es cierto que los crímenes de la dictadura están reconocidos oficialmente en los informes de verdad, y que no hay que cesar en su divulgación, pero ¿en serio alguien cree que Kast y sus seguidores les atribuyen alguna validez a esos informes? Y cuando en redes sociales en estos últimos días muchas personas han recordado sus experiencias de detención y tortura, o la sus padres, madres y familiares, recogidas en los informes, ¿piensan que en algo erosionan las mentiras de Kast? Todas sabemos lo que ese grupo dice cuando escuchan esos testimonios: “por algo habrá sido” o “no eran blancas palomas”. Esa antiética y relativizante justificación es la que se dejó crecer y reproducirse impunemente durante estos 30 años. Que cada uno recuerde lo que quiera, bajo los parámetros que quiera, ¿no fue esa la política de memoria de las distintas fuerzas que condujeron la transición?, dejando en manos de las agrupaciones de víctimas y familiares, organizaciones de memoria y derechos humanos, colectivos artísticos, círculos académicos y medios de comunicación (alternativos por lo general) la responsabilidad de combatir con sus escasos recursos las memorias heroicas de la dictadura y el descrédito de los crímenes.

Y ahora estamos frente a las expresiones más desembozadas de negacionismo, sin saber mucho qué hacer, porque para esa parte de la sociedad que niega los horrores de la dictadura, el terror estatal es una propaganda del marxismo internacional y los derechos humanos son un invento de la izquierda (nada ha cambiado mucho realmente desde los 80; como pueden ver, mismos añejos argumentos).

El Estado tenía que haber hecho bastante más de lo que hizo para consolidar el compromiso público y ciudadano con la verdad histórica y con la verdad jurídica, que venían antecedidas por la verdad testimonial de las víctimas y, finalmente, el compromiso con la consolidación de una ética pública fundada en los derechos humanos. Este “descuido” ha permitido que ciertos grupos de la sociedad consideren que las violaciones a los derechos humanos no son tanto una realidad histórica, sino un asunto de opinión. Por eso, en sus declaraciones, Kast continúa realizando aseveraciones que ponen en duda los hechos acreditados, e incluso las sentencias sobre los culpables de los crímenes. De esta forma el “Atrévete” es un llamado del tipo “toma el riesgo de contar tu verdad”.

Como decía Hannah Arendt, “lo que aquí se juega es la propia realidad común y objetiva, y este es un problema político de primer orden”. Por lo tanto, una política basada en la mentira sólo puede derivar en la destrucción de la vida en común. La campaña del “Atrévete” de Kast no sólo anima a “soltar la lengua” afirmando ideas y visiones que hoy no debieran poder expresarse públicamente sin repudio, sino que al hacerlo invita a tomar parte del sendero destructivo al que el mismo “Atrévete” conducirá a la sociedad.

Loreto López
Antropóloga.